Doñana como epítome de la protección ambiental de la errática España

De poco le han servido sus más de 50 años de declaración de Parque Nacional. Tampoco que sea a la vez Parque Natural. Ni siquiera sus más de 25 años de ser considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Poco enclaves mundiales poseen ese oropel. Ser algo en relación con la humanidad entera supone pertenecer a la cultura global, y eso es tan grandioso que hay que conservar como un tesoro. Ni por esas. En el país de la mayor diversidad de vida atesora en Europa, Doñana se ve sometida a atropellos varios. En este cultivo de lo efímero que desde hace unas décadas nos ofusca, se perdió la grandiosidad compartida. En enclave se merece algo más, aún se recuerdan las maniobras que costó componer su candidatura en plena dictadura.

Miles de ánades en el Cerro de los Ánsares, una zona de dunas de Doñana. (José Manuel Vidal / EFE / Archivo)

Fuera de España constituye el icono conservacionista de todo un país. Con solo pronunciarlo en cualquier foro la conversación se llenaba de biodiversidad y de generación fluvial, de lo que representaba en la relación de las aves entre África y Europa. Sigue siendo lugar de peregrinaje de la ornitología europea. Se lo merece por ser lugar de estancia permanente de millones de aves, mamíferos, reptiles y demás seres vivos; espacio de acogida de muchas aves migrantes; escenario de investigación científica a la busca de catalogaciones diversas y en defensa de protecciones singulares. Todo eso y muchísimo más es Doñana.

Sin embargo, ha tenido que soportar quebrantos continuos. No solo la extracción del agua de los miles de pozos que resisten en la ilegalidad. Difícil de olvidar el tóxico vertido de Aznalcóllar, que ya nadie recuerda pero ahí siguen sus efectos. Incluso han querido gasear el subsuelo de este santuario vivo. La desidia no viene de ahora. Unesco ya avisaba en un informe de 2011 que se debía hacer algo para detener todas las amenazas que ahora mismo cuestionan la existencia del espacio natural y en el fondo han sido motivadoras de la sanción actual. La WWF, cansada ya de tanta desidia y de dar avisos continuos a las autoridades competentes, denunció a Unesco su situación. Greenpeace hace años que avisa de hay que tomarse en serio el deterioro de Doñana. Las llamadas de alerta surtieron efecto y la Unión Europea dio hace 5 años un ultimátum a España.

El 1 de diciembre de 2016 el Gobiernos de España y la Junta de Andalucía remitían un informe a Unesco considerando que el estado de Doñana era satisfactorio, a pesar del riesgo que acumulaba por minería, gas, dragado del río, pozos extractivos, etc. Recuerdo de aquellos años  el documental El corazón humano de Doñana de WWF, una campaña de concienciación para presentar la cara humana del Parque. Por aquellos días trataba de imaginar lo que supondría ser un habitante orgulloso en el primer país de la UE al que se quita de la lista un sitio natural declarado Patrimonio de la Humanidad. Tampoco he olvidado aquellos documentales de Jordi Évole en La Sexta.

El complejo Doñana lo han escrito las aportaciones del tiempo en forma de suelos y agua circulante, en ciclos más o menos rigurosos. También las trazas de gente que va y viene, que quiere vivir de una u otra forma en sus cercanías y por ello se pelea. Deseos y acciones de las autoridades que llegan o se van dejando en el alejamiento o para más tarde sus posibles preocupaciones. Plantas y animales que allí se asientan y cuya opinión no cuenta. No hablan pero verlas simplemente da para admirar la vida y a la vez escribir muchas preocupaciones y deseos. Tan variadas amenazas tenía encima que hace un tiempo se habló de lanzar una llamada mundial. Iría dirigida no solo al ecologismo sino a todas aquellas personas con una mínima sensibilidad por la naturaleza. Esas que saben observar estos enclaves en los que la magia de la biodiversidad nos muestra los vaivenes que la naturaleza lleva en sí misma si se le deja en paz, o no la empujamos mucho.

Ahora conocemos que el Tribunal de Justicia de la UE condena a España “solo” por no proteger el permanente expolio del agua para el riego o el abastecimiento urbano, por contravenir la Directiva Marco del Agua de la UE. El mismo tribunal dice que no ha quedado demostrada por la Comisión Europea que la calidad del agua subterránea haya disminuido.  La sentencia conmina a España a que repare estos desaguisados, como también la destrucción de hábitats, a la mayor brevedad. Si no lo hacen así España será multada con equis euros. Doñana bien merece un esfuerzo por parte de todos, un diálogo razonado para asegurarle un futuro esplendoroso. Lo mismo sucede con el resto de los parques nacionales de España, que han crecido en número. Son una parte de nuestro pasado pero a la vez un lugar de encuentro de todas las gentes que aman la naturaleza, también de aquellos lugareños que los ven de otra forma.

El epítome de los españoles podría resumirse en un amor por la naturaleza y la biodiversidad con evidentes altibajos. No olvidemos aquella recomendación de Miguel Delibes de no usar la naturaleza como si fuéramos el último inquilino. Por cierto, esos atropellos o despistes no solo suceden por aquí. Hay bastantes más “doñanas” por el ancho mundo y políticas erráticas en lo que se refiere a la protección de la compleja naturaleza y su biodiversidad.

Tres ejemplares de caballos salvajes de las retuertas, una de las razas de equinos más antigua de Europa y que viven libres en Doñana. (Staffan Widstrand / EFE /Archivo)

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