Los versos sáficos de Christina Rosenvinge (Primavera Labels, 2023)

Pensarías que el camino de la Rosenvinge estaba totalmente trillado y encontramos una banda sonora de un espectáculo teatral que es una de las mejores colecciones de canciones pop del lustro: guitarras, cajas de ritmo, bossa nova, folk a lo Vainica Doble, pianos y rumba, incluso trip-hop. Yo no espera tanto, pero me arrepiento de haber dudado de ti, Christina. Como si alguna vez me hubieras fallado. Aquí se puede comprar El libro de canciones editado por Primavera Labels.

Un piano, un piano de teclas como las que hicieron soñar a los oyentes de Golpes Bajos, a los susurros de Françoise Hardy, con coros que se confunden con efluvios de sintetizadores. Musas en “Ligera como el aire”, más bien oráculos, donde los gases nobles se introducen en el cuerpo de las sacerdotisas hasta que el tiempo se fragmenta en décimas de segundo. Como el aliento de Aute, ¿recuerdas, Christina, aquel cielo mediterráneo, tan protector? Entre Hydra y Tánger, entre Diane di Prima y Sharon Robinson hay un “Poema de pasión” con guitarras eléctricas y acústicas, con melodías de los noventa, olvida los versos, dame una década más, una década menos. Llevas conmigo desde el principio, te devolveré cada moneda que puse bajo la lengua de mis amigos ausentes. La interpretación vocal, con el ruido tras el estribillo, con el órgano que amamanta, es puro pop, es, como usar “Morir de amor” en una canción. Hubo un momento en el que la Rosenvinge trazó una línea con mano firme entre la calle de la Cera de Barcelona y el Albaicín de Granada, con la rumba psicofolk al modo de los tocadores con los que se acompaña Lorena Álvarez y la tradición de sangre y púas negras de Violeta Parra, siempre esperando que los caballos traigan un órgano hammond sobre el que reposar el estribillo, la voz de María Arnal es un rugido calmo, como la madre que tributa a los dioses por sus hijos, Canción de boda son palmas, auroras y barro. ¿Qué tiene la copa más que veneno? Una belleza absoluta que deja la garganta con sed de vida y hambre de muerte.

Las programaciones de Himno a Afrodita son tan hipnóticas que uno no sabe si está buceando en el helio de Anita Lane o rezando a la Santa Muerte en una esquina de Bristol junto a la sobrina de John Constantine. Súbito papel de plata ennegrecido en el camino hasta que todo flota, como una carroza animada por la tierra negra, por Odetta jugando con una caja de ritmos robada a Beth Gibbons. Fría y acompasada, como una chatarrera de sangre y cielo, ¿extrañas a Justo, Christina? Y con Fragmentos, una guitarra limpia y eléctrica, lúbrica, de palabra única, potasa que pide ácido, hasta que se abre el bosque como si fuera una plaza donde convergen todas las mentiras del mundo, con un juego vocal, sacrificio de minimalismo, como un disco de Sugarbabes, de esos que todos decimos haber escuchado alguna vez, cuando en realidad nos pegamos las horas escuchando los cantos de Yocasta que compuso Rafa Berrio. Arreglos imposibles, voces de malas semillas, teclados que suenan como violines moribundos. La última vez que vi a la Rosenvinge en directo ya parecía tener a Warren Ellis en la banda. Ahora va mejor acompañada con Irene Novoa en bajo, teclados y coros.

Será ese cabaret de Jessica Lange con piano y vodevil arreglado por Lucía Rey, pregunta a la luna, donde dicen que Jesús duerme la mona desde que volvimos a creer en las solícitas y vengativas gorgonas. Las criaturas del bosque, pequeñas hadas en endecasílabos se ríen en Hoy duermo sola, ¿quieres ser vampiro o manzana que morder? Rock entomológico, rock de República de Weimar en la Selva Negra. No necesitas más que los arpegios de una guitarra, un mordisco de rojo en “La manzana”, la banda con la guitarrista Amaia Miranda funciona hasta en los momentos más íntimos. Ya sabíamos que a la Rosenvinge se le dan muy bien contar pequeñas fábulas, “Pajarita”, casi ha creado un canon que han seguido otras intérpretes, un simple silbido y un chau, nos vemos pronto. Alpiste y amplificadores de un watio, y una percusión minimalista de Xerach Peñate y casi con el ritmo de bossa nova. Estaba Teresa Iturrioz y estaba, sobre todo, Andrea Echeverri, así, sin más, encontrando El Dorado dentro de su propio vientre.

Cerrar el disco con una máquina de ritmos y haciendo spoken word en Contra la épica, con una fría comisura de sintética estrofa sáfica, un fraseo que pensarías que sigue a León Benavente, pero que, en realidad, ya la hacía Lydia Lunch en Nueva York al frente de Teenage Jesus & the Jerks, cuando no había olas y se juntaban con Lucy Sante y Patti Smith, apartando jeringuillas para leer a Rimbaud como si fuera un clásico griego. Sube la intensidad, como un italo-disco con voces de Siouxsie Sioux saliendo de una catacumba, gritos del Olimpo, la mujer maravilla con cuero negro y botas de tacón, percusión, besos y virtudes. Toda esa belleza se desliza, como nuez amarga, como nata de adormidera, hasta el sueño de las Amazonas. Se acaba y quieres volver a empezar

El concierto será el 10 de enero a las 19:30h en The Music Station, info aquí

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