Algunas palabras sobre Pasos en el corredor de Roger Wolfe

Una daga en el corazón para sentirse Jack London en mitad de la tundra. Escondido en su habitación, a Roger Wolfe le duele al tragar de tanto fumar. Entre todas las líneas que ha escrito se esconde su testamento. Roger Wolfe ha publicado Pasos en el corredor en la editorial Renacimiento.

Hazlo: cuando en España una copa de coñac valía cuatro pesetas y Luis Cernuda (tan guapo y moderno) ya solo es olvido. Luis y Jorge Luis Borges, los dos habitantes del olvido, los dos caminantes del olvido hacia la odisea espacial (una cápsula hacia el espacio exterior que lleve discos de oro con canciones de Chuck Berry grabadas en código binario). La belleza se acelera rápido, camareras y alumnos, prefiero el cigarrillo al cuerpo. El cuerpo se estropea, el cigarrillo sigue allí, no envejece. (Hace treinta y cinco años, 1997, el Patio de la Infanta, la Ibercaja, Zaragoza: “El infierno está en el mundo/no cabe duda de eso: pero también, sin duda, el paraíso”. Roger Wolfe dejó los manuscritos del qunram aquella tarde bajo su asiento en la mesa de la poesía contemporánea)

Tortillas y trajes. Trajes que envejecen: “Arderemos lentamente en la llama/arder en la llama es nuestra única responsabilidad”: ¿Quién escribe hoy, Roger? ¿Puedes ver la hora con tu móvil manchado de pintura? Eres un punk cuando el punk ya no quiere más miembros. El punk está jubilando a su segunda generación. No hay casa ni ácido, ni ácido en la casa. Las noches son como “Lentos animales cansados que regresan al cobijo de su plazas de garaje”.

Recuerdo cuando hablabas de autobuses vacíos, de tiempo perdido en los transportes públicos. Recuerdo que esos autobuses y sus asientos (empty seats) están tristes como los abuelos a los que sus nietos ya no necesitan llamar y, mucho menos, que los recojan a la entrada o salida de la escuela. Amas la bandera o amas la ironía. Amo tus libros. Tus libros me dieron fuerza, tus libros eran, en aquella época, mejor que los discos de Lou Reed. Eran libros donde se quemaban las manos al leerlos. Ahora eres el amigo de Rick Rubin. Ahora pides que te arregle las frases y él te dice que sostengas de nuevo la pluma, que uses tu propia sangre para darle alimento. Si los Sex Pistols querían demoler el sistema lo hicieron muy disimuladamente: jamón/beicon/panceta. Tú sacarás un gitanes. Negro como el pulmón muerto de Brel, Bowie y Gainsbourg. Seguro que las mejores toses de los mejores poetas vienen de fumar gitanes.

En la frontera estaba Diego Vasallo, en la frontera estaba Jack London. Yo no estuve nunca en la frontera. Yo estaba al final del pasillo, buscando la luz con la que ahora nos iluminas desde estos pasos en el corredor. Hay un tipo gordo con gorra cantando un blues en el motel. Hay un tipo que se parece mucho a mí acercándose a que le firmes un ejemplar de “Arde Babilonia” en un encuentro académico en Zaragoza. Aquel día los poetas perdieron sus novias y los poetas no tenían novias y tú hiciste una broma con la mala traducción de “Pipe la carpet/Pipetea la alfombra”. Luego leí un texto sobre una entrevista a Irving Welsh. Todos te hablan de Acid House y de Trainspotting y no se dan cuenta que la luz del final del corredor la exhalan los libros de Jaime de Gil de Biedma. Te leía y te leo. Hoy me doy cuenta de que los noventa están hartos o están muertos y aquellos cantantes se aprovechaban de que era más barato sacar discos malos que libros buenos y nos dejaban escocidos y con recipientes vacíos y rotos. Lou y Leo contra el King Lizard. El Rey Lagarto. Pero hoy estás más cerca de Casona, de Ambrose Bierce y la primera temporada de True Detective. Lovecraft y Houellebecq sentados a la diestra y la siniestra de tu corredor. Todos tienen un espacio en la corte de la paranoia.

Tu libro me transporta. Tu libro fragmente y acumula. Wolfe ha escapado. Pero nadie ofrece una recompensa por él. El té ha vencido al hígado. Los dos follan porque follar le da la vida a Wolfe. El lobo ermitaño, el pelo de Diego Vasallo -ya lo he dicho antes-, mojado, escaso, peinado hacia atrás. En los noventa a estaba con los caballos y las raras adaptaciones, que de raras acababan siendo malas. En los noventa leía aquel libro de Babilonia demasiado, demasiadas veces, hoy solo tengo para leer una vez, dos como mucho, pero quizá todas las marcas que dejaste en mi cuerpo vuelvan a sangrar como si hubiera algo de divino en lo que estamos haciendo tú y yo ahora. Tú escribes, yo leo. Los que me leen te están leyendo. Yo os animo, pueblo de Babilonia. Wolfe siguió escribiendo. Han pasado veinticinco años y Roger Wolfe hoy, ahora mismo, está “Pottering around” (to spend time in a relaxed way doing small jobs and other things that are not very important.)

Roger Wolfe: ahí está Rick Rubin y la primera escena de Dawn of the dead, cuando suena “The man comes around” de Johny Cash. La canción perfecta para un Apocalipsis. No todo es “Hurt” no todo es “Mercy”. Porque también está Roy Orbison muerto y fue Rubin el que obligó a Cash a volver a tocar la guitarra en sus “American recordings” y a ti, a ti te obligará a escribir a mano, con una pluma casi sin tinta, un bolígrafo desafinado, los poemas de “Pasos en el corredor”. Sabes, poca gente se acordó de Cash hasta que todo el mundo se acordó de nuevo. Es un milagro, como lo que hacía June Carter en sus últimos días, cuando le prometía que las pastillas para la tensión eran, en realidad, anfetaminas.

Tú escribes: “Que el buen Dios si puede, cuando llegue el momento, nos absuelva”. Roger, si esperas a la muerte con un arma, que sepas que viene preparada, que no eres el primero. Ella llega bien aprendida. Debes de tener más cuidado con los ángeles que te quieran llevar al cielo, los novatos no siempre saben esquivar las balas y lo dejan todo prendido de plumas. Reflejo de noche y diablo en el ojo. La canción de Burning pero cantada por Andrés Calamaro. Rayas en los ojos, rayas pintadas sobre la mesa, crees que te abre la vida y, en realidad, lleva demasiado tiempo cerrada. Sam Shepard diciéndole a Bob Dylan que se baja del circo. Necesita dinero para una película. Necesita un papel en una película para conseguir ese mismo dinero. No la hace, la verdad.

«El único que se quedó fue Ginsberg. Tú lo sabes, es el único que puede encontrar cuartillas en las papelerías del barrio. En cuartillas te dirá Rubin que escribas tus próximos poemas. O pedírselas a Ginsberg. El único que se las pasa a los poetas de la noche».

“Dios es perfecto. La recompensa aniquila la lucha”. ¿Qué ha pasado entre el libro, la cuartilla, la muerte de David González? ¿Roger, me escuchas? Solo tú, el primero, el que creíste en él. Ahora tu propia luz está atrapada en el corredor. En aquellos fragmentos escritos en el mes de junio de 2011, ¿cómo sobreviven estas palabras dos décadas? “Sentado a contraluz en una habitación de hotel”.

(Miras las nubes, miras el vapor del café, el humo de tu cigarrillo, todo son representaciones algodonosas del éxtasis)(los ángeles que te infartan son los que mismos a los que dispararás cuando intenten llevarte al cielo)

En ese “Jardinero de otro mundo” Raymond Carver busca pelea, los sabes desde hace años, cortaba sus versos sin mirar, con una cuchilla que afeita mejor que la que usas para arreglarte la barba. Sus traductores son santos o criminales. Vuelves al coñac de las 25 pesetas: “Jabón moreno. Dos pesetas con veinticinco”. Madrid es un mastodonte, un sándwich de capas infinitas. Muérdelo y te acabarás devorando. Francisco Umbral escribe sobre Larra y Larra le susurra desde el cielo (o desde el lugar donde descansan los suicidas). Tú escribes: “Otoño y primavera son como la ropa de entretiempo” y un luego un disparo de la pistola de Larra.

Y nombras Carabanchel, Cibeles, El Retiro, la calle de Alcalá y el Corte Inglés y el Carrefour (como si fueran unos barrios más de la ciudad imposible, de tu ciudad). Saltamos a Nueva York, ciegos del mundo, ciegos espiando el fin del mundo: “No pases de largo/Don´t pass me by”, parecen el título de uno de los dos primeros salmos de Leonard Cohen. Doy la vuelta. Página 41. Es una canción de Cohen. Tú ganas. Ahora podría empezar una canción de Bowie. Extraterrestre falso de costumbres que cae sobre la Tierra. Con la lluvia tú haces las preguntas y yo, lector ávido, respondo: “¿Qué soy, en que se deba/insistir de esta manera?” Yo, el que vuelve a tu lado, sin amor, solo un aprendiz que eligió otros maestros.

Versiones de tus propios ídolos, reflejos de los discos y de los libros, reflejos de los discos y de los libros frente a una iluminación escasa: “Bajo la ortiga gris de la luna, el negro moho/y la lluvia que murmulla”. Sexo y café antes de “Confesiones de una máscara”, amor después del sexo, explosiones, viajes a ninguna parte, la petición de un rito de sangre, que sea tu amor quien te mate y no ella. (Tomamos juntos lorazepam, a veces un poco más del permitido, por cualquier amor se hacen locuras). En la página 57 no me engañas ya, yo tuve ese libro, “El libro del anhelo” de Cohen. Hoy anuncia el monstruo que vuelve a las ventanillas. No siento emoción. La sentí entonces. La sentiré mañana. “De píldoras vivo, /Y a Dios le doy las gracias”. Esperas la musa los tiempos que marca la química “Que el día no escribe/lo que la noche le dicta”. Bestia y ángel que se confunden en el fracaso.

Dices que el miedo “Trepa por el plexo solar/comiéndote por dentro/como un atracón de anfetas”, ¿qué eliges, el tabaco o el café? ¿la promesa de una muerte con elegía o una vida vulgar? Cuidado con lo que dices, hoy es día no es fácil escapar de la prisión de tus propias palabras. Ya te abandonó la mujer, el perro y la olivetti. No hay más aguja que la del tocadiscos y escribes tus versos con el móvil porque el papel está sucio, sucio de ti, sucio de la vida. Y enciendes la luz de la noche rascando tu barba a medio hacer: “Qué momento delicioso/ideal para morir”.

Ya nadie muere por un infarto, ni de agujas ni de pena. Nadie quiere una muerte lúbrica, una muerte constante, solo tienes la química y la irradiación. El rock es un azar venturoso e irrelevante, todos sospechamos que jugabas a los dados con Dios y por eso estás vivo. Demasiado, siempre demasiado. Ellos, Charly García e Iggy Pop, hacen lo mismo. No es justo. Su justicia no es la tuya: “Esa mezcla de morfina y dexedrina/la usamos en la calla/mata el dolor y te mantiene en pie/aunque no puedas ya con tu alma”

Una despedida se parece tanto a un comienzo que leer tus libros una y otra vez o leerlos al revés o volver a los días donde nos encontramos, donde me olvidaste, donde olvidaste a otro poeta, a mi amigo, todo nos deja un sabor extraño de boca, uno como de heladería a la que se ha ido la luz en plena noche: “De madrugada se acelera y se hace tic-tac de segundero, en taquicárdica fuga hacia la eternidad”.

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