No hay miedo, no te dejes llevar por los títulos, escucha a los herederos del rock sónico, a gente que mezcla en “Un segundo plan” bases sacadas del frío ordenador con unas guitarras de que amarían mañana los Peligrosos Gorriones si los dejaran salir de casa. Él mató a un policía motorizado tienen toda la vacuidad efímera del río de la plata atrapada en pastillas de electricidad y saben elucubrar arpegios narcóticos en “Medalla de oro”, como si el río Paraná nos devolviera a Rosario Blefari, aunque fuera durante los casi seis minutos de canción, ¿te acuerdas de aquellos tiempos? Pues lo que viene es peor. Zumbón es el juguete que se saca de la programación de “Diamante roto”, que baila con la pasión de un jugo psicodélico sacado de un sintetizador sin domesticar y que nos lleva hasta “Tantas cosas buenas”, con la actualización 4.6 del sonido que Soda Stereo copió a los Encargados, antes del paseo por el universo. La voz de Santiago se eleva, como una sustancia positiva, sobre la melodía que recibe un apoyo percusivo nutritivo.
Hace un instante hablábamos del “Universo”; ahora es un piano, a lo Diego Vainer, como un momento de crooner efectista, en un crucero por el hiperespacio. “Coronado” suena a actualización de los últimos años del siglo pasado, entre los españoles La Habitación Roja y algo de frescura de Tachenko. Pienso en aquel libro que leí cuando no era todavía tiempo, se llamaba “Más o menos bien” e, incluso, había un momento en el que alguien hablaba de El Niño Gusano. No sé si Santiago Motorizado llegó a tener una casete con las canciones de Sergio Algora, pero sí que es cierto que las canciones de la banda escapan al panteón básico del rock argentino, no hay pelos rizados, ni guitarras negras, no hay lentes redondas ni sprays saynomore.
No sé si los han escuchado, seguro que sí, pero ellos tienen más de afilados amplificadores y la cotidianeidad pesada de “Voy a disparar al aire”, casi con una base sórdida de tecnopop, como diría alguien en algún momento, dark, bien dark. Beber en el karaoke de tu novia, el disparo es pólvora gastada si no se mezcla con sangre. Un poco de luz poderosa, “Moderato”, que sabe sección rítmica de sabor bien llevado, tenemos vistas a mañana, somos frágiles, tenemos ganas de un día mejor, de la compañía perfecta. Pero sube la tensión industrial con una caja de ritmos, casi recuerda a Siete Delfines llevando por David Bowie. Pero Coleman se quedó en Berlín y Santiago y sus acólitos avanzaron hasta la estrella negra. A eso suena “El número mágico”. Ahora sí, suena bien, lo sé. Es tiempo de terminar. Cierre con “Profeta”, con el verano, el agua de la pileta abrasado de gris ladrillo, recordar que su invierno es mi verano, pero para eso tenemos arreglos cósmicos y guitarras de paleta con sabor frutilla. Qué bello es mover la vida y sentirse como un puzzle. Sustancias y pizzas. ¿Te acordás del que se proclamaba profeta? Pues mejor que no lo hagas.
Grabado nuevamente en los estudios Sonic Ranch de Texas, EEUU, estas 10 canciones, son un recetario variado, que recuerda el porqué del carisma de la banda. Un disco que suena limpio, que suena perfecto, con la voz perfectamente empastada, donde hay punk de cazuela, electrónica de tianguis y miles de guitarras convertidas en invitadas a una fiesta que ha comenzado. Si te das prisa, aún estás a tiempo de llegar.