Dame once minutos y yo te devolveré un universo. Uno paralelo, donde las feromonas se transmitan por acordes y la atmósfera esté cargada de sintetizadores. Escribí unos folios, se los dí de comer a un Atari y me devolvió Weege. Hablé con Alberto. Yo no movía los labios. Las letras aparecían en la pantalla. ¿Seguimos siendo los mismos, Fuxedo? Dime que esta iteración nos ha hecho mejores. Dime que esos dedos que se postran sobre el Korg o sobre el Rhodes son dedos del norte, dedos construidos sobre la memoria de la especie que se escinde en el momento de superar el límite Chadwich de generaciones. Más allá de ese número es mejor no recordar qué nos hizo salir del planeta, cuál era la razón de aquel viaje de relevos sin retorno.
Entonces escucho a Eduardo y escucho a David y parecen hombres, no como “La velo machine”, donde estaba el italo-disco del futuro, Battiato pasado por Ferdinard, percusiones con formas geométricas, amor analógico. Había en la boca de restos de morse y los autómatas de comunicación contestaron de inmediato: hemos viajado al pasado, estamos en Luxemburgo. El cohete de Miguel, el olvido de Pedro. Como una venganza. No puede ser casualidad. “Homedeus” aire y cristal sintéticos, moléculas fabricadas con una mezcla calculada y precisa del aire promedio de una ciudad, el mes, el día, el año de la muerte, más los restos que se pueden llorar con algoritmos e interpolaciones.
Como la simulación perfecta de un mar que llega a una playa de aglomerado y deposita los cadáveres de las sirenas. Actualicé mis sentidos básicos. Los cinco primeros. Quería que recibieran “Hallucigenia” como merecía. Lo hice como si me labor fuera probar y no escribir. Ramón y Cajal puesto de Gerronema. Afónicos creadores, arquitectos de los pedales y el bombo, bajo y teclas. Eso las había convertido primero en elementos controvertidos, más tarde prohibidos y, finalmente perseguidos. CUALQUIER MELODÍA EFÍMERA ES COMO UNA CERILLA QUE SE RESISTE A DESAPARECER.