Cuando uno esperaría una colección de canciones continuista Tachenko demuestra que mantiene su capacidad para reinventarse, para añadir nuevas especias al guiso, para hacer de cada entrega de su discografía un capítulo en la construcción de una carrera de coherencia, clasicismo sin florituras y, sobre todo, una elevada exigencia a la hora de combinar melodía y palabras, música y letra. Tachenko es una de esas bandas que no se resiste a crecer y que usan la madurez como sustento para dar solidez a sus propios cimientos sin perder la perspectiva de la parte más lúdica de una banda de pop: las guitarras, el baile o el amor.
El primer tema del disco, Mundo sensible, es una verdadera declaración de principios, trepidante imaginería bucólica, quizá el único momento de todo el disco que nos recuerda al Niño Gusano de toda la discografía reciente, más por la potencia lírica que por los arreglos, un medio tiempo de épica contenida. Colocado como disparadero es la piedra de toque perfecta para continuar avanzando hacia El brindador. Uno pensaba en Eric y acaba chocando destilados un sábado distinto cada vez. Un curioso uso de teclados y sintetizadores, con coros festivos que colocan frente al espejo a los compositores de la banda, irredentos noctámbulos de sonrisa perpetua, en su octavo LP. Cuatro estrellas había sido uno de los singles de adelanto y ya resulta familiar para aficionado, como ebanistas de la colección la trepidación de la pista de baile se mezcla con el fraseo de un Scott Walker, como si Algueró apareciera por la casa de Alex Kapranos prometiéndole el estribillo perfecto que le devolviera a lo más alto.
«Clásicos y lúcidos, hit para una gramola colocada junto a unos autos de choque y que pide una coreografía sobre una mesa de plástico con publicidad de Mirinda».
Llegamos al que, para mí, es el mejor tema del disco, Oso de plata. Escapando de cualquier previsión, fuera de las apuestas, una balada donde el piano es el protagonista, con guiños de brutal honestidad al despiste intoxicado, una rima en consonante “poca gente está segura/con el agua a la cintura” pero que funciona como si el Dr.Feelgood hubiera sacado la pizarra y no retirado los restos de la tiza. Señal que te he perdido, te acabas encontrando y no te pareces en nada a quien esperabas. Un final épico, con guitarra de diazepam y coros de los años dorados de Capitol Records para añadir un tema a mi colección de favoritas.
Seguimos con las guitarras cristalinas y el piano en Miedo me das, perfectas voces empastadas que son señal del canon pop de nuestra primera división en las bandas españolas de la década. Deslizándose por el fluido de Sindulfo García llegamos hasta El norte donde las guitarras hilan oro y seguimos disfrutando las estrellas como en los tiempos de Nick Drake, dulzura sin ser empalagosa y una instrumentación preciosista sin los excesos del virtuosismo innecesario. Con Ídolos, descubrimos una canción para el directo, un poco de pop de manual, volvemos a la presencia del teclado y los pianos, cada vez más presente en la sonoridad de Tachenko, con algo de vodevil y teatralidad, funciona como una pequeña pieza sensible, una captura vital, una polaroid costumbrista. Llegamos a la última parte del disco con Maverick, sostenida sobre un fondo mínimo, la voz deja paso a uno de esos temas que acaban completando el disco, funciona a todos los niveles pero no produce una emoción desmesurada, al contrario que Santa Fé, con esa delicadeza cantábrica, como una oda mínima a Edie Sedgwick, terciopelo y amor sensual, rítmico, perezoso como las guitarras que acompañan hacia el centro de la bruma. Uno de los grandes aciertos del disco. Y el cierre, como si la banda quisiera dejar al oyente con ganas de más, llega con la canción que da título al disco Las discotecas de la tarde, pleno de potencia, un comienzo que podría ser la cara b del single con la sintonía de Ulises XXI, cuerpo de aluminio, alcohol de quemar, construcciones de cartón piedra que sustituyen a los momentos álgidos de décadas atrás, cuando los Babasónicos eran los heraldos de la toxicidad. Ahora te toca elegir a ti, oyente, ellos ya te han advertido.
Dentro del hermetismo lírico que suele provocar las letras de Sebas Puente, poco a poco vamos conociendo ciertos referentes que funcionan para entender la evolución personal del escritor y que Sergio Vinadé, siempre armado de melodías y buen apetito, moldean en una dupla perfecta acompañados de una sección rítmica –Alfonso Luna y Liborio García– que remite al algoritmo social de las relaciones digitales y te pide que compartas espacio en las cubetas de la vida.
Las discotecas de la tarde de Tachenko se edita el próximo viernes 19 de noviembre.