Low Fidelity (Vol.1) de Connie Corleone

«Dejé el trabajo. Comprobé que la mayor parte de las luces de la ciudad se encendían y se apagaban sin contar conmigo. Cines, bares, coches y las farolas de los puentes y los semáforos. Así que puse los dedos sobre los interruptores que puedo controlar.«

¿De qué hablabas cuando hablabas de escapar?, ¿eran las tumbas o era la la flor? ¿el vagabundo o el mimo? El corazón de mi ciudad es un buen lugar para depositar las semillas de las canciones que están por volver. Ese es el nuevo material de Connie Corleone, la mejor voz de Zaragoza, la que deja guijarros sobre el terciopelo y amasa versos sobre la piel de la hija del predicador. Hay un ángel que sueña: está atrapado con la chica de su vida en un sótano y Lavon Helm se la roba. El disco se abre con una intro y la revisión de uno de sus clásicos de décadas anteriores, Guerra, que suena a Linda Ronstadt cantando Poor poor pitiful me en Atlanta en 1977 o el salvajismo felino de Nina Simone entonando There is a war de Cohen suavizado por una flauta dulce.

If I need you canta al dolor de la pérdida de la muchacha del carrusel, al viejo Townes Van Zandt puede que lo encuentres en uno de esos almacenes de muebles abandonados o la fábrica derruida de cristales llorosos por las piedras de los niños. Emmylou Harris sobre el alambre de Hold on, los círculos de fuegos que se cierran, María Luisa Usoz, mi Connie Corleone es como la Santa Catalina Tekakwitha, con una guitarra acústica manchada de tinta, como la sangre del tatuaje que sirve de guía hasta el escenario, cuando la ceniza está atrapada en la garganta y esperas el final del hechizo y solamente llega la oscuridad. Escucha ahora Solitary daughter, y piensas en la luna cubierta por el humo de una gasa negra que arde,

“Déjame sola, que nadie me vea, la distancia suena a sábado por la noche, a vinilos quemados que flotan sobre el lago”

La belleza que consigue en la revisión de un tema contemporáneo como el de la cantante de origen sirio Bedouine es como querer abrir los cielos sin esperar respuesta. Nadie imaginaría que una salida equivocada en los límites de Austin te dejase junto al Canal Imperial de Aragón. Aquí tenemos nuestra propia Virgen y nuestro propio pantano, también hay una bruja, a ella le cantaba Gabriel Sopeña en una vieja canción llamada Un fogonazo. Look at miss Ohio de Gilliam Welch suena a púa mediterránea, a prenderse fuego hasta hacerte arder, como un acorde mayor en las entrañas, Johny Cash cantando I´m on fire de Bruce Springsteen, a tener esperanza en el hombre que pone nombre a los meses. Brandie Carlie se despertó un día y escribió los versos de Pride&Joy.

«Besó a su mujer y le contó que había soñado que Sam Shepard le llevaba una Biblia hasta su cama y que después le había pedido unas monedas porque Merle Haggard las necesitaba para la máquina del hielo. Brandie le dijo a su mujer: “En aquel motel podríamos ser felices”.

Dos temas de Bob, de OldManBob, tocados con la fuerza del dharma, nada de vaqueros metidos dentro de las botas, ni chalecos sin camiseta debajo. La revisión de It ain´t me babe y la de Simple twist of fate atrapan el espíritu de los hombres de las praderas buscando la verdad en el desierto de Mojave, tribu con los ojos pintados de negro, el viejo Bob más payaso que voyeur, mirándole los pechos a la Baez, rodando películas de mil horas, beatífico bajo la tormenta. Quizá no lo entiendas, pero al escuchar Puñalada trapera entre Amalia Mendoza y Lola Beltrán, notas en el corazón la picadura de una tarántula.

«Eso que notas es un durazno que sangra donde debiera estar tu corazón. Hace tanto que lo enterraste que no recuerdas haber tenido uno.»

Los coros levíticos de Gladys Arbej y Carmen Higueruela atrapan la mala semilla de un mariachi pasado por Jeffrey Lee Pierce, o el Gun Club. Pintando su propia calavera de blanco, el final es para un tema ochentero, una revisión de You are the light de los Lone Justice, emparentados con el árbol genealógico que lleva hasta Robbie Robertson y el último vals.

«Volvemos al sueño del principio, ¿se llevó Levon a la chica? ¿en qué cruce de caminos pillaban el material? ¿Lucifer cantaba blues con una guitarra de dos dólares? ¿Dónde dormiste la otra noche?»

Con el carisma de una fuera de la ley, con los mejores en el acero y el nylon, con la nicotina y el fantasmal violín de Scarlet, con los beatniks esperando turno para ser bautizados en la vieja religión. El folk que canta a las lunas de plata. Ernesto Cossío y Joaquín Pardinilla en las guitarras, llevan los dedos negros de tanto tocar. Llegué a la ciudad y me quedé sin banda, las únicas agujas que quedaban sin romper eran las de los tocadiscos. Connie Corleone es un mito fronterizo que gasta su paga en velas para todos los dioses. En la palma de la mano queda la marca que le dejó Mississippi John Hurt y el corazón lo tiene atravesado por la cicatriz por la que bebía Isobel Campbell. Verde, que te quiero verde.

¿Te gusta lo áspero, lo elegante? ¿Sobrevives a las décadas por imposición divina? ¿Sigues esperando el advenimiento de Steve Earle? Más folk que la vida, más mítico que un demonio babilónico repartiendo flores de amapola. Ámalo u ódialo. Si os interesa obtener una copia de esta maravilla podéis contactar a través del siguiente correo conniecorleoneband@gmail.com o haceros con una copia si vais por Zaragoza en El Corazón Verde (calle África 8, 50007 Zaragoza).

Las fotos son de Gladys Artes. Low Fidelity (Vol.1) de Connie Corleone más Ernesto Cossío&friends es un disco autoeditado en este comienzo del verano.

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