Cada 17 de junio se nos recuerda que la desertificación es una incógnita de vida que no solamente afecta al medio natural. Es un estado que tiene relación con la sequía. La tierra, el suelo, lleva aneja una biodiversidad. Todo sufre vaivenes más o menos serios, acelerados o retardados, por las circunstancias climáticas y meteorológicas. Además, el incrementado y diversificado uso del suelo y del agua debido a prácticas antrópicas trastoca demasiado los ciclos naturales, esos que permiten una cierta renovación de la biomasa que el suelo, no todos, recuperaría según y cómo, antes o después. Aquí habría que hablar de la diferencia entre desertificación y desertización pero mejor incluimos el enlace de la Fundación Aquae en donde habla de ello.
Copiamos textualmente una reciente advertencia de Greenpeace: más del 75% de la superficie de España está en riesgo de desertificación y el 70% de las demarcaciones hidrográficas presentan niveles de estrés hídrico alto o severo. Pero hay más motivos para la preocupación, razones para la modificación de las estrategias de la gestión del agua para acompasarlas con las disponibilidades actuales y futuras. Expone el Observatorio Ciudadano de la Sequía de FCyT (Fundación para la Ciencia y la Tecnología) que es urgente acabar con la sobreexplotación y contaminación de los recursos hídricos. La finalidad de las políticas sugeridas no es otra que no hacer más grande la desertificación que ya es incuestionable y así paliar los riesgos de la sequía que ya tenemos con nosotros. Quienes tengan interés pueden transitar por el Monitor de Sequía Meteorológica del CSIC para ver cómo la sequía ha afectado a las distintas zonas de España entre 1961 y 2021.
El asunto ya era grave hace unas décadas pero ahora se ha visto acrecentado con el cambio climático. Así lo asegura el informe Impactos y riesgos derivados del cambio climático en España (2021), elaborado por personas expertas del Ministerio de Transición Energética y Reto Demográfico. Según dice, en un cercano horizonte se vislumbra un aumento generalizado de la intensidad y magnitud de las sequías meteorológicas (relacionadas con las precipitaciones), e hidrológicas (afectan al caudal de los ríos que según parece han visto como se reducía entre un 10 y un 20% desde mediados del siglo pasado). Todo esto en un contexto de una creciente aridez y un aparatoso riesgo de desertificación.
El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación también parece estar preocupado. Sin embargo, permite e impulsa prácticas agrícolas, entre ellas el aumento de regadíos derrochadores, que van en contra de las políticas posibles ante el escenario futuro. Si atendemos a lo que nos dice la Fundación Biodiversidad, el 74% del territorio español se encuentra en riesgo de desertificación y un 20% corre un peligro alto o muy alto de convertirse en desierto, lo cual es irreversible. Además, más de una administración no ve las extracciones ilegales de agua que han secado buena parte de los acuíferos.
Diversos organismos internacionales están alarmados ante el problema que no hace sino avanzar. Incluso ha preocupado hasta al Tribunal de Cuentas Europeo, que redactó su informe especial núm. 33 en 2018 con un título expresivo La lucha contra la desertificación en la UE: una amenaza creciente contra la que se debe actuar más intensamente. En él enfatizaba la relación entre desertificación, pérdida de biodiversidad y cambio climático. Expresaba la sensibilidad a la desertificación en Europa meridional, central y oriental (2008-2017), el cambio previsto del riesgo de desertificación y el índice de aridez en 2071-2100 frente a 1981-2010, etc. Además de otros asuntos de peligro colectivo. El Europarlamento instaba en el mes de abril a una acción decidida por parte de la Comisión Europea para la protección del suelo, en particular cuestiones relativas a su sellado y su relación con la gestión del agua.
La degradación de la tierra, la desertificación es una de sus estampas más visibles, ha motivado que la ONU alerte de que en el mundo aquella deteriora el bienestar vital de más de 3.200 millones de personas.
La situación viene de antaño. Como se lamentaba Antonio Machado en Por tierras de España:
El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Desde que Machado expresara sus pesares en este poema han pasado más de 100 años y los muchos hombres abusan de ruindades que dicen proteger y amar, tal que entonces. Ahora el despiste y la desidia se manifiestan en un contexto de lucha política en la que la coherencia a la hora de ver los problemas a los que nos enfrentamos se ve solapada por la lucha partidista, exclusivista, dentro de un mismo país y en relación con otros. “Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta, …, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”, terminaba el poema machadiano. Aquí y en el mundo entero los problemas ecosociales –la gestión del suelo y sus beneficios lo son- apenas suscitan acuerdos políticos duraderos. Lo que para los y las parlamentarios son menudencias como cosa de poco aprecio y estimación, para el conjunto de la ecodependiente sociedad requiere esmero y escrupulosidad en su consideración, sin omitir lo más menudo o leve. Este es el significado de la RAE que más conviene ahora al problema de la desertificación. En España, al paso que van parlamentos, del estado y autonómicos, llegarán muy tarde las necesarias medidas para detener el ritmo de la desertificación.
A esperar el 17 de junio del año próximo deseando que el desierto no nos atropelle más todavía. Cuando se publique esto habrán pasado apenas unos días en los que se miró de reojo a la desertificación. Revisen los diarios de sesiones de los parlamentos del estado, autonómicos o municipales por si se habló del asunto. Incluso cualquier periódico en papel o no. ¿Qué encuentran? Menudencias para unos, trascendencias para otros.