No seré yo quien te juzgue: Corcobado y la música prohibida


Todas las fotos de las vacaciones de Françoise son de Jose Vizcaíno y otras de mi colección particular

Después de la reseña que apareció en el Heraldo de Aragón (Suplemento Artes&Letras), repasamos en Motel Margot la vida y la obra, el ángel que nos protege, con las alas dentro del abrigo. Repasamos La Música de prohibida de Javier Corcobado.

(MAROTRAVEZ vs EL Mar no cesa)

«El título elegido proviene de un tema anterior, El mar no cesa, que había aparecido en aquel primer EP (que contenía versiones maxi de temas como Héroe de Leyenda o La lluvia gris): una anécdota de ese título es cómo aparece: Bunbuy, entonces todavía Enrique Ortiz de Landázuri, acude a Linacero, la mítica tienda de discos zaragozana, en busca de un disco de la primera banda de Javier Corcobado, Mar otra vez…no recuerda bien el título y la confusión dará título a su primera entrega en larga duración»

A veces sólo hielo, sólo miedo. (Sergio Algora)

En el año 2006 o en el año 2007 le regalé a Sergio Algora un single de Ana D. por su cumpleaños. En la cara A Recordando en la B Velero lleno de estrellas y bahías. Las canciones las habían escrito Ibon de Le Mans, Ana D y las palabras eran de Javier Corcobado. El mismo Algora pinchaba el single de Puerta del Amor de Nino Bravo. Excéntrico en el recuerdo, Corcobado grabó una versión escalofriante en su primer LP en solitario Agrio Beso (1989). Bonus track: ¿Por quién estás influenciado? Estoy influenciado por Robert Smith, don Melitón, Rafael Alberti, Elizabeth Frazer, los hosteleros mujeriegos, Juan P. Corcobado, La metamorfosis del vampiro, tres mujeres con corsé, Pablo Neruda, David Sylvian, las jotas de ronda, la conjunción de las faldas de tubo negras con dos botas de agua amarillas y dos brujas: una buena y otra mala. (Entrevista de Jesús Jiménez a Sergio Algora, 1986)

«En la Caja de los Hilos y en el Sopa de Letras Corcobado dejando a su espalda/ los juzgados de los hombres /golpea en la puerta trasera del cielo/y enhebra un hilo de morfina/para zambullirse en la caja final».

Dorado novecientas noventa y ocho veces: Raphael en el Teatro Español de Barcelona, Nacho Vegas como un clónico sin saxofón. Mariángeles Cuartero preparando el zumo final. Antes de nada, antes de nadie, estuvo Corcobado. Dorado novecientas noventa y nueve veces. Dorado mil veces. Javier Corcobado cantando a Leonardo Flavio, a Armando Manzanero, a Manuel Alejandro. Las verdades palabras. Dorado mil y una veces. Dorado mil y dos veces. Javier Corcobado duerme dentro de una pesadilla de Arthur Brown y bebe sopa de amianto, sopa de letras perdidas. Dorado mil y tres veces. Dorado mil y cuatro veces. Caballitos de anís. Las versiones de Nat King Cole. La lucha enmascarada, el tatuaje final. Gaisnbourg, Scott Walker, la muerte de Raphael. San Pascualito Rey. Dorado mil y cinco veces.

Principio de incertidumbre: El rostro solo existe con la luz. Si lo iluminas, si muestras interés por algo o por alguien cobra vida. Pero el amor es al contrario. En el momento en el que posas tu mirada, tu corazón, sobre la otra persona, se aleja, es inevitable. Es la desazón más antigua del mundo, la manera perezosa y ambigua de ser presumido. Una especie de Principio de Incertidumbre de Heisenberg. Si buscas dónde está el el electrón (la persona amada) y lo iluminas con un fotón (muestras interés), la persona saldrá disparada. No puedes conocer a la vez la posición y la velocidad del electrón, solo puedes tener una distribución de probabilidad que te da un porcentaje, un número… cuanto mayor sea más opciones tienes de ser correspondido.

Llega el momento de la verdad. En la Facultad de Ingeniería, segundo año, teníamos por fin clase por la mañana en la clase de química orgánica nos sentábamos en la parte de atrás con el Zona de Obras abierto sobre las rodillas leyendo el análisis de las canciones de Honestidad Brutal una a una. No entendíamos las aguas turbulentas en las que el comandante Deep Camboya empezaba a meter los dedos de los pies. Pero sí que hacíamos suposiciones de cómo sonaría el relato de Javier Corcobado -otra vez Corcobado-, que Calamaro había recortado para obtener la letra de Hay.

Algunas veces nos quedábamos Sergio Algora y yo tomando copas en los bares que nunca cerraban. Eran esos momentos en los que Zaragoza se convertía en el verdadero mito de ciudad sumergida. Hablábamos de canciones y de chicas al son del ritmo enjuagado de la ginebra. Corcobado, Nino Bravo, Gainsbourg o Scott Walker. Una de las primeras bandas de Algora se llamó Tras el Francés.

(Abril de 2010) Vida y muerte son lesbianas: Estuve en la inauguración de la nueva exposición de Luis Díez el pasado martes en el Centro de Historia. Una obra mural efímera, hermosísima, de blancos y negros fundidos en el gris de la existencia. Luis Díez me fascina, su imaginario ha ido creciendo, fiel a sus orígenes y obsesiones, hasta alcanzar una paleta evocadora donde los mundos se cruzan: la ciudad, el cielo, el inframundo…

Remitiéndonos a ese instante blanco que marca el tránsito entre la existencia y la no-existencia. Luis Díez es la cabeza visible de una nueva generación, dispuesta a devorar el hoy para construir un mañana salvaje y pleno, que bulle en su primera madurez. Cuando llegué a casa le quité el polvo tenía mucho, demasiado, acumulado, al disco de Corcobado y Manta Ray, “Diminuto cielo”, del año 97, y lo estuve escuchando un rato. En aquellos tiempos pensábamos cambiar el mundo a base de ilustraciones en fanzines y poesía en las ondas piratas. Hoy hemos crecido, la vida es como una frágil embarcación, siempre al borde de la zozobra, donde la ilusión y la amistad nos mantienen a flote.

En un número del fanzine Monográfico aparecerían los textos de Diminuto Cielo como poemas. Los trasegábamos con chupitos de bourbon en el Blues, justo al lado del Huerva. En el año 1997 Manta Ray y Corcobado tocaban en el Centro Cívico Delicias. Zaragoza era el nuevo Getsemani y todos los olivos sudaban lágrimas.

«La canción de Cine de Verano de Corcobado se sostenía sobre una guitarra acústica y hablaba de lágrimas y tabaco, de cervezas bebidas sobre una tapia mientras en la lejanía el celuloide ardía como un corazón abandonado. No eran ni 150 segundos de canción. Hay canciones de verano y canciones para un verano. De las primeras hemos podido escapar en mayor o menor medida estos últimos años y las segundas te atrapan para siempre».

En el año 1995 seguíamos apoyados en la pared. Luis Díez nos trajo el disco Arco iris de Lágrimas y todos creímos. Luis usaba un monopatín. La velocidad de juventud era como una cuchilla que nos arrancaba pequeños trozos del corazón cada día.

Dos recuerdos y entre medio, mil meses de existencia. Gonzalo de la Figuera recorre calles de hielo junto a Javier Corcobado. Si os encontraís a Gonzalo en la barra del Candy Warhol preguntadle por esas noches. Él las cuenta mejor que nadie. La sensación de tener entre las manos el rumor básico de las llamas: aceite de motor, trigo de color fuego, labios como cuchillas, sangre de perro. Gonzalo me lo cuenta. Los dos tenemos los ojos prendidos de incendio y la lengua de fuego. Después, como en un abismo donde anochece de pronto, un lúgubre pump organ de Tom Waits se mezcla con las noches de bolero y en EL Plata de Javier Corcobado, cuando canta canciones de Manuel Alejandro o en el camino de Bambino, de cubata, jarto acelerado, bajo las luces estrobocópicas de una discoteca de mala muerte para desembocar en un destello de electricidad comatosa, un arrastre de desesperación narcótica, de sangre y desánimo, camisa negra abierta hasta la cintura, como una cama con las sábanas impregnadas de sudor de alma.

Programas de radio de José Luis Moreno-Ruiz, poemas del hermano de Susana Cáncer, el Cantábrico de emociones de Nacho Laguna. Carlos Desastre tocando en el Mar de Dios para nueve o diez personas. Alfredo Saldaña y Antílope Volador. La guitarra ardiente de Javier Colís. Aunque solamente sea por una cuestión cuantitativa: nombres hermosos para bandas, desde Mar Otra vez hasta Cuatrocientosveintinüeve engaños, Cría Cuervos, Demonios tus ojos.

Una de las últimas actuaciones de Javier Corcobado en la Casa del Loco terminó con el poeta interpretando Dance me to the end of love de Leonard Cohen. Algunos la hemos elegido como sintonía de una nupcialidad imposible y seguramente sangrante. La escritora Eva Puyó y la directora de cine Vicky Calavia bailando con los coches de choque.

DRO y Zona de Obras. Triquinoise y Zona de Obras. Diego Vasallo tiene una historieta bellísima. Diego enhebra en unas viñetas una melancolía del Madrid de la Movida, con canciones de Gabinete Caligari y boleros de ginebra de Corcobado que resume en nada la belleza de una época y un recuerdo…


«Josele Santiago y Ajo de Mil Dolores Pequeños. La mirilla de Ajo. Los poemas de Corcobado. Los de Lorca. El opio de Escohotado. De la piel pa dentro. Paseo por la calle Lope de Vega mientras leo el fragmento de la calle Lope de Vega. Podría hacer una foto con un ejemplar del día de El Mundo, pero la prensa se ha convertido en una hoguera que ya no calienta. Camino en busca de un lugar donde desayunar algo que me quite el hambre. Hay tan poco espacio en el Barrio de las Letras que el café con leche de mi mujer se agita peligrosamente cuando me acerco desde la barra hasta la mesa alta. Soy un dinosaurio. Paquito se va a comer todas las golondrinas de la catedral. Los mineros jubilados, con su pecho de asbesto y su clave de acceso permanente: el primer puente subterráneo entre Madrid y Barcelona. La cabeza del hombre-topo se asoma por los antiguos comercios cerrados de la Avenida de la Luz.»

Mi disco homenaje a Elvis Presley, el crooner definitivo: es un artefacto delirante. Tiene momentos irrepetibles como la versión de Mistery Train de Javier Corcobado en modo Suicide (no-wave de caja de ritmos).

IPD y Justo, la verdad última: Bagüeste fue parte de los míticos Chatarreros de Sangre y Cielo (y de los Clónicos y de Rey Lui y de quien le pidiera una mano porque a nadie le negaba su saber… dice una leyenda urbana que el saxo del comienzo de Jurelandia de Poch es suyo… pero no he encontrado ningún crédito que lo demuestre). Uno de los primeros contactos de Bunbury con Nacho Vegas llegan en la segunda manga de la gira de Radical Sonora por España. Estamos en el año 1998 y Bunbury ha tocado algunas fechas por Europa y vuelve con su proyecto de electrónica y músicas del mundo compartiendo algunos conciertos con bandas experimentales como los gallegos Estereocéano, Big Toxic. el colectivo IPD capitaneado por Justo Bagüeste y Silvia Grijalba y es precisamente Justo, habitual miembro de la banda de acompañamiento de Javier Corcobado el que recomienda a Manta Ray a Bunbury. Así Manta Ray, la banda de Gijón, telonea a Bunbury y en Manta Ray está como guitarrista Nacho Vegas. El Festival Sonora tuvo fechas en aquel verano de 1998. En el maxi de El viento a favor del segundo disco en solitario de Bunbury, Pequeño, aparece como cara B un tema IPD 2, Diálogos de IPD+Bunbury en directo en Avilés que igual nos da una idea de lo que se cocía en aquella época

«En el programa del pasado martes repasamos alguna de las colaboraciones más interesantes que artistas aragoneses han realizado a lo largo de los años con otros artistas, tanto de la región como españoles: comenzamos con el saxo enfermo de Justo Bagüeste puesto al servicio de las Vírgenes Adolescentes en el tema Santiago y Terry (con letra de Javier Corcobado) del disco Muda tu piel».

El caso es que yo, como tú, también fui parte de la Canción de Amor de un Día. Justo me manda la base y grabamos con Pablo. Nunca supe qué franja de tiempo me había tocado. Luego Justo sacó un cedé de tirada muy limitada con su parte del día. Creo que es el momento álgido de mi trayectoria como intérprete. Todos le mandamos a Corcobado nuestras cartas al cielo pero temo que él hubiera preferido caballitos de anís.

Cuando sueño con ella no me atrapan los caballos salvajes, sé que siempre tiene para mí besos de plástico servidos en vaso largo, ella y su Tucán. Cuando tenía doce años desperté con un millón de juguetes ebrios de mezcal sobre la almohada y donde había dejado el último diente de leche encontré una cinta con sus canciones favoritas, nuestras canciones favoritas. Todas tenían letra de Corcobado y, unos años después, me di cuenta de que era importante saber quién coño me había elegido entre su tripulación, aunque sólo fuera un grumete que escanciara sus vasos blancos de mezcal, mezcal.

«En la intensidad agónica de un color. El hombre de las nanas cuenta que Kyoto era como un bolero enfermo de los que Corcobado les escribía a Esclarecidos y nos rebana el corazón con una trepidante dulzura de olas frías. Si llamas a los fantasmas a tu habitación es posible que nunca quieran marcharse. Como salidos del baile de graduación de un frenopático, su fanfarria psicodélica acelera las sinapsis en una confabulación de free jazz y surf que fermenta el funky más ácido cubriendo la oscuridad de los metales. Hirientes como una cuchilla deslizándose sobre una pizarra, abstractos en el desarrollo melódico hasta provocarnos ritmos asonantes en nuestros corazones, se terminaron todas las olas, ahora solo queda esperar el apocalipsis industrial mientras tratamos de sintonizar con una vieja radio las últimas exhalaciones de los campos magnéticos. Mutantes agazapados tras los amplificadores».

«Emotividad lánguida de guitarras, con una voz perezosa que habla del crepúsculo sobre la arena, a la hora en la que los vampiros sacan sus tablas para bailar sobre las olas. Hermosas percusiones que laten al ritmo anacrónico de un tiempo que ya pasó para terminar fundidas sobre un lecho de electricidad, marcha de los látigos mexicanos, abriéndose paso sobre la piel como cuchillas afiladas, apresando tus recuerdos con la habilidad de un péndulo bien manejado. La canción te atrapa el corazón como si fuera a quedárselo durante una larga condena. Apaguemos las luces, es hora de despertar».

«Susurro de jeringuillas de electricidad, de esquinas manchadas de los restos de una ciudad, de todas las ciudades del mundo que se desmoronan a nuestro paso. Como si a Poch se le hubieran caído los dientes en un apartahotel de las afueras de Madrid, como si a Belén Esteban le hubieran sorpendido compartiendo papela con Poli Díaz mientras suena un disco de versiones de Corcobado hecho por el productor de Las Grecas».

«Sonar mexicano y sonar mala semilla a la vez no está a la altura de todo el mundo, con punteos que parecen costuras de un médico aliviando heridas que nunca se cierran. Como el anís que trasiega Javier Corcobado cuando se va al cuplé, como los bajos de «Xavi» de Peret que estaban más cerca de los Stone Roses que de Los Amaya. El Pescadilla armado adentrándose en la noche del hawaiano. Un Joselito que se ha vuelto yonqui, como el mayor Tom, como el lobo López, de pescados y nudismo, siempre andan hambrientos. Yo tenía un arma y Roy Orbison me enseñó a usarla. Roy estaba mudo porque los muertos saben enseñar a beber pero no a cantar».

Las arterias de la vida crecen dentro del cuerpo de los interinos de la muerte: con mis pelos sobrantes ellas fabrican juguetes y los fotografían desnudos. A veces dudo, ¿sabré sobrevivirme? , sobrevivirte a ti y a todos los que hicieron de los espinos una flor azul. Embisto el rojo tinto y noto que las heridas que dejaste sobre mi piel laten como otro corazón. El alma es un caballo que cabalga demasiado despacio, como dice Rolando Hinojosa-Smith desde otra habitación del Motel Margot, la memoria es una novia infiel que te echa la zancadilla de vez en cuando, así que no crean demasiado si escuchan Se me comían los ojos, con la boca llena de grumos, mis pesadillas febriles. Allí cabalgaban ella y mi hermano, el carbonato de litio en bajas concentraciones. No había más doctor que las manos analgésicas de mi madre. Veía un aroma de Corcobado que marcaba con cloroformo cada uno de los apretados poros de mis labios y trataba de reírme. Un dolor intenso, de grandes agujas silenciosas, golpeando mis sienes al ritmo de un corazón acelerado por la fiebre.

Mi niña, sé que te gustará. No, no es por aquella camarera con tatuajes, aquella chica sí, ya lo sé, tuvo mucho mérito, fue capaz de entender mi desesperante petición de cerveza y ginebra. Sí, ya sé que no fue el otro día precisamente, que han pasado muchos años, es lo más probable, pero ya entonces pensaba que me estaba quedando calvo y aunque han pasado tantos años como dices aún sigo con las mismas entradas. Cuando vuelvas a Zaragoza todo te parecerá óxido.

colección de José Vizcaíno.

El último recuerdo: Corcobado en Las Armas (10 de septiembre de 2015)

Comienzo de curso en Las Armas con un concierto exquisito, Javier Corcobado volvía a una de sus ciudades fetiche para presentar su nuevo LP, Los estertores de la democracia, incluido en su ambicioso proyecto Canción de amor de un día.

Dentro de la sala las caras conocidas se multiplicaban. Uno cerraba los ojos e imaginaba que La Caja de los Hilos volvía a estar abierta y que en una esquina podías encontrarte a Sergio Algora compartiendo ginebra con Ángel Guinda mientras Alberto Calvo enhebraba un retrato. Corcobado fue puntual y afilado. El pintor Luis Díez, el escritor Ángel Gracia o el mítico periodista musical Javier Losilla acudieron puntuales a su encuentro con el ángel oscuro. También el fotógrafo José Vizcaíno que ha documentado los conciertos de Corcobado en Zaragoza estos últimos lustros tomo las instantáneas que acompañan este texto.

Aunque la excusa era presentar Los estertores de la democracia, enseguida llegó un clásico prohibido: La navaja automática de tu voz, un tema de Tormenta de Tormentos que acompañó con La libertad (es la más grande de todas las cárceles). Desde el ruidismo al tropicalismo de Por qué estoy tan triste. A Nadie fue uno de los grandes últimos discos de Corcobado y extraído de él sonó La canción del tiempo, A nadie o Si te matas. De Fotografiando el corazón, Secuestraré al amor con la magnífica intervención de Julián Sanz, que después de estar junto a Corcobado en Mar otra vez, ha vuelto como un Mike Garson hispano, a formar parte de su banda de acompañamiento. De Agrio beso nos salpicó Sangre de perro, una canción que como nos recordaba su compañero de andanzas en Aragón, Gonzalo de la Figuera, tuvo su génesis en un Año Nuevo en Borja. Las mañanas. En pleno éxtasis mesiánico Javier Corcobado se transmutó en el Camilo Sesto más desatado para interpretar por sorpresa Getsemaní, del musical Jesucristo Superstar y que Corcobado grabó junto con Manta Ray en aquel demoníaco Diminuto cielo a final de los noventa. Antílope (cuyo proyecto Princesa contra mundo fue uno de los más fieles acercamientos a la lírica Triquinoise visto en esta tierra) y Luis Cebrián aullaban devotos: “Aleluya, aleluya” al final del tema.

Unas cuantas versiones magníficas para terminar: Ella ya me olvidó popularizada por Leonardo Flavio, de Manuel Alejandro Te estoy queriendo tanto, incursión en el universo de Roberto Carlos para Tú eres mi amigo del alma y un cierre elegante, con el humo de los gitanes de Gainsbourg y su revisión de Le Poinçonneur des Lilas, un tema de 1959. Por supuesto todavía hubo tiempo para esa especie de copla psicodélica que es Caballitos de anís en la que se extrañó la presencia de Justo Bagüeste en los metales. El oscense, habitual compañero de Corcobado, fue uno de los miembros originales de los Chatarreros de Sangre y Cielo que maquinaron aquel hermosísimo Arco iris de Lágrimas del que Corcobado extrajo los temas para el bis: la narcótica Dientes de mezcal y la suicida Catorce.

Un Corcobado en plena forma, con una sección rítmica majestuosa, en la que destacaba Jesús Alonso, de Les Rauchen Verboten, a la batería. Un lujo de banda y de entorno, satisfechos los apetitos, seguimos enamorados. Aunque duela.

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