Puede ser una pregunta trampa ya que siempre habrá quien pueda responder que eso nunca ha sucedido ya que el teatro está a un nivel distinto, como parte de las artes escénicas, junto a la danza o la ópera. Para Ricciotto Canudo, en su Manifiesto de las Siete Artes que popularizó el cine como el séptimo arte, la gran pantalla lograba unificar las artes plásticas (como la pintura) y las escénicas, y por tanto temporales, como el propio teatro.
Hay que indicar que en sus orígenes, el cine era básicamente un teatro filmado y que poco a poco logró desembarazarse de esa “carga” de su juventud. Personajes como Griffith y DeMille, tan habituales de este blog, fueron entre otros muchos los que lograron que el cine fuera convirtiéndose en algo “más grandioso”.
«Por fin vemos un film que merece este nombre […] es una obra completa, con destreza y maestría admirables» (Louis Delluc)
Pero hay una producción que debemos destacar. En 1915 apareció en los cines La marca del fuego (The Cheat) que aunque actualmente es poco conocida, fue todo un acontecimiento mundial que logró que el primigenio cine norteamericano comenzara a sonar con fuerza en Europa como sinónimo de calidad. Cecil B. DeMille logró no solo superar al cine italiano que era el más espectacular de aquellos primeros tiempos, sino que además alcanzó un nivel artístico que no pasó desapercibido para los grandes como René Clair o Louis Delluc. Fue precisamente el académico y cineasta francés el que comentó que La marca del fuego significaba el definitivo triunfo del cine sobre el teatro.
La historia de la película es una trama donde una mujer (Fannie Ward) pierde una fortuna en el juego y consigue que un rico japonés (Sessue Hayakawa) le entregue la cantidad perdida a cambio de «sus favores». Al final la dama no cumple con lo pactado y como el japonés aparece asesinado, el melodrama policíaco culmina con un juicio donde el marido (Jack Dean) es el principal sospechoso.
«La marca del fuego (The Cheat) es el triunfo del cine sobre el teatro»
(René Clair)
Lo realmente novedoso en la obra de DeMille es que por primera vez el cine navega en un conflicto psicológico donde imperan los sentimientos de los personajes, dejando atrás los épicos western o algunos insulsos dramas realizados hasta entonces.
Los primeros planos o la iluminación artificial son algunas de las grandes aplicaciones técnicas que se aprecian en la cinta. El director logró mostrar la enorme expresividad de los personajes (como sucede en el actor japonés Hayakawa) gracias al uso de estos primeros planos, que dieron el fundamento a la crítica para indicar que había logrado superar al teatro. El uso de la iluminación artificial demostró su alta capacidad técnica, introduciendo de forma magistral siluetas y sombras.
Pero la gran trascendencia que tuvo en 1915 pronto se apagó. Tuvo un enorme éxito tanto en la crítica como en lo comercial. Llegó a estar programada 10 meses consecutivos en algunos cines de París y recaudó ocho veces más de lo que había costado. A lo largo de la siguiente década, escuelas como la rusa la alemana dejaron en el olvido las limitaciones de la cinta de DeMille, que se dedicó principalmente a las películas históricas mediante grandes decorados donde mostraba la espectacular épica de estas historias, sobre todo bíblicas.
Entre su filmografía, podemos destacar una de las primeras versiones de Juana de Arco (1917), Sansón y Dalila (1949), considerada como el primer péplum o las dos versiones de Los Diez Mandamientos (1923 y 1956). Fuera de la temática péplum aunque basada en hechos reales encontramos Por el valle de las sombras (1944) con Gary Cooper o la interesante El mayor espectáculo del mundo (1952), ambientada en el mundo del circo con James Stewart y Charlton Heston.
Resulta realmente curioso que se le asocie a DeMille con la definitiva supremacía del cine sobre el teatro, cuando precisamente provenía de una familia muy ligada al teatro y se había criado entre escenarios (su madre era actriz de teatro y su padre dramaturgo y predicador).