Algunas palabras sobre Puro Glamour de Aloma Rodríguez

Escribe Aloma y escribe con el fantasma de la Natalia Ginzburg y la luz de la Annie Ernaux, pero no quieres ser evidente, no quieres comprar la primera casa que veas, quieres comprar un anuncio en un lugar con nombre de etapa de la Tirreno-Adriático. Lo llamas autoficción o diario de vida, o escape y puesta de largo. Madrid y Zaragoza. La vida es una sucesión de errores que los salva el sexo, los buffet libre, las risas de los hijos y algún libro. Cada esquina tiene un recuerdo atrapado, cada hoja, bajo la tinta de las palabras, te los devuelvo. Yo rasco, como si fuera a tocarme un premio. Aloma Rodríguez ha editado Puro Glamour con La Navaja Suiza Editores.

El mapa de Zaragoza es el nuevo laberinto del minotauro. No está Sergio, que era el otro fantasma que nos perseguía, escondido en las esquinas, a punto de aparecer en la Plaza Santa Cruz, recién duchado y con problemas para ponerse las lentillas. Pero es Casta Álvarez y un piso en la Magdalena. La primera vez que fui a un notario firmé un papel por el que rechazaba toda la riqueza de mi mujer. No sé si era mucha, pero lo rechacé todo. La segunda fue en la boda de mi hermana y llevaba la misma camisa con la que presenté un libro en un librería que ya no existe. En verano toda la ropa queda peor. Llegaste tarde, porque el Blues de George Costanza te persigue. Alguno de los días que aparecen entre las hojas de los libros recibías mis mensajes desde cientos de kilómetros en los que criticábamos y nos reíamos de nuestra vida de palurdos.

Siempre nos equivocamos de puerta o de estación, pero superamos a la vida, porque respiramos y tenemos apetito. Muchos apetitos. Aloma es una escritora con apetito, eso se puede ver en cada página. Se ata con documentos o se ata con las cuerdas que usa su hija para un traje de preso. Yo qué sé si hay traje de presos. Me disfracé de Jedi con un albornoz negro y unas botas. Y salí a la calle y me encontré a mis alumnos. Un albornoz negro y unas gafas sucias. Y el pequeño disfrazado de Grogu. Señales que no cambian nunca, amiga. La furgoneta es un personaje más. Un vehículo que define al personaje Aloma. Cuando conduce, cuando no se marea, cuando no se enfada si alguien se marea, cuando enumera la comida que lleva para pasar el día de excursión. Todo tiene buena pinta si va en una fresquera. Viajes de tortilla de patata y viajes a celebrar el recuerdo -que es una manera de celebrar la muerte en los pueblos-, Zaragoza y Madrid, pero también Teruel. Los pueblos de nombres bellos de Teruel, el otro Teruel, fuera de la capital de los funcionarios, fuera de los pueblos momumentales, el Teruel Hardcore, en el que todo tiene color mostaza, donde cualquier cosa importa un instante para olvidarse al siguiente.

«Lee Aloma un libro de Charles Simic. En estos últimos meses en todos los libros que leo, en todos los libros que reseño, alguien tiene un libro de un autor que muere. Todos los autores acabarán muriendo, pero no durante mi lectura: David González mientras leía a Roger Wolfe o Enrique Syms y Colombina Parra (y Marina Enríquez) y ahora Simic. No es fácil. Los escritores escriben sobre sus buenas lecturas y los buenos libros tienen a sus autores muertos hace mucho tiempo. ¿Entonces por qué estás leyendo un libro de Aloma? ¿Podría hacerte la misma pregunta?»

Un café en Ejulve. Barreiros mirando tutoriales de Youtube. Peleando con los gremios. Manchándose de polvo y barro y arena de obra. Ahora escucho la tos, el fraseo del ventolín, la saturación de oxígeno. Lo escucho mientras leo a Aloma, lo escucho mientras tose mi hijo. Mientras nuestros hijos, la generación de las mascarillas, sobreviven a la inflamación de los bronquios. Nosotros que bailábamos en bares que están muertos, porque los que sobreviven en el recuerdo acaban transformándose hasta ser Xanadús ideales donde todo es tan bello que no se parece a lo que fue. Solo a lo que quisimos que fuera. Compré durante la pandemia un medidor de saturación de oxígeno en Amazon. Cuando llegó me pasé una mañana entera tratando de hacerlo funcionar. Cinco años de ingeniería química y uno de proyecto final de carrera para acabar poniendo el dedo al revés. No marcaba nada. Mi tío, que es pediatra, se lo pone a mi hijo y marca 70%. Los dos asumimos que está mal. Mi hijo está claramente vivo y con esa concentración no lo estaría. Mi tío lo frota contra su manga, el medidor y el dedo de mi hijo. Ya satura. Cuando nadie me mira me pego algún chute de ventolín y salgo a la bicicleta estática para darle fuerte… Aloma se reirá al leer esto, como yo me he reído leyendo su libro. La manera en la que baja al barro y sale de él manchada pero digna demuestra que la inteligencia se demuestra así.

Estábamos presentando su libro anterior y ella no hablaba de Box, esa palabra maldita que suena a partido de derechas y diccionario de latín, esa palabra que suena a incomodidad y terrible calor. Mis hijos, tus hijos, mi padre, tus padres. El miedo que nace el primer día, y tú has tenido tres días, tres primeros días. No sé, imagino un personaje de Don DeLillo, acumulando hijos propios y ajenos. Uno, no sé el porqué, uno de tus hijos disfrazado de Ziggy Stardust. Un hijo disfrazado de castor. Las madres progres que no quieren que sus hijas se disfracen de princesas. Esas son las que reciben el castigo del filonazi Disney y sus largos brazos de Frozen.

Aloma ya les habrá contado a sus hijos que bordaba el baile imitando a Marisol. Y ahora descubrimos que es una fiera haciendo guitarras de cartón para la E-Street Band. Aloma siempre aguanta el tipo y toma notas mentales, marcha a congresos donde va con lo puesto, una muda y un portátil. Siempre escasa de fuentes de energía. Todo se queda en su cabeza. Aloma Madre que duerme poco, Aloma Novia que le gustaría dormir menos. Aloma en Letras Libres por videoconferencia mientras sus hijos la rodean sin entender que está formando parte de la guerra cultural desde la redacción de una revista que aboga por la libertad. Debería escribir libertad con mayúsculas. Aloma en sus libros, Aloma en su vida, deja hacer mientras no le hagan nada. Esa es la mejor definición que se me ocurre de libertad. Es una literatura para los que no quieren imposiciones. ¿No te gusta? No me leas. Pero si te paras conmigo frente a una heladería…invítame a un helado, no seas soso. Cantar en playback con Sergio vivo. Con Sergio cuando no estaba. Nosotros éramos un poco chiquillos en aquel bar que tendrá su libro algún día. Todas las Alomas se acumulan, cada parte aporta un trozo al puzzle (¿cuándo se convierte un puzzle en un collage?), todos sus hijos tienen sed mientras escribe y les va dando vasos de agua en orden.

Seleccionado canciones. Aloma también. Aloma picotea con gusto. No hace tanto tiempo también las grababa. Todos hemos soñado con ser estrellitas del rock. Rafael Berrio, Fran Nixon y Javier Aquilué. Aquilué no sale en el libro pero pronto saldrá. En este o en el siguiente o los pasará bajo mano a sus alumnos. Todos enseñamos a los más jóvenes. Los primeros nuestros hijos. Ponemos cara de que sabemos lo que estamos haciendo. Tratamos de aguantar la risa para que no se nos noto y, otras veces, tratamos de aguantar el llanto. Somos buenos en eso, en fingir, escribir sobre nosotros, sobre los demas, salir corriendo de las presentaciones, de las nuestras y de las de los demás. Ir por la calle Alfonso. En eso también somos buenos. Mirar hacia delante, como si nunca nos hubiéramos perdido en las calles que se abren, lujuriosas y prometedoras a los lados, con ese picante olor a cerveza caliente. La mejor cerveza del mundo es la que se bebe. Somos buenos con el ventolína, con la estilsona, con las nebulizaciones por ultrasonidos.

«Mientras escribo esta reseña le he dado ventolín y estilsona. También Flutox. Cada vez que le doy jarabe para la tos a mi hijo me acuerdo de John Cale, que se hizo adicto a la codeína por la humedad de su Gales natal y que le provocaba tos continuada desde niño. Fue el comienzo de una enorme carrera acumulando probatinas y sustancias. Duermo junto a mi hijo. Como en la pandemia. Cuando ni el valium me ayudaba a descansar. Es una conexión. Si valium. Solo cortisona para los bronquios y bronquiolos. Días grandes de Aloma».

La entrada a Alcañiz, ir a Candanchú sin saber esquiar, un bar de carretera de Arse. La correlación y la casualidad. Las presentaciones provocan un bajón físico en los autores. Tanto que te duele la garganta, que te deja al borde de la enfermedad. No puedes tomar gintónic ni dormir hasta tarde. Eso sí que es malditismo. Tres hijos no permiten el malditismo en la literatura: lo provocan. La familia tiene defensas comunes. Antes las presentaciones, si tenías suerte, igual ligabas. Ahora, tienes suerte si no te quedas afónico o te despiertas con unas décimas de fiebre que vas repartiendo entre tú y tus hijos. La revista, así sin más. En el Círculo de Bellas Artes. La serie de los Rompecorazones. Que estaban rodada en Australia. En un episodio uno de los gemelos, el chico rubio, caía en las drogas mientras jugaba en los salones recreativos. Se hacía llamar Iceman. Luego estaba aquel moreno con un piercing en la ceja. Eran todos unos guaperas. La genética de Oceanía.

La pozas. Luesia. Un verano. Ángel Guinda. Mi padre. Mi padre dando clases en Luesia antes de Guinda. Una visita al momento en el que Aloma olvida sus llaves dentro de casa. Pocas veces para lo que podría esperar. Entiendo tan poco del mudéjar que también todo me recuerda a Indiana Jones y la última cruzada. Llevo dándoles la matraca a mis alumnos con la relación entre Indiana Jones y Jorge Luis Borges. Recuerdo hablar con Aloma de cómo estaba leyendo a Bárbara Mingo. En Valencia hay muchas tiendas de lance. Leo un ensayo de Ballard. Todo el mundo dice que Titane es muy Ballard. Leo hasta el final. Porque si te dan un libro no parar hasta el final es feo. Es como cuando eras joven y no te querías ir a casa o no querías dejar de salir un sábado por si te perdías algo. Nunca te perdías nada. Leer en diagonal. La crítica, como dice Alberto Olmos, ha desaparecido. Ahora solo hay reseñas. Ya no escribo ni reseñas. Lo que hago es escribir cartas a los autores. A ti, Aloma, más todavía.

Vainica Doble y Kiev cuando nieva. Un buffet libre. Prometerle a tu marido una noche de pasión en un hotel y que tu marido pregunte si hay buffet libre. Me representa. Las pozas de Pígalo. Mi padre nos insistía. Es raro, mi padre nunca insiste. Por supuesto no fuimos. No me gusta el agua encharcada y me siento Mary Santpere en bañador. Pero no diría que no a la tortilla de la furgoneta. De Luesia por Remolinos, viendo la mina de sal. No sabía que había pinturas de Goya. Sí que hay un museo. Un museo Enlatamus. ¿Isabelle Hubert estuvo liada con Gainsbourg o solamente le escribió canciones? Podría buscarlo en wikipedia. Pero prefiero el mito a la realidad. Mi familia en Santoña. Mi madre me trae anchoas. Mi madre me trae queso. Mi tío Rafa tiene una casa en Santoña. Mi tío conoció a Perico Fernández. Aparece Soria y aparece “Ensayo sobre el Jukebox”. Un día preparaba pasta para toda la familia. Me corté con un cuchillo. Todo parecía una broma. Pero aquello no paraba. Estaba asustado. Acabé en el centro médico del pueblo. Parecía que no era el único. Varios me habían precedido. Me echaron nitrato de plata. No quise parecer todavía más tonto comentando que era ingeniero químico y que conocía su capacidad de cicatrización.

¿Estás escribiendo ahora? No. No seas mentirosilla. Invítame a un higo chumbo, por favor.

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