Por Miguel Fernández-Palacios Gordon
La tauromaquia tiene que acabarse. Y, más temprano que tarde, se abolirá.
¿Por qué dilatar el maltrato animal y el tormento en el tiempo? ¿Por qué no se actúa con valentía y se proscribe ya? Seguro que quien dé ese paso justo será recordado y, al poco tiempo, esa prohibición se verá con total naturalidad, con la misma que hoy se ve la ley antitabaco, el carnet por puntos o el matrimonio homosexual.
Zapatero, en su día, se atrevió a modificar costumbres que parecían consagradas y estas reformas gozan actualmente de total reconocimiento. Es más, hoy nos parece inverosímil que, en un pasado reciente, se pudiera fumar en locales atestados de gente, que quien tuviese dinero pudiera infringir cuanto quisiera el código de circulación y sólo pagar la correspondiente multa, o que los homosexuales no gozaran de los mismos derechos que los demás.
Si alguien tiene la valentía de prohibir los toros, dentro de muy poco no podremos creer que algún día se permitió la cruel tortura de un animal para divertimento de la gente.