Algunas palabras sobre Plantéate esto de Chuck Palahniuk

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Esto va más allá del Club de La Lucha y de aquella historia con la que se abría el libro de relatos Fantasmas, un cuento sobre una piscina y un desagüe a la que todavía tengo pánico. Una historia que guardo a buen recaudo en el local bajo mi habitación, donde, como un libro maldito de la mitología borgiana, todo lo que altere mi salud mental está escondido entre otros libros aparentemente iguales. Pero los libros de Palahniuk no son iguales a los de los demás, como tampoco lo eran los de Foster-Wallace o Meridiano de sangre de Cormac McCarthy o los de Dennis Cooper… ni el verdadero Bret Easton Ellis, el que dejó su alma en forma de sangre con alto contenidos de alcaloides sobre los párrafos fragmentarios de Menos que cero.

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No vean las películas o, por lo menos, lean también los libros. Disfruten del sabor doble de la maldad. De la vida que es literatura. Escucha a Palahniuk, dando consejos que no le has pedido, consejos que consumirán tu cuerpo durante dieciséis segundos, los que duran los compases de la versión de Dulce Jane de los Cowboy Junkies.

La sangre de Stephen King sobre su propia firma. Acércate al escritor, lleva una torreta de sus libros, incluyendo ediciones baratas y raras, hazle firmar y firmar. Consigue que el callo de sus dedos se destroce. Mira cómo caen las gotas de sangre. Sangre de mano, sangre que vale -no es la misma que le cae de la nariz a Easton-Ellis, pero bastará-, sangre de la que extraer ADN perfectamente válido. En unos años tendrás un clon de Stephen King o de Chuck Palahniuk que te cuente historias de terror por la noche. ¿Quieres escribir? Se acabó la distancia era de 50 kilómetros o el tipo medía un metro ochenta. Nada de la temperatura era de 20 grados. Escribir es barato. Escribir es empezar cada día una nueva aventura. Tanto papel en el suelo, tantos documentos en la papelera. Al menos no cuesta dinero. Solo te arranca a tiras lo poco que no se te ha llevado la monotonía de las ocho horas. Suerte que tú tienes ocho horas y te las pagan. Vicodin o tramadol, valium, efedrina, café e ibuprofeno. No bebas, ya bebiste suficiente antes de querer ser Palahniuk o Vila-Matas. ¿Extrañas Buenos Aires? Miras por la ventana y no hay ni lluvia ni neones. Hace calor en la habitación. Imprimir cuesta más tiempo que escribir. Enviar por correo postal es más caro que comprar un libro por Amazon.

Me gustaría, ¿te gustaría a ti? El qué, todavía no me has dicho de lo que estamos hablando. Relatos por dinero. Sí, claro. Pero cuándo comienza y cuándo acaba un relato. ¿Tiene que tener un giro final? ¿tiene que suceder algo? O solo describes el espíritu. El espíritu es una maleta llena por un gato desaparecido. O un final escabroso. O un cuento sin final. ¿Me vas a pagar dinero por esto, Chuck? Se supone que eres tú el que me lo tendría que dar, Octavio. Dame un abrazo, dame un café grande de una cadena que cerrará pronto su local en el Centro Comercial en las afueras de la ciudad, el Centro comercial que cerrará también pronto. La muerte es como una larga lectura frente a un público escaso. Si no hay lectura mal y si la hay, peor: dura mucho y es dolorosa. Si todo deja de temblar, si me cuerpo deja de temblar, entonces haré temblar al mundo.

Repetición y estribillos, la cultura pop, Andy Warhol y Bonanza. Las tres reglas del Club de la Lucha son cocaína, Bowie y Tinder. Utilizamos como items, todo lo que tiene que aparecer en tu cuento, en tu novela, ya ha aparecido en otras pero en otro orden. Imagina un puzzle con las piezas modificables, con límites termoplásticos, domados por la mano precisa de un solitario en un sótano mal iluminado. Pero ahí tenemos magia.

«Somos monos con máquinas de escribir, el tiempo es infinito, porque nadie está, en realidad, esperando lo que produzcamos. Elevamos muros, aseguramos los cimientos, tenemos dinamita. En realidad tenemos más dinamita que ideas, ¿verdad, Chuck?»

Paro el tiempo. El cronómetro del móvil, la alarma del móvil me dice que pare, que guarde en documento, hay que duchar al hijo, preparar la cena, acostarse a una hora prudente. No hay luz natural. La luz artificial me da una excusa perfecta para ingerir píldoras con el tema de la Vitamina D. Líneas en blanco, volver a noches de papel machacado y mezclado con agua sucia, folios reciclados, cuadernos que te compra tu madre, así se escribe mejor. Novelas pulp, minúsculas, baratas, pornografía mexicana de frontera, la que le gustaba tanto a Espectro de Seda. Espectro de Seda I, la madre de Espectro de Seda II. Espectro de Seda, Sally Jupiter, disfruta en su retiro, en una residencia de ancianos, sabiendo que varias Biblias de Tijuana la han utilizado como personaje principal. La narrativa y las instrucciones son válidas para el cine, los tebeos y la literatura. Algunas herramientas son intercambiables. La mayor parte de las ideas son irrecuperables. Pero siempre hay belleza en la palabra. Es una cuestión de combinación.

 

El modelo social, acudo a Enrique Vila-Matas: escritores que hablan de encuentros de escritores. El potencial lector es un tipo que también quiere ser escritor, así que le gusta leer sobre esos asuntos. Les regalas plastilina, les regalas sueños. Palahniuk propone una plantilla. Yo propongo una plantilla a mis alumnos. Unidades didácticas. Seguir un esquema, organizar las sesiones en actividades o situaciones de aprendizaje. Saco una baraja. Saco el fajo de las Estrategias oblicuas de Brian Eno y Peter Schmidt, “Dale la vuelta”. No le veo aplicación. Sigo escribiendo. Me gusta la idea de utilizar el discurso sorpresa de los de la autoridad en asuntos técnicos. Me hace recordar el episodio del Príncipe de Bel-Air en el que el tío Phil saca a Carlton y a Will de un lío en unos billares.

¿Asesinato de los padres? La literatura en España funciona con los cuarentones que han sido padres tardíos y entran en estado casi mesiánico por la fuerza que les otorga su nueva condición. Libros y libros que hacen sonrojar a todos los demás lectores, sean padres o sean hijos. Emocionan, quizá, a sus madres. A la mía. A mi padre, que es un sentimental. Mujeres. Una facción. Padres de más de cuarenta. Otra facción. Jóvenes que van a ser jóvenes para siempre.

«Funcionarios que escriben por las tardes. No salen de su cuarto. No salen de su calle. No salen de su familia. Venden sus libros como se vendían las maquetas en los ochenta. A los amigos, a los colegas, a sus tías. Es una propina encubierta. Pero mi tía no quiere leer nada sobre tripas ni sobre relaciones sexuales con una muñeca. La narrativa del descubrimiento es casi un experimento alucinatorio. Prefiero el miedo a dejar de ser hijo».

Alguno de los más bellos poemarios se han escrito tras el fallecimiento de un progenitor. La captura de esa ausencia la puede realizar con excelencia la buena poesía. Poemarios de amor filial. Poemarios de ciudad y de viaje. Pienso en Enrique Cebrián o Alfredo Saldaña.

Una reunión de alcóholicos anónimos. Eso siempre funciona. Pero en España nadie tiene muy claro dónde se realizan esas reuniones. La publicidad y la facilidad de acceso en Estados Unidos o en la ficción cinematográfica norteamericana resulta epatante. Prácticamente una sesión en cada calle, cada día. En mi pueblo tenemos menos horario de paso para el autobús de línea que lleva al pueblo más grande, donde hay supermercados con marca blanca o a la capital, donde tienes centros comerciales que están siempre al borde de cerrar. Pero aquí nadie deja de beber.

«Los patrones de un chat erótico en los noventa es otro esquema básico, como unos Cantares de Ciego, repetidos con gracia por una señora mayor en casa, con bata, fumando y planchando la camisa de su marido en paro. Porque en los noventa se podía escribir sobre mujeres en bata que fumaban y planchaban camisas mientras recitaban guarradas por teléfono».

Instrucciones en una computadora, What if? Árboles de decisión para el telefonista que quiere que nos cambiemos de compañía de móvil. Lo mismo que los programas de Teletienda. Algunos que se siguen repitiendo en bucle hoy en canales ilegales que emiten por antena. Canales que se han quedado anclados en el tiempo. Canales que solo conoces cuando pasas una noche en un hotel barato y la televisión de la habitación está sintonizada de manera mecánica. Vendedores de teletienda, productos de teletienda, que se quedaron atrapados en un loop infinito, espacio temporal. La programación a la carta ha eliminado la sorpresa y ha encumbrado el ahora. Nadie tiene que estar atento, puedes perder el tiempo. Tu historia favorita siempre va a estar allí. Es como un libro de Palahniuk, como un libro de Palahniuk en una biblioteca pública. Vuelvo a la teletienda y a los programas que empezaban de madrugada, cuando terminaba la pornografía de bajo coste y se prolongaban hasta el día siguiente, con las primeras luces. Es un afterhour literario. Un lagar con antigüedades, cualquier buen escritor colecciona y las colecciones son una excusa para esconderse. Para encontrar caminos que unen a la civilización occidental.

Dinero y relatos cortos. Carl Jung. Tu padre. Vuelvo a unos párrafos antes. Sastres y rebajas. El olor, el sabor. Anorexia. Enfermedades no superadas del todo, adicciones mal curadas, cerveza baja en alcohol. Pero con alcohol. Un ex-marido de Jane Fonda que habla de comunismo jugando al golf, de deportes anarquistas en un jardín. Anarquismo de jardín vs comunismo de salón. Tics nerviosos, siempre en el límite de la neurona. Ese es Palahniuk y así escribe, provocándote sinapsis inesperadas. Nunca más desscripciones de gente que parece salida de un robot o una inteligencia artificial.

Un robot que, directamente, produzca cuentos. ¿Y si yo fuera uno? ¿Lo sabría? Una simulación eterna y circular de lector, autor y crítico, todo programado, todo alimentado con los datos adecuados.

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