Un deportista es aquel que sabe que el triunfo del otro es también una recompensa: la de haber encontrado alguien mejor

Archivo de diciembre, 2007

Baloncesto con los plomos fundidos

Como consuelo, algo más que escaso, a la absurda interrupción de las competiciones deportivas más señaladas, nos queda el baloncesto. Lo fue (consuelo) durante mucho tiempo: a aquel Torneo de Navidad del Real Madrid, que también fue Torneo Philips, hace tiempo que no le queda ni un afeitado. Pero ha sido sustituido con ventaja por la competición liguera, demasiado larga acaso en su fase regular. Eso obliga a comprimir partidos en exceso y a veces encuentra a los chicos con los plomos fundidos. No sé si cabe otra explicación para la segunda parte del Joventut en Vitoria este domingo.

Pero no es el único caso que se ha dado este año, como recordarán los muchos aficionados al deporte de la canasta: los torneos europeos también son demasiado largos y no hay equipo que se mantenga fresco jugando a alto nivel tres partidos a la semana, con un viaje a Europa por medio.

Ésa es una gran virtud de esta Liga ACB que está cumpliendo veinticinco tacos. No es el club de Flo: no hay monólogos. Examinar la clasificación ahora lo explica todo; como, de otro modo, lo explicó el altísimo nivel de cuartos, semifinales y final del año pasado (se podría haber dicho la fase final: más castellano que lo de play-offs, desde luego, y con el mismo sentido). Como televisión española es televisión madrileña salvo algún afortunado despiste, como el de este domingo, tuvimos ocasión de comprobar el altísimo peaje que el equipo blanco tuvo que pagar en Valencia y Badalona, y eso demuestra que esta liga de baloncesto goza de envidiable salud.

De los equipos de la fase final anterior faltan dos ahora entre los ocho de arriba. Faltan dos: la tragedia de este año, el Estudiantes (¿quién concibe una Liga ACB sin el equipo del Ramiro en ella?) y el Unicaja, que está pagando caro el divorcio entre la directiva y Scariolo, el altanero y sabio entrenador italiano que ha encumbrado al equipo. Se ha colado en esa zona un Granada admirable, que tiene mucha tarea para resistir el tirón de los lebreles que tiene detrás, incluyendo entre ellos a los malagueños. Y se ha colado, y de qué modo, el Iurbentia. Ha vuelto el Águilas, señores: no parecía de recibo que una ciudad como Bilbao, grande por tantas cosas, estuviera fuera de la elite del baloncesto español. De ahí a llegar a esta jornada en la primera posición hay un trecho; y han sabido recorrerlo a la orilla de la ría del Nervión. Ahí andan, no sé si en la vieja Casilla de antaño, luciendo la pantorrilla como la sardinera. Que dure: se lo deseamos de todo corazón

La maldición de un apellido

En la historia del fútbol español ha habido casos célebres de mala suerte. Los que se encontraron, por ejemplo, con un muro. Valga como ejemplo don Francisco Gento López, el longevo y fantástico extremo izquierda del Real Madrid y de la selección española durante más de una década. Su presencia condenó al banquillo en el equipo blanco a Manolín Bueno, que lo era (bueno, se entiende), y en la selección a Enrique Collar, que era buenísimo.

Pero que dos porteros, padre e hijo, se encuentren con dos monstruos que les impidan demostrar en la selección su enorme calidad es un caso único. Me estoy refiriendo, como es lógico, a los Reina.

El padre, cordobés, defendió el arco del Barcelona muchos años para pasar después al Atlético de Madrid. Fue un portero solvente, lleno de agilidad y con unos reflejos de asustar. Pero estaba Iríbar, el Chopo, el mozo que pronto será rey, en palabras de Pedro Escartín cuando lo vio jugar en el Basconia. Reina era extraordinario, José Ángel indiscutible.

Ahora se repite la historia. Pepe Reina se hizo en la cantera del Barcelona, codo a codo con Víctor Valdés. En una decisión discutible, pero que honra a la casa azulgrana, uno de los dos tenía que salir a demostrar su talento en otro equipo. Ganó Víctor, que es un gran portero y es catalán. Pepe se fue al Villarreal a demostrar que no era peor, en absoluto, que su colega de juventud. Y de allí a un grande: el Liverpool de Rafa Benítez, en el que es el rey del arco. Ambos han sido campeones de Europa, nada menos. Ahí queda eso. Pero…

Pero está Casillas, que también lo ha sido. Y que es un caso aparte. Probablemente no tiene sentido la discusión sobre quién es el mejor portero del mundo, porque para todo hay gustos: pero Casillas es, sin duda, el más decisivo. No en balde lleva defendiendo la portería de un equipo que lleva años sin encontrar un perfil defensivo, con un genio descuidado en la banda izquierda como Roberto Carlos, que tanto ha dado al Madrid y tantos huecos ha dejado por su banda, con centrales que han sido permanentes objetos de sospecha, con independencia de los éxitos de los que venían precedidos (recuerden a Samuel, y lo que sufrió aquel chico: casi tanto como Emerson). Pepe Reina está, como su padre, detrás de un tipo indiscutible: lo que no deja de ser una desgracia para un porterazo como él. A Iríbar le sacaron una canción en San Mamés, como lo que era, un mito: todos la hemos cantado, porque, en efecto, era cojonudo. A Íker, con toda la razón del mundo, lo hemos canonizado. Así no se puede: aunque pertenezcas a la realeza.

Nos vamos de pachanga

Durante muchos años la Liga española fue una liga normal, como la inglesa: el deporte es un servicio, o industria, o lo que sea, que abre los domingos y fiestas de guardar, porque su esencia, como espectáculo, es entretener al personal cuando no tiene nada que hacer. Luego resulta que los chicos son asalariados, con los mismos derechos, faltaría más, como los camareros o los dueños de los quioscos, que también trabajan los domingos: y apareció la bula de las navidades.

Oiga: santo y bueno. Los chicos son jóvenes, echan de menos a la familia, se supone, y tienen unos días para pasarlo con ella. Ricos, pobres y mediopensionistas, que de todo hay en la viña de Villar. Me parece fatal, naturalmente: me parece hacerse la piruja en unos días que, sin la vieja rutina, pueden ser muy cargantes. Los futbolistas profesionales pertenecen al gremio del ocio: podían aprender de los actores y alzar el telón, aunque haya que tomar las uvas con los espectadores, que son el fundamento de todo.

Y, de repente, conocemos que estos días de asueto los utilizan las federaciones regionales para organizar sus pachangas, más o menos folklóricas. Algunas de intención y calado superior: un Catalunya-Euskadi, sin ir más lejos. Eso sí, con jugadores que paga otra gente, que pueden lesionarse y todas esas cosas.

Todo esto puede tener su carga simbólica, porque es muy bonito defender los colores de la patria chica y tal y cual, Pascual. Me asombra que se siga disparando con pólvora ajena con tanta alegría.

Una sugerencia. En julio comienza el campeonato de Europa de selecciones nacionales. Aparte de que los seleccionados españoles podrían empezar a entenderse una semana antes, ¿por qué no se organiza entonces todo este jaleo? ¿Las sagradas vacaciones de verano? ¿No poner a ningún jugador en la tesitura de elegir entre una selección autonómica y la nacional? ¿O huir de odiosas comparaciones, como la audiencia de un España– Quiensea y un Extremadura- Mauritania? O un Cataluña- País Vasco, sin ir más lejos…

El pequeño Buda

Hay que aprovechar estos días sin competición para analizar, para predecir… Y sobre todo, para extasiarnos: disfrutar de aquello y de aquellos que son distintos.

Permítaseme que cite, por encima de todos, a Iván de la Peña, lo Pelat, el pequeño Buda. Rigurosamente actual: examinen el pase a Luís García en el segundo gol del Español. Ha habido muchos como ése a lo largo de su vida. Una vida deportiva trufada de encontronazos con sargentos de Estado Mayor, esos entrenadores que, en general, sospechan del talento excesivo. De manera que arrancó deslumbrando en el Barcelona de Bobby Robson y Mourinho: hasta que llegó el invierno desde Holanda. No tenía sitio con Van Gal, evidentemente: anduvo dando tumbos por Francia e Italia y parecía un cadáver con 26 años, cuando lo rescató el equipo periquito. Desde entonces ir al Lluis Companys se ha convertido en un placer “distinto” y el Español, de su mano, en un equipo cada vez más temible.

Luís Aragonés lo hizo internacional: acusó la sorpresa de que un jugador de semejante talento no lo hubiera sido antes, pero no ha vuelto a convocarlo. Y es que es un tipo fuera de agenda: el primer descarte de gente como Clemente, Van Gal o el mismo Luís. De la generación de Raúl, me habría gustado mucho verles jugar cincuenta partidos juntos. No va a poder ser.

¿Pero quién es De la Peña? Hay un puñado de elegidos que suenan a algo distinto desde el primer momento que los ves jugar: Beckenbauer, Zidane, Cruyff, Laudrup, Butragueño… Otros que rozan la perfección en todo lo que hacen, y el más claro ejemplo son Pelé y Di Stefano. Maradona y Messi son del primer grupo, Raúl o Iniesta (o el mismo Luís cuando jugaba), salvando alguna distancia, de los segundos. Quizá nada explique mejor la diferencia que una frase que leí en un periódico deportivo de Barcelona hace muchos años, ¡ay!: Cuando avanza Asensi, avanza Asensi; cuando lo hace Marcial, avanza el Barcelona. Marcial era del primer grupo: De la Peña, que es yerno de Asensi, también. Sus pases predicen el futuro, lo inventan: un pase es un segmento fugaz que requiere talento en sus dos extremos. Cuando Iván ha encontrado alguien capaz de entenderle el fútbol se ha hecho arte, el trazo es digno de Velázquez o de Paul Klee: Dios bendiga a Tamudo, a Coro, a Luís García. Por entender que hay una parte del fútbol que atañe al cielo y que sólo sucede cuando a Iván le aparecen las alas.

Es hijo de taberneros, como yo, y eso también crea un vínculo. La pena es que yo cené por primera vez en Los Peñucas cuando él no había nacido: son los malos rollos de la edad. Pero aún recuerdo aquella lubina: no me extraña que el chico sea un genio.

El doctor Bern(a)rd

A finales de los sesenta se hizo muy famoso el doctor Barnard. Cuarenta años después se está doctorando con éxito otro Bernardo, éste de nombre. Así que nada que ver: aquel era surafricano y el de ahora alemán, aquel tenía un cierto aire de galán de cine, como para rodar El pájaro espino, y el papel del teutón en el cine sería, sin duda, Obelix: lo que pasa es que Depardieu es mucho Depardieu.

Algo tienen en común: la especialidad. Lo suyo es el trasplante de corazón.

Yo creo que lo mejor del entrenador del Real Madrid es su capacidad para inventar jugadores que, en algunos casos, ya estaban inventados. Pero que había que resucitar. De su paso por el Getafe me gusta destacar el rescate de Casquero, repentinamente inútil en la galaxia hispalense y tan importante en el éxito del equipo de Torres el año pasado.

Ahora, en el Madrid, destacan con luz propia dos casos: los de Robinho y Baptista. A los dos les habíamos visto jugar y todos sabíamos de su enorme potencial. Robinho estaba, curiosamente, en la lista de transferibles y Julio se fue a Londres a cumplir otro año a la sombra: no había triunfado en el Bernabéu y no lo hizo con los gunners. ¿Qué fue del chavalito del Carranza? ¿Habíamos soñado aquellas dos temporadas de Julio a las órdenes de Caparrós?

Ahora están aquí. En su sitio. Como si alguien les hubiera trasplantado el corazón.

La última duda sobre Schuster como entrenador tenía que ver con la duración de sus proyectos: no se podía olvidar su trepidante primera vuelta con el Levante y la lenta agonía de la segunda. El año pasado pasó esa prueba con nota. Y va a hacer falta: entrena a un equipo de largo recorrido, con compromisos enormes en el mes de mayo, si hay suerte. Como observaba agudamente un lector, quizá conviniera jugar la Copa de Europa en paralelo con la de África, en invierno: en julio los mejores jugadores del mundo han dado casi todo lo que tienen. Esperemos, por el bien de todos, que lleguen convenientemente exprimidos por los éxitos de los equipos españoles: llegarán, al menos, eufóricos. Y la euforia es un motor soberbio.

Ni siquiera es un derby

El encuentro entre el Barcelona y el Real Madrid debería servir como pretexto para desearnos un bon Nadal y/o una feliz Navidad. Está claro que no es un partido más, pero de ahí a que llevemos dando la matraca tantos días y con tantas naderías va un abismo, y los periodistas deportivos deberíamos hacérnoslo mirar. Vale, vende: pero nos estamos condenando a ser portavoces de lo peor y pregoneros del vacío.

Cuando no de otra cosa. Durante mucho tiempo ha funcionado, como un cliché, que blancos y azulgranas son el estandarte de dos Españas: si se lee un poco bien, de las dos Españas. Una más tradicional y otra más a la page, más moderna: no sorprende en absoluto que Aznar sea del Madrid y Zapatero del Barça, porque parece el papel de cada uno. Los denodados esfuerzos del president Laporta para explicar que los españoles no pintamos nada en su feudo no desaniman en absoluto a quienes son fieles a una idea que no existe.

Y, después de todo, no es más que un partido de fútbol. Ni siquiera es un derby.

Y en lo que toca al corazón, no creo que la alegría o el desaliento sean mayores que los que experimenta un almeriense con la derrota de su equipo o un asturiano con la victoria del Sporting. Todos tenemos un corazón.

Y siempre está a la izquierda.

Por lo demás, la bella falacia de que un club es más que un club transforma en algo más que un club a cualquiera de los equipos de primera, segunda o tercera: incluyendo a mi querido y desalentado Burgos. Parece de recibo que dejemos las cosas como están: un partido más entre dos equipos con muchos seguidores. Y que gane el mejor.

Valió la pena

La jornada nos ha deparado muchas cosas: la incapacidad del Valladolid para escapar de la zona de hule, a favor de un Betis achaparrado y crecido en la esa filosofía de la resistencia tan divertida; el enorme poder del Español, dirigido por un espléndido entrenador, el respiro del Dépor en Valencia, la extraña debilidad del Zaragoza

Es igual. El tema en las casas, en la mía también, era el Barça-Madrid. Y de eso vamos a ocuparnos con urgencia.

Quede constancia, en primer lugar, de que fue un espectáculo que valió la pena. Vamos, que tiene música. Un partido jugado de poder a poder, pero en el que las órdenes las dio siempre el equipo blanco. Eso quiere decir que el Barcelona jugó a lo que le dejaron. Y esa es la peor noticia para un grande. Rijkaard puede aprender la lección para el partido de vuelta: pero necesita trabajar tanto el menú como lo hizo su rival durante esta semana. Y no le veo muy trabajador al holandés: en cuanto le sacas de su rollito primavera se pierde un poco.

El partido se decidió por un gol cuando el primer tiempo declinaba, que es cuando hace daño. Se produjo un hueco en la banda derecha del Barcelona, la de Puyol, atraído probablemente por algún canto de sirena de esos de Robinho. Fue ejemplar: una pared en la que hubo dos toques sin dejar caer el balón al césped, y esa velocidad, que es mental y física y que sale de muchas horas de laboratorio, dejó a Baptista solo ante Valdés. La ejecución, perfecta, a la escuadra: la asistencia, ese término de baloncesto tan gráfico, de Van Nistelrooy.

Pero el partido se había ganado en los vestuarios mucho antes. “No dejéis que el Barça juegue a lo que sabe”. ¿Qué sabe? Venir de los extremos al centro y explotar allí el talento pasador de Xavi e Iniesta, la velocidad de Eto´o y las segundas llegadas. El Barcelona fue condenado a jugar por las bandas. Acaso alguien echó de menos a Belleti o a Gio: ni Abidal ni el gran Puyol tienen la velocidad o la pegada suficiente para hacer daño a una defensa que se doctoró cum laude. Por el centro no había nada que hacer: la superioridad física de Diarra y Julio Baptista, más la paliza que se pegaron Snejder y Raúl, dejaron los plomos fundidos a la línea de luz del club blaugrana.

Modélico el marcaje de Ramos a Ronaldinho, modélico partido de Cannavaro en los uno contra uno, insuperable Heinze, una fuerza de la naturaleza Pepe: ¿hay quien dé más? Sí: la guinda. Delante y detrás.

Curiosamente, el Madrid tuvo más ocasiones que el Barcelona: por esta vez no fue la pegada lo que definió al equipo de Schuster, que debió matar el partido en el segundo tiempo. No lo hizo, y teniendo enfrente al Barcelona, fue muy grave: el maravilloso Bojan estuvo a punto de cambiar el signo del partido cerca del final. Lo que pasa es lo que pasa: Casillas, ya se sabe…

Me queda, para finalizar, una sorpresa táctica: lo lógico es que los niños salgan a desgastar rivales de principio y que dejen el remate de la faena a los maestros, justo cuando a los toros les falta el resuello. El grito de “Niños, al salón” lo dio Rijkaard al revés: me parece duro que Giovanni, un recién llegado, lleno de clase pero recién llegado, intente quebrar la marcha de un partido claramente adverso. Lo mismo digo de Bojan Krikic, esa perla absoluta que no puede pasar de la escolanía a la Scala sin que se note.

No jugó Guti. Yo, que soy del rubio a muerte, lo entendí perfectamente. Guti jugará muchos partidos este año, pero éste no era el suyo: se trataba de un partido de sacrificio, de acoplarse al juego rival hasta desmontarlo: y a fe que las cosas le salieron rodadas al técnico alemán. Cuando sea el Madrid el que tenga que hacer la propuesta Guti será imprescindible. Y ese día llegará. Pronto, por cierto.

No me importa acabar celebrando la grandeza del caído. El Barcelona lo intentó siempre, aún sintiendo en sus carnes que no era el partido previsto y que no se sabían el guión. Excelente el trabajo de Yaya Touré y bien los demás. Pero sin brillo: el alarde final de Iniesta en la banda fue la demostración más palpable de que hubo más jugadores que juego. Y eso lo explica todo.

La prueba del nueve

Juegan Rácing y Sevilla un partido que es un test. No sólo de las aspiraciones de cántabros e hispalenses, sino de filosofía: mala suerte que se haya retirado Sócrates, aquel brasileño de pies de japonesa, porque podría haber echado una mano.

Se enfrentan el poderoso equipo de Nervión y el mucho más humilde de El Sardinero. El Sevilla de José María del Nido hizo caja: vendió las sucesivas perlas de la corona, dejando a un lado cualquier tentación de romanticismo, y con los muchos euros rescatados de la venta de Reyes, Ramos y Baptista montaron una armada práctica, elegida por el ojo infalible de Monchi y trufada con los excelentes productos de la tierra: Navas, el pobre Puerta, Dieguito Capel… Ese equipo, el mejor de Europa dos años seguidos y campeón de su grupo en la Liga de campeones, anda dando tumbos en la Liga española: pero da miedo al miedo. Queda por saber si el traje hecho a medida para Juande Ramos no le viene un poco grande a Manolo Jiménez quien, a decir de la grada, sólo necesita una bragueta holgada.

Enfrente está un auténtico vino de autor. Se presumía el año pasado, en el arranque liguero, que los chicos de Portugal se iban irremisiblemente a Segunda, y casi entran en Europa. Se atribuyó casi todo el mérito al dúo Sacapuntas: pero el más alto se marchó a Valencia y se quedó el bajito Munitis sin poder decir aquello de “veintidó, veintidó, veintidéveintidóveintidó…” No en balde el cómico se hacía llamar la Pulga de Torrelavega, nombre que sólo cumple al gran Vicente Trueba, pero que tiene un indudable sabor a la Montañuca. Así que para este año se esperaba el desastre anterior. La directiva, fiel a su criterio, encargó el nuevo barco a otro entrenador de éxito: aquel Marcelino que dictó una lección de fútbol en el Bernabéu al flamante seleccionador nacional británico.

Se enfrentan, pues, un equipazo con un entrenador poco rodado, que acaso rompa la maldición de los segundos, como hicieron Mourinho y Del Bosque, pero pocos más, y un equipito apañado que sigue deslumbrando. Con chicos de la casa, como Munitis o Colsa, con un portero en el que nadie creía y que se está saliendo, como Toño, y con un estilo: inteligente, meditado, incómodo para el rival y eficaz. Muy eficaz.

A ver qué pasa.

Sangre y horchata

Que bien podría haber sido un título de novela para Blasco Ibáñez. Salvo que esto es una farsa o, más bien, una ópera bufa: a la orilla, eso sí, de la misma Albufera que sirvió de tema al autor de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”.

Que bien podrían ser el enterrador, su ayudante, el conductor del coche y el empresario de pompas fúnebres. Al que llevan a enterrar es al Valencia: un excelente trabajo de los señores Koeman, Bakero, Ruiz y Soler.

El difunto ha caído de cuatro puñaladas, porque todo un curso de intoxicación por monóxido de Carboni fue insuficiente para agotar la salud del pobre. Ahora sí: sin fallo. Como en la vieja copla, “la maté porque era mía”: eso, al menos, dicen que canta el pobre niño rico. Un cuchillo para cortar las Flores, otro en todo el Cañete, uno más en el Ángulo derecho. La cuarta, como no podía ser menos, se la ha llevado David Albelda.

Don David Albelda. Como muy bien ha dicho en rueda de prensa, no tienen categoría para humillarle: ni a él, ni al gran portero manchego, ni al bravo “chato” asturiano ni al joven y brillante entrenador defenestrado. No le faltarán novias a ninguno: no será el veterano capitán el que pierda dinero en esta operación.

De manera que lloraba por otra cosa. Así se arreglan las cosas: a la calle el que sienta los colores. Para la operación no podían traer a Hércules, el que limpió los establos de Augias, y se han tenido que conformar con Tintín. A su lado un capitán Haddock sin barba y, al frente de todo, un tipo que, por el nombre, parece el mayordomo. Y por el bigote parece a la vez Hernández y Fernández. Igual de torpe.

Suerte, chicos… Y suerte al valencia: de esto también se sale.

Samaranch, el hombre adecuado

Ahora que Juan Antonio Samaranch ha sufrido un episodio de hipertensión (de alta tensión ha vivido muchos) me parece oportuno dedicar unas palabras al hombre más importante del deporte español. Entiéndase: no el mejor deportista (creo que fue un mediano jugador de jockey sobre patines), ni el más querido; simplemente, el más importante. La punta de lanza de una vasta conjura española para traer a nuestro país unos juegos olímpicos, cuya sede no admitía dudas, por cierto: Barcelona.

Me gusta recordar esa conjura, que atravesó limpiamente no sólo cambios de gobierno, sino de régimen. Samaranch trajo oxígeno, modernidad, estilo y relaciones internacionales a la Delegación nacional de deportes, que ocupó después de Elola Olaso. Era, digamos, otro mundo: estaba en el franquismo, pero no era exactamente “del” franquismo, más allá de las obligaciones impuestas por el anacrónico vestuario de entonces. No conozco su pasado, y probablemente no lo necesito. Llegó y empezaron a cambiar las cosas, suavemente. Aportaba, desde luego, otro estilo, menos montaraz, menos ligado a la eterna furia española que Dios confunda, más cercano al seny de su Cataluña natal y más exportable. A su debido tiempo, y tras un paso fugaz por la Diputación de Barcelona, cogió la maleta y se fue a Moscú: allí se iba a celebrar la olimpiada del osito Mischa, la de 1980, la que sobrevivió al boicot americano. Y allí, por tanto, se iba a cocer la herencia de Avery Brundage: nada menos que la presidencia del Comité Olímpico Internacional. Se trataba de algo muy americano: the right man in the right place.

Nadie discutió la posición de Samaranch en Moscú: era cuestión de Estado que nuestro catalán alcanzara la presidencia. Me parece una lección admirable de política, en la que los intereses del país están por encima de los hombres que ocupan el poder. Y Samaranch llegó a la presidencia del C.O.I., que era lo importante: y unos años después el vicepresidente Serra y el alcalde Maragall recogían los frutos de tanto, tan cuidado, tan meditado trabajo que había empezado en el impresentable Régimen anterior.

Ahora está por detrás, como siempre, moviendo hilos a favor de la candidatura de Madrid. Pocos elogios más serios que la bronca que le ha echado su hijo: “Tiene ochenta y siete años y vive como si tuviera cuarenta.” Anda con la tensión alta, ya ven: ¿adónde hay que firmar para que digan lo mismo de uno?