La maravillosa versión del relato de Stephen King incluido en su clásico Todo es eventual (2002), en esos tomos compactos de letra pequeña, letra que siempre te daba la sensación de estar a punto de saltar sobre ti, llega en forma de adaptación gráfica. No es una novela gráfica, no es un tebeo, no es un relato ilustrado… es algo más. Es soñar con el cuento de Stephen King y poner color a las pesadillas. La mano de Javier Olivares nos traslada a un mundo de verdes oscuros, de lugares comunes a punto de dejar paso al infierno… esa pequeña mota roja, roja de sangre que abrirá la grieta por la que entrará la locura en lo cotidiano. El maestro y los aprendices. Almuerzo en el Café Gotham está editado por Nórdica Libros.
El tabaco y el divorcio, las grandes obsesiones de Stephen King. Fruto de la amoralidad y el exceso. Como sus sesiones de listerine en una caravana. Sabe que volver a los olores tiene algo de redención. Pero el aire que hay en las páginas trae el ozono previo a la explosión de muerte y terror que los libros de Stephen King siempre ofrecen. No es carnaza, es cebo. Soledad en la ciudad de las luces siempre encendidas, teléfonos fijos que parecen burlarse cuando suena el timbre, abogados sudorosos… un camarero, un maître con una mancha. Divorcio y café. Abogados sudorosos, eso ya lo he dicho. Los olores, el aliento a alcohol. Se ve la tormenta desde lejos, se nota la llegada de las nubes grises.
Salmón, curvas de mujer, dibujos huidizos, que no buscan seleccionar, solo delimitar la cárcel con las puertas abiertas, mostrar la jaula de la cordura. Nombre, Gotham. Ciudad Gótica, como la de Bruce Wayne. Parafilia. El Pingüino en su restaurante favorito. Salmón con costra crujiente, café italiano, cuchillos de filo imposible. Ring, ring, ring. Los personajes de King en los setenta y ochenta eran una sociedad sencilla que buscaba quitarse los malos hábitos a base de descargas eléctricas. Entre Alderete y el horror me quedo con Olivares. Sucinto en su forma de atrapar la locura. Retratista de trazos deformes. Rompe el telón, rompe la cuarta pared.
La locura, el aluminio alrededor de la cabeza, los empastes que atrapan las señales de radio, la locura, la canción de Lou Reed, esa en la que un tipo se mete en una caja y se envía por correo. Sí, esa canción, búsquenla. O el disco entero, el de Coney Island Baby. Allí habrá una habitación siempre en nuestro Motel Margot. Un libro que es un objeto, un objeto que contiene un universo completo.