Madriguera es un libro donde el silencio es el recuerdo de la ausencia. Escapando de la formalidad del verso, Ana Muñoz utiliza la prosa poética para crear una fogata alrededor de la que construir una tribu lírica, con una estructura de diario que escapa del análisis lineal para cobrar el pulso poético a través de la repetición sensitiva, de la arquitectura emocionalmente obsesiva y el arrebato acusador de los detalles para hacer presente el hueco que deja la ausencia.
En la solapa de Miguel Serrano -que acompaña en su viaje, como también lo hace Ángel Gracia, uno de los más delicados escritores del incendio bucólico y la sensibilidad de la tierra-, habla de mutación del dolor. Ana Muñoz se rodea de sus compañeros de generación, de los protagonistas de la Edad de Oro que alimentó las letras aragonesas con el paso del siglo: la profundidad cosmopolita de Jesús Jiménez, la intensa redundancia de Miguel Ángel Ortiz Albero o el camino de formalidad del Bajo Aragón de José Manuel Soriano. Su presencia en la obra y en la trayectoria de Ana Muñoz ha sido una constante y encuentra uno paralelismo con obras como Valhondo del anteriormente mencionado Ángel Gracia o las propuestas expresivas de Serrano en su último libro, El testaferro. Pero hay un elemento único, fruto, muerte y ceniza, el análisis de la brevedad de la tragedia y del círculo infinito que es la vida. Las citas a Trinidad Ruiz Marcellán o Elena Pallarés, que acompañan momentos claves de la lectura son una guía perfecta para encontrar la parte estacional del dolor, la pereza de la felicidad, el absoluto de la no vida.
Porque la ausencia es la presencia más importante del libro: “De imaginar que quizá/si no vuelves/es porque mi voz no te llega”.
La semilla como proyecto, las palabras que se esconden en una bolsa, que están dispuestas a exponer todo su potencial en la construcción última del poema. En el fuego, donde las brasas son cápsulas de las que se puede extraer luz, la asociación pagana como una forma del predicamento de la familia: “Rezo a los pájaros/les rezo como si creyera en un dios alado que se aleja”.
Divinidad que se concentra también en la potencia de vencer la muerte. Al humano solo se le permite el silencio para derrotar la muerte. Hay algo séptico en la cita que se alumbra y la maternidad es el fuego, es el credo que ya no se repite. Hay algo en nuestras generaciones que hizo de la maternidad un elemento de extrañeza y desarraigo. Ana Muñoz cita a Martín López-Vega, a Alejandro Simón, una poesía de lo mediático que sobrevive a lo efímero.
La pandemia nos devolvió el miedo, la ciencia es algo en lo que se desconfía, solamente respetamos la química tradicional de la naturaleza que abre las semillas en la tierra abonada: “Vendrá una pandemia/tardaremos meses en sembrar”.
El recuerdo, la ausencia, el silencio. Trilogía eterna y quebradiza. No hay manera de escapar porque cualquier sonido se superpone al recuerdo y resulta ofensivo: “¿De qué me sirve este silencio que me rodea? /Te pido permiso para renunciar a ti”. De nuevo no es casual la presencia de una cita de la ecuatoriana Mónica Ojeda, que se emparenta con los tabúes de la feminidad en el S.XXI con un tratamiento que nos recuerda que todo parecía más sencillo cuando los días y las noches, sobre todo las noches, nunca se repetían, siempre eran distintas. En la costumbre, en la paz, en la monotonía surge el miedo. Enterrado el neón bajo capas de hormigón, la madriguera es un espacio de vientre y cálida estrechez donde, como la poesía, se nos permite alterar el tiempo.
Madriguera de Ana Muñoz es un libro editado por la editorial Olifante.