Un deportista es aquel que sabe que el triunfo del otro es también una recompensa: la de haber encontrado alguien mejor

Archivo de enero, 2008

Sharapova, clavo y canela

Mis primeros recuerdos del tenis femenino son muy vagos y se centran especialmente en el rarísimo nombre de una chica, Evonne Goolagong. Era cuando Margaret Court lo ganaba todo y Franco se hacía fotos con unos salmones que abultaban más que él. Pero, en fin, lo nuestro era el tenis masculino desde Gimeno, y lo fue definitivamente cuando llegó Santana. El único que ponía objeciones a aquel desperecio por el tenis con faldita era mi padre, que aparte de un poco sátiro, que vaya usted a saber, recordaba con su infatigable memoria a Lily Álvárez, que había ganado Wimbledon. Se ve que aquella dama, como se dice hoy, le ponía lo suyo… Empecé a comprenderle cuando vi nadar a Mari Paz Corominas, aquella musa de mi adolescencia.

Pasaron los años. Ganaban los torneos chicas no muy vistosas: aquel elegante pececillo llamado Chris Evert, por ejemplo… O la gran Martina, nunca demasiado preocupada por el desinterés de los varones. Hasta que llegó ella: la espléndida Sabatinni, la argentina de mirada lenta y cuerpo vertiginoso, Gabriela: clavo y canela, diría Jorge Amado. Fue el primer bellezón del circuito que yo recuerde. Eran tiempos en los que Argentina tenía el monopolio de los guapos: ahí estaba Guillermo Vilas, haciendo polvo el corazón de la princesa que nos tenía presos a todos…

Luego llegó nuestro tenis femenino. ¿Qién puede olvidar aquel domingo en el que Arantxa ganó su primer Garros? LLegaron los triunfos de Arantxa y Conchita y nos sentimos de pronto invulnerables. Las adorábamos: pero sobre todo por sus méritos deportivos, ¡ay! Recordaba un poco aquello que decía la Caballé con tanta gracia: a ver si mis compañeros dejan de mirarme como a una diva y me miran alguna vez como a una mujer.

El hechizo volvió con Ana Kurnikova. Entre los contratos publicitarios y el novio la pobre no tenía tiempo para nada: su carrera deportiva se quedó ahí, en una top ten efímera. Mona, una rato, pero poco más: un arranque de misticismo le llevó tempranamente a interesarse por todas las Iglesias, especialmente la de San Enrique, y ahí quedó todo.

De manera que cuando apareció la maravillosa gata rubia, la esbeltísima espía que surgió del frío, María Sharapova, todos pensamos que sería también flor de un día. Y eso que arrancó ganando un Gran Slam.

Nos equivocamos de medio a medio. No sólo es peciosa hasta decir basta: es que además juega al tenis en serio, se lo toma como hay que tomárselo. Y, de repente, en el reino de la prodigiosa Henin o de las poderosas hermanas Williams, ha aparecido este lujo de la naturaleza. Que juega, gana y es divina. Es como ver a Mari Paz Corominas ganar un par de oros olímpicos. Gracias, María, por devolverme tanta perdida, inolvidable adolescencia…

Fumatta bianca

Todo le salió bien al Real Madrid en la última jornada, segunda de la segunda vuelta. Ya tiene al segundo a nueve puntos: si el líder empata en el Bernabéu con el Barça le sacará cuatro partidos de ventaja. Y si gana, cinco, y se habrá acabado la Liga.

Para eso tuvo que pasar de todo. Pero de todo todo. Hoy empezaremos por el Levante, porque mientras hay vida hay esperanza: una victoria en Murcia, cara de verdad, y otro equipo con problemas, como era de prever. Respiro para el Dépor, como una especie de homenaje a Juan Carlos Valerón, y cortando la racha de un Valladolid que no pudo nunca con los de Riazor. Y respiro enorme para el Betis, vencedor de un Espanyol que empieza a pagar el esfuerzo de la primera vuelta y alguna baja ilustre (Kameni, Jarque, Moisés o Tamudo, por ejemplo). Zumo de naranja para el Almería, que sigue empeñado en hacer una campaña más que notable. Lo del Valencia es, simplemente, trágico: es un crimen que un equipo histórico esté en manos del señor Soler.

Peor le fueron las cosas al Recre ante esa variante sólida del Castilla que dirige con mano maestra Laudrup. No es el equipo de Huelva el del año pasado. Se nota la ausencia de Marcelino tanto como su presencia en el Sardinero, aunque no pasara del empate ante un Zaragoza al que poco a poco le van saliendo las cosas. Empate que sabe a marisco, porque se consiguió muy cerca del final.

El que parece estar en plena crisis es el Atlético de Madrid. Tampoco es un desdoro perder ante el serio Mallorca de Manzano: lo es dando tan pobre impresión.

Los resultados han sido piadosos con los aspirantes a Europa, porque todos han fallado a la vez (menos el Sevilla, ojo) mientras que en la zona batida, donde queda tanto sufrimiento, hay mucha tela que cortar. Y más que habrá si el Levante encadena un par de victorias seguidas. De manera que va a haber Liga hasta el final: al menos por abajo.

También jugaron los dos primeros. Dos partidazos, por cierto. Habrá que comentarlos aparte.

Dos grandes estadios

La catedral del fútbol español es, con toda justicia, San Mamés. Pero con la misma razón podría llamarse a Chamartín la catedral del fútbol europeo: sus gradas vieron ganar las cinco primeras Copas de Europa a un equipo inolvidable. Ayer los dos viejos estadios cumplieron su papel de estuche de alta joyería y albergaron dos partidos preciosos. Un partido merece ese adjetivo, amigo lector, no cuando tu equipo arrolla, sino cuando lo disputan de poder a poder, con la mayor intensidad, dos equipos con talento y hasta dos maneras de entender el fútbol.

Frente a la filosofía barcelonista, juego en corto, presión a la salida del balón del contrario y entradas fulgurantes por los laterales, en uno de los cuales estaba, no lo olvidemos, Leo Messi, ofreció el Athletic cuatro cosas del mayor interés: orden, sacrificio para presionar con ferocidad en toda la cancha, velocidad y juego al primer toque. Era, lo hemos dicho más veces, un equipo de Caparrós, y eso son palabras mayoes. Era encomiable ver a los jugadores rojiblancos intentar una y otra vez pasar el balón sin conducirlo frente a una defensa tan experta y tan bien colocada como la azulgrana. Era, de algún modo, aceptar el juego con las mismas armas: pero con un plus de coraje para compensar la evidente superioridad azulgrana en el manejo del balón.

No le faltó coraje al Barça, que jugó a lo que sabe y lo hizo muy bien. Pero poco a poco empezó a verse embotellado, y eso sí que era lo nunca visto. Pertenece al reino de lo anecdótico que el árbitro no viera la evidente falta a Aranzubía en el gol catalán (el cuarto de Bojan: ese cahval es un portento): el partido siguió, a los vascos nunca les falto la fe, siguieron robando balones en el medio campo y en uno de ellos marcó un chico que necesita crecerse ante los grandes porque ése es su territorio: Llorente. El partido fue tan hermoso que ninguno de los dos equipos dio por bueno el resultado. Y es que quizá ambos merecieron más.

En el Bernabéu jugaron dos equipos perfectamente engranados, de eso en los que nadie nota las bajas porque las cosas se hacen igual de bien. El madrid apareció jugando a cien por hora e hizo un gol muy bello en los primeros minutos: una de esas conexiones Guti-Robinho que ya están en los altares del fútbol. El Villarreal no se arrugó: apareció su juego de siempre, de toque en corto, sin apenas conducción, con jugadas muy elaboradas y mucha fe en los puñales de arriba. En una de ellas se creó por la banda derecha una situación de superioridad, con Cani y Javi Venta haciendo sufrir a Torres: el balón acabó en los pies de Rossi, que es muy bueno. Sencillamente eso, muy bueno: un desplazamiento lateral en el borde del área y un chut al hierro. El partido estaba empatado: y lo estaba con toda justicia.

Se apoderó del centro del campo el equipo castellonense, a su estilo, a base de dos contra uno en las bandas, en las que Míchel, aparte de demostrar que sigue siendo válido, se las vio a veces con Santi Cazorla y Capdevila. Pero el madrid de este año es muy bueno a la contra: otra perla de Guti desde su campo dejó al vendaval Ramos avanzar en soledad hasta el área contraria y abris a Raúl. El capitán, desde (y con) la derecha, lanzó un tiro imposible que se encontró con una mano de Diego López portentosa. El rebote lo terminó aprovechando Robinho, que ve puerta mucho mejor que los demás.

Nadie dio el partido por acabado, dado el nivel de juego de los dos ci

ontendientes. Y así fue: una falta a media altura sobre el área del Madrid, un balón que salió hacia adentro y el remate de un perro viejo, el estupendo Capdevila. Faltaban pocos minutos, estaban empatados a dos y el resultado era corto para la ambición del líder, que conocía el resultado de San Mamés. Y entonces apareció, una vez más, un jugador que se está agigantando: Gago. Un pase perfecto a Snejder, que había sustituido a Baptista, restableció la ventaja del equipo de casa. Y empezaba a ser tarde.

Lo fue. ¡Pero qué partido!

También pertenece al reino de la anécdota un penalty claro sobre Van Nistelrooy. Esas cosas tienen importancia cuando los partidos son rácanos y apenas hay ocasiones. No estaría mal, en cualquier caso, que los árbitros estudiaran un poco los vídeos: también ellos pueden mejorar, espero.

Caballeros y rufianes

Se acababa el partido en el Sánchez Pizjuán: una vez más se le iba la vida a este Sevilla irregular que tan caro está pagando tener tres jugadores africanos entre su acreditada legión extranjera. Ricardo, el excelente portero de Osasuna, atrapa un balón: ve (acaso sabe) que un compañero está caído en la hierba, quizá dolido por una acción de juego, acaso intentando arañar unos segundos de oro. Ricardo lanza el balón fuera de banda: un antiguo pacto de caballeros impone como norma devolver el esférico al equipo rival. O sea, treinta segundos, como mínimo, y un puntito a Pamplona, que buena falta nos hace…

Pero esas cosas funcionan entre caballeros. Y los pactos en el fútbol latino, singularmente en el español, son de puta y rufián. Lo digo absolutamente apenado. Y horrorizado. De niño leí una hazaña: jugaba Zaballa, no sé si en el Barcelona o en el Rácing: el portero contrario se lesionó al atajar un balón y la pelota cayó muerta en los pies del ariete rubio, que no lo dudó un momento: mandó el balón al banderín de córner. La anécdota se completa con algo maravilloso: la ovación del público. Hoy sería impensable.

Tengo el alta estima a Patxi Izco, padre de un estupendo comentarista deportivo, además. Le sigo teniendo el mismo respeto: sus palabras al final del partido fueron un modelo de cordura. Para quienes no lo vieran la jugada acabó en gol: el Sevilla sacó de banda, llegó un balón al área y Eduardo Iturralde vio un penalty de Javi García donde yo no pude ver nada. Pero nada que objetar: el árbitro es él y estaba más cerca. Osasuna perdió un punto que puede ser de oro y el Sevilla cortó una racha que empezaba a ser preocupante, sobre todo para un grande del fútbol español. Y europeo.

No me gusta que los porteros tiren el balón fuera para perder tiempo, y me gusta menos que los laterales aprovechen los trenes baratos y squen ventaja de la posible desgracia ajena. Eso NO es deporte: y es una mala noticia que el fúitbol español se aleje tantro del deporte.

Algo para lo que es esencial la aportación de presidentes como José María del Nido. Gran gestor. Acaso convenga preguntarse por qué este Sevilla que borda el fútbol despierta tan pocas simpatías: nada que ver con otros Sevillas, acaso menos gloriosos, pero más queridos: los de Campanal, Juanito Arza, Quique Lora o Superpaco. O el mismo Manolo Jiménez. De manera que uno se siente sevillista hasta la muerte por tipos como El Arrebato, al que adoro: pero sólo por él.

Nadal contra corriente

Yo no sé qué empeño hay en que Rafael Nadal, con apenas veintidós años, se convierta en un juguete roto. recomiendo a todos que disminuyan las espectativas, que mitiguen los niveles de angustia de un jugador que lo da todo y que, en consecuencia, va a tener un recorrido más corto. Esta semana parecía la prensa deportiva española una academia de aprendices del cuento de la lechera: Nadal trotaba por una senda sencilla, podía llegar a la final y si Federer caía pronto, alzarse con el número uno.

En primer lugar, parece poco probable que caiga el elegante y poderoso jugador suizo, salvo que se enfrente al propio Nadal o a Djokovic. En segundo lugar, la lucha del espléndido jugador manacorí no debe ser, ni ahora ni nunca, por el número 1: llegará, si ha de llegar. Nadal es un jugador que gana sus partidos a base de sobreesfuerzo: una entrega ilimitada, un derroche físico y algunos golpes buenos. No es nadie sacando, su volea no asusta demasiado y sólo es magistral su juego de fondo cuando el rival sube a la red: los célebres passing.shot. Juega casi siempre al ciento diez por ciento, y lo acaba pagando.

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Ayer se enfrentó a un compañero de generación que ha tenido menos prisa, Tsonga. Las dio todas: si ese chico mantiene el mismo nivel de juego va a ser casi imbatible. Pero no es probable. Lo cierto es que cuando Tsonga se dedicaba a cultivarse como un junior de oro Rafa andaba ganando torneos: tres Roland Garros, por ejemplo. Que le quiten lo bailado.

Hay jugadores de amplio espectro, buenos para cualquier superfice, económicos de gestos, de técnica depurada y que todo lo hacen fácil. Roger Federer es el mejor ejemplo; como lo fue Pete Sampras. O Rod Laver, por irnos lejos. Luego hay jugadores fieles a un torneo, a una ciudad, a una superficie: Lendl y su idilio londinense, Borg reinando en París, Agassi en New York… Han hecho historia. Como la está haciendo Rafa. Por Dios, que nadie se asuste: ha llegado a semifinales en el abierto de Australia y ha caído en un día en el que no estaba demasaido lúcido. Demasiadas bolas al centro frente a un jugador que no cometía errores, que tenía un cañón en la muñeca a la hora de servir y que dispone de la mejor volea baja que he visto en mi vida: un golpe decisivo frente a los grandes pasadores.

Ahora a descansar. Y a no comerse el tarro. Es muy grande este chico: pero debe escatimar sus apariciones. Temporada de tierra y un grande en pista rápida de vez en cuando. Sin miedo y con garantías. Y volver a descansar: a ser un chaval, que es lo que es, de vez en cuando.

¡Vasmos, Rafa…!

Todos con Valerón

Ha recibido el alta médica, después de dos años de incertidumbre, de dolor y de paciencia. Y, supongo, de desaliento: en el imaginario de los aficionados al fútbol pareció desaparecer, como por ensalmo. Juan Carlos Valerón, el brujo de Harguineguin, habrá escuchado desde la cama o desde las salas de recuperación, ésa que nunca llegaba, toda la polémica de los jugones. Se habrá dicho mil veces, con esa vocecita de trás de la que se esconde una de los tipos más estupendos del fútbol español: ¿Y yo qué soy?

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Un genio. Eje central de aquella selección española que en la Eurocopa de Portugal estuvo por encima de los dos finalistas. Hay que meterla dentro, claro: pero a la vista de aquel resultado lo del mundial de Alemania clama al cielo. Un futbolista delicado, sutil, casi etéreo. Es imposible controlar su juego porque muchas veces ni él sabe lo que va a hacer. Tengo el recuerdo vivísimo de aquel chaval canario que hacía cosas imposibles en el Mallorca. Después pasó al Atleti, aquella cofradía enloquecida de fenómenos que se fue a Segunda; y luego al Deportivo de la Coruña, que lleva desde su lesión en horas bajas. Su escaso porte atlético ha hecho que muchos desconfíen de su juego. Craso error: Juan Carlos tiene en las botas el doble juego de las soluciones colectivas y de las individuales. Y eso está al alcance de muy pocos jugadores.

No creo que se le pueda exigir nada ahora, tars dos años en el dique seco. Se tiene que incorporar lentamente a un equipo que está dramáticamente necesitado de puntos, y habrá que pedir a la afición coruñesa paciencia y cordura. Si necesita mes y medio, hay que dárselo. Y en olor de multitud; hay que devolverle el ego al genio canario. Con él a pleno rendimiento el Depor se puede salvar.

Y él, que es la crema del fútbol, también. Por cierto: hay que investigar a fondo qué pasa en un pueblecito que es capaz de dar, en la misma generación, dos ángeles de seda como Silva y Valerón. ¿podrán, pasadas las urgencias de ahora mismo, jugar juntos en la selección? En el Estadio Insular, por favor. Los chavales lo merecen, el fútbol canario también. Y los que amamos el fútbol estríamos encantados

Los tartufos del satélite

No es mala semana para pensar qué coño están haciendo los del canal satélite con el deporte español. Uno, que ha sido uno de tantos abonados, que conoce la escasa educación con la que tratan a los mismos, que se ha dado de baja por esa misma razón y que sintió no poca alegría con la presencia, de nuevo, del fútbol en abierto, se encuentra ahora con el rebote de los viejos dueños del mundo (o, por lo menos, del país).

Que me expliquen, de otro modo, por qué se han quedado a la vez con el balonmano, el tenis de Australia, la Copa de África y la de España. No podemos ver a los chicos de Pastor, no tenemos más remedio que leer en los teletextos la marcha de Nadal (ni siquiera un partido como el de los dos valencianos, Ferrer y Ferrero, se ha podido seguir en abierto, con el interés que tenía), no hay modo de ver jugar a las maravillas de ébano y hay que pasar por el bar para ver los cuartos de final de la Copa, tan apasionantes.

Paga, macho. Paga, hija. Es lo que hay. Paga que se nos acaba el chollo y las cosas van a ser de otro modo enseguida. Pero, de momento, que se sepa quien tiene la sartén por el mango.

Y el mango también. ¡Ay qué vivos son los ejecutivos!

Fútbol, basket y caviar

En una misma semana se ha jugado un clásico del baloncesto, el Madrid-Barcelona, y se va a jugar el derby madrileño. Desde la acera de la ACB se tiene que contemplar con melancolía la pasión con la que se vive el partido del Manzanares, la dedicación de los medios al mismo, la quietud en las calles del país a las siete de la tarde… Por esta vez la culpa no es solo de la superior afición al fútbol de los españoles: el Atleti y el Madrid, los indios y los vikingos, juegan este partido una vez al año. Dos más si la casualidad les enfrenta en la Copa. Ojala que sean otras dos más al año que viene, si el equipo de Aguirre alcanza lo que parece tener al alcance de la mano con permiso de los que vienen detrás: la clasificación para la Liga de campeones.

Pero, en principio, los grandes encuentros de fútbol se producen una vez al año. De manera que todos estamios ansiosos por ver cómo se venga en el Bernabéu, si puede, el Villarreal de aquel 0-5 de la ida. Derbys, grandes partidos: uno al año, por favor. Champán francés anoche en Castellón, gaseosa la Casera en Valencia: y a esperar al año que viene.

El jueves se enfrentaron Madird y Barça, decíamos. Grandes recuerdo. ¿Pero a quién le importa publicitar un encuentro de estas características cuando nos esperan tropecientos? Hay dos partidos en Liga regular, los que vengan de la Copa del Rey, los partidos, como el citado, de la fase regular de la Copa de Europa y tal y cual, Pascual… Y los play-offs: una barbaridad.

Se ha querido copiar tan milimétricamente el sistema de la NBA que se ha hecho un pan como unas hostias. Los yanquis encontraron una solución cabal para un deporte de éxito en un país autista: no existe el resto del mundo. Aquí, aparte de las Ligas nacionales, existe la Copa, de larga tradición. Y existe el continente. Y las competiciones europeas también se han alargado cruelmente, los chicos se saturan de partidos y los espectadores no saben qué coño están viendo. Bueno, se sabe porque los tigres de Dusko llegan hechos unos zorros a las islas y se los meriendan los canarios, por ejemplo…

Ya decía don Jacinto Benavente aquello tan sabio de bienaventurados mis imitadores, porque de ellos serán mis defectos. El baloncesto FIBA debe hacer ejercicios espirituales, como en la época del general Querejeta. Sentarse y pensar en soluciones europeas para los problemas europeos; tantos días comiendo caviar Beluga nos deja el paladar estragado y sin ganas.

Palos en el Manzanares

Uno tiene la perversa costumbre de titular y luego hay que explicarse: ni un mal rollo, oiga. Al menso dentro del campo, claro. Simplemente el equipo de casa, el Atlético de Madrid, envió en dos ocasiones el balón al palo. Eso, frente al Real Madrid, se paga. Resultado, el conocido por todos: cero a dos.

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Planteó Schuster el partido con mucho rigor. Frente a una delantera tan acreditada como la de los rojiblancos prefirió a un lateral puro, como Torres, antes que sacar a Marcelo, más propicio a las veleidades. Al otro lado, Ramos, acompañando a Cannavaro y a Pepe. Era lo justo, cuando enfrente tienes a un entrenador valiente que viene con todo: Simao, Maxi, Diego Forlán y esa fuera de serie que es el Kun Agüero.

En el centro del campo Gago demostró que ya está en condiciones de asumir los máximos galones, Guti que ha perdido brillo y Snejder que es ese delegado que todo entrenador quiere tener en la zona. Enfrente estaba Raúl García, poderoso como siempre, bien apoyado por Motta. Porque el Atlético de Madrid jugó mucho: que le pregunten a Casillas. Y a sus postes.

La cuestión, en un partido como éste, es saber quién explota mejor los errores ajenos. Me imagino que hoy Pablo se irá a la cama sin cenar: sólo a él se le ocurre ponerse a enredar delante de Robinho. La diferencia de velocidad hizo el resto: centro medido a la región de Raúl, desde la que ha hecho tantos goles. Uno más.

Hay que agradecer que nadie se arrugara. Se lesionó Pepe, como era de temer, y Schuster dio entrada a Salgado. Estuvo bien el viejo león gallego, con la que estaba cayendo: para un jugador sin ritmo de competición cumplir es más que suficiente. El Atleti siguió llevando peligro, pero con poca suerte y escasa inspiración: aprovechó, eso sí, los problemas de colocación de Sergio Ramos y de Míchel para dar unos arreones muy serios. Pero hay que meterla, y acaso el complejo de Casillas hizo que la gente ajustara demasiado. La lesión de Simao fue un golpe para los rojiblancos: nadie se explica que ha pasado con Reyes. Nii siquiera a balón parado.

A balón parado hizo el segundo gol Ruud Van Nistelrooy. Un gol esplendido, por cierto, sacando petróleo de un paso de más dado por su defensor. El resto fue poner el pie y pegarla: en el área no se puede dudar. Abiatti no pudo hacer nada, igual que en el primer gol.

Decir que ahí se acabó el partido es mucho decir. Pero yo creo que el Atleti perdió la fe: el Real Madrid de este año tiene una suerte descomunal y eso es algo que empieza a pesar a sus rivales. No cabe duda que el equipo de Aguirre mereció más, pero es una de esas verdades que de nada sirven. Desde luego la victoria no es injusta cuando el equipo que ha ganado tiene un ministro que siempre tiene puesto el traje de conserje, el admirable Raúl, y un ejecutor que nunca tiene dudas, como Ruud. La inspiración de Robinho, intermitente, como es lógico, pudo hacer mucho daño: pero ayer el brasileiro tenía el punto de mira desviado hacia arriba.

De todas las maneras hay que apuntar muchas cosas en el haber del Atlético de Madrid. La ambición, la coherencia del técnico (hubo un momento en que, con Luis García en la cancha y cinco delanteros, me pareció que el Madrid iba a matar el partido en una contra. Rápidamente lo arregló Aguirre) y una estrella de brillo maravilloso que se llama Kun Agüero. ¡Qué cosas hace ese chico, madre! Como dicen en su Argentina natal, lindo haberlo vivido pa poderlo contar

Duelo en el reino de Alfil-Dama

Ahora que está tan de moda El Solitario nos enteramos de la muerte de Bobby Fischer, uno de los grandes genios del ajedrez. Entre quienes no frecuentan el juego de los sesenta y cuatro escaques puede cundir la sospecha de que es un apacible juego para empollones. Craso error: acaso no existe juego más cruel. Es, como todos los grandes juegos, selectivo: hay que tener unas cualidades innatas, que no se corresponden exactamente con la inteligencia: alguna vez he leído que se puede ser un imbécil y un campeón de ajedrez a la vez. Lo que sí es cierto es que es un juego que potencia extraordinariamente la inteligencia de quienes ya disponen de ella.

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No soy un experto. Imagino qu en el imaginario de un deporte en el que se practica la cartografía del universo con nanoprecisión mientras se escucha la balada del imposible amor entre la dama y el alfil hay ha caído una rosa negra sobre la nieve, mientras Capablanca y Alhekine salían a recibir al Quijote americano. Espero, eso sí, la crónica de Fernando Arrabal sobre el suceso: el autor de La torre hendida por el rayo, tal vez la mayor novela sobre ajedrez que se ha escrito en España, era un admirador de Bobby Fischer. Tigran Petroshian, Mijhail Botvinik, Boris Spasky, Víctor Korchnoi, Anatoly Karpov… Hasta la llegada de Gari Kasparov, nadie. Adiós, maestro