«¿Me preguntaste alguna vez qué sentí aquella vez? ¿Cuál de todas, amigo? Cuando mi abuela intentó enseñarme a hacer ganchillo, a manejar las agujas y la lana, la rítmica de la vida, la rítmica que se acoplaba al corazón y el cerebro. No recuerdo que nunca me hablaras de aquello, amigo. Era puro optimismo. Un optimismo diferente. No un optimismo de anuncio de televisión ni de película navideña en un mediodía de agosto en la televisión pública. Era aprender a hacer algo con las manos, con mi abuela».
Mi abuela ya no podrá enseñarme y yo no podré nunca aprender. Pero hoy lo cuento porque al leer Nos queda lo mejor de Isabel González me ha recordado aquello. En Páginas de Espuma se atreven con los relatos cortos, con los cuentos, también son optimistas. El rap del optimista. Las palabras que no se escupen, las palabras que se esculpen. Isabel González mira el folio en blanco y ve, como los grandes escultores, la historia que esconde dentro el folio en blanco. El universo está inmóvil, detenido, cuando Isabel González se pone a escribir. Deja, el Universo, con mayúsculas, el Universo deja, repito, que Isabel recoja las historias como quien se acerca a un árbol con la fruta madura. A la cesta se lleva lo mejor. Un buen título para un libro de cuentos. Dice Isabel que creció en una gasolinera. A principio de siglo, del XXI digo, los poetas postmodernos, los modernos, los situacionistas, los del realismo sucio, todos estaban dentro de la gasolinera o fuera de ella, pero todos pendientes. En una gasolinera solo puede estar Isabel González y Fernando Alfaro, el de Surfin Bichos.
Doce cuentos. Cuatro estaciones. El verano de la piscina y el sexo por inercia, el sexo de temporada -en invierno es el sexo por ahorrar, por recortar la calefacción, en invierno y primavera, si hay suerte, la lluvia anima-, dicen que el verano es más permisivo con los chistes verdes y con la infidelidad. No me acaba de convencer el verano. Es una época para gente bella o para gente que no tiene vergüenza de su físico. No estoy en ninguna de esas categorías. Fiestas de pueblo. Recuerdo a la especialista en cuentos sobre fiestas de pueblo, Aloma Rodríguez. Siempre hay una fiesta. Siempre que existe un salto temporal me acerco con cautela a Giovanna Rivero y, como es colega de escudería, Liliana Colanzi.
«Estás hablando demasiado de ciencia-ficción, Octavio. Pero debes entender que, para mí, que vivía en Zaragoza, acabar pasando el verano en una piscina de un pueblo de menos de dos mil habitantes y contemplar la compleja geometría no euclídea que se forma alrededor de una piscina por las señoras jubiladas que no se mojan o se mojan, pero nunca la cabeza, es casi como buscar valor a la cuarta Ley de la Robótica de Asimov. ¿Y eso qué tiene que ver con el libro, Octavio? Tiene que ver, tiene que ver. Deberías leerlo».
Todos tenemos días en los que cantamos el blues de George Costanza, todos tenemos meses que no queremos hacer el amor y meses que nos morimos por follar, en el que confundimos ser profesor con payaso y escritor con columnista/crítico literario. Extraño Zaragoza de la misma manera que mi padre extraña Luesia. Porque allí fuimos felices, pero también lo somos donde estamos ahora. Isabel González nos da de comer a los hambrientos de buenos momentos, a los que nos gusta utilizar la mirilla que se forma al quemar un poco el papel con nuestros ojos cotillas, es una escritora de las que calientan la olla al fuego y la apagan justo un segundo antes de que se desborde, dejando que un poco de la espuma caiga sobre la vitrocerámica. Si les gustan los relatos que se pueden abonar con esa espuma, disfrutarán con Nos queda lo mejor.