Más allá de Surfin Bichos

Vuelven los padres del ruido, los lobos en la puerta de la habitación, la malaventura convertida en salmos, vuelven Surfin Bichos con Más allá para el regocijo de los culpables. Editado por Sonido Muchacho, la banda capitaneada por Joaquín Pascual y Fernando Alfaro nos ofrecen una docena de temas donde el sonido clásico de la banda de Albacete se mezcla con sonoridades y arreglos heredados de las distintas encarnaciones solistas que han protagonizado sus vidas durante estas décadas de travesía y abismo.

Decían que la máquina estaba encerrada, perdida en el desierto, esperando algo de gasolina para el alma. No, nada de eso era cierto. Solo dormía, regresando desde las entrañas: así se abre el disco, con “La máquina que no para”. Son tres décadas desde el nacimiento de la Bestia, así que Máquina que no para tiene algo de memoria y metaliteratura, de recordar el porqué de seguir en esto, inmediatos, claros, como cuando la Movida agonizaba y ellos hicieron indie en español, ellos escupieron las palabras adecuadas. «En la Ciudad de R’lyeh, Surfin’ Bichos, espera soñando». La banda de Albacete hizo punto y aparte, ahora entona la primera letra mayúscula del nuevo Evangelio: rock de los 90, estribillos contundentes, letras a la altura de la paranoia social y con un punto de metáfora visceral.

Surfin Bichos es canon universal, una veleidad bíblica, el alquitrán que quiere pasar por gasolina, el incendio en la arteria principal del sueño. Allí están, los necesitamos como una sustancia con receta. Ya no nos atrevemos a comprar en la calle las canciones. Todo para consumo digital propio. Escuchas “El caballo del mar” con esas guitarras acústicas y el piano, como un bosque que crece en mitad de la ciudad, como una lengua que se abrasa por el calor del asfalto. ¿Sigues soñando con plata dulce y con el submarinismo que prometiste dejar? Qué dulce es el láudano sobre la arena. Mientras bailan cien mil caballitos de tramadol pasamos a “El baile del más allá”, una especie de chachachá sicótico, Fernando Alfaro promete a su familia que el secreto verá la luz, a base de metales, a base de mentiras que comienza a cumplir. Un Dean Martin catastrófico que avisa del final de los tiempos. La voz de Alfaro, las guitarras de Pascual y la sección rítmica de Cuevas&Mora. Ellos ordenaron los huesos como si fuera una pista de aterrizaje para llegar a “Lotus Europa”, guías apócrifas hacia los manuscritos de Valle-Inclán y Baroja. En la carretera hay canciones de puerto y en el mar el ojo de un tuerto. Un mundo que ya está muerto y solo puedes encontrarlo en las afueras de la Ciudad Esqueleto.

No me provocaréis con “Luz del Mediterráneo”, no hablaré de cristales rotos contra el suelo, con la rabia, pero sí del órgano de merchero que busca un santur para imitar los recuerdos de la infancia. Mira cómo flotan sobre el agua sucia de cadáveres. Y la zona de la melódica y el bajo en los límites de Interzone, la calma del diazepan convierte un charco en un lago como en “Alumbrando el fin”. Llega el catálogo de miedos del padre que se inoculan a los hijos, se hace con paciencia, abrazo tras abrazo, en “Señales” hay un manual de usuario que te permite llegar a “Mortal”, donde los Surfin aceleran el tiempo haciendo trampa, moviendo las manecillas del reloj sin que los vea nadie. El sueño de cualquier padre, el de cualquier hijo, alterar lo que no se puede detener. Definir las leyes de la física para convertir el cuerpo de la amada en una divinidad. Así, así.

foto de Xavier Mercadé (de su libro Balas Perdidas)

En la parte donde todo deja de cumplirse, cuando florecen las mentiras – de algo de eso habíamos hablado hace un rato-, llega “Yo que te he visto” con una percusión que te deja a cuatro patas, volar con una fina escolopendra en el bolsillo, con viñetas de tebeo llenas de rayas. Peter Punk y Makoki, cuatro patas como el cerbero que babea al ritmo de la batería. Hay una aspiradora de cloacas que sueña con ser una caja de ritmos y un viejo que no sabe que la juventud que ha comprado viene completamente cortada. Ha llegado “Tu propia Navidad”, con su pandereta de terciopelo subterráneo, de domingo por la mañana, la nieve impregna la piel hasta dejarte ciego. Ciego y feliz. Guitarras que tienen espinas de soledad, que divertida es la vida cuando todos se han marchado a sus casas. Una enorme sucesión de recuerdos falsos, chuletas al cuadrado, un pavo frío como el que cantaba John Lennon mientras mascaba el chicle de los últimos días. El cambio climático en Buenos Aires hace que todos los dioses en bañador se metan a nadar en el Río de la Plata. El ozono del theremin y las guitarras rítmicas se concentran en “Conversación Ultrafónica A Las 4 A M”, como si los teléfonos fueran divertidos oráculos de vestales adictas a las bromas. El silencio es una balada que está todavía por empezar. Un piano que da atmósfera respirable hasta llegar al final, “Mujer invisible”. Cómo extrañaba la manera de arrastrar las palabras de Alfaro. Alfaro no llegará hasta el final del mundo, no llegará hasta el final de la canción, pero, mientras dure el viaje seguirá a nuestro lado, en las plazas, en las esquinas, en los escenarios de algodón donde dormir es un ejercicio de placer y valentía.

Más allá de Surfin Bichos es una batería apocalíptica, cuatro cuerdas de sangre, guitarras que derrumban muros y una voz agónica que se tatúa en el cerebro del oyente. Cuánto se le ha extrañado. Están de vuelta y tienen ganas de pelea. Y esos coros de Isabel de León acompañando las voces de los turbios ángeles. Ha pasado el tiempo, pero solo para mejor. Producido por la banda y Fino Oyonarte y la portada es obra de Joaquín Reyes. Cuánta hambre llevamos atrasada.

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