Llegué a él desde Las ciudades invisibles. Quedé prendado de sus recursos literarios para describir el fondo y la forma de la vida corriente. El libro había sido editado en 1970 pero lo conocí años después, cuando andaba reflexionando sobre la coherencia de la compostura urbana para gestionar los flujos materiales y las interacciones sociales; lo que entonces llamaba ecodependencia. Me encontré con ciudades inimaginables para cualquiera. No eran descripciones tipo imagen idílica o catastrófica que tanto cunden ahora por la Red. Desde entonces lo he citado en bastantes ocasiones en artículos o conferencias. Cuando tengo una duda de dirección y sentido sobre lo que pienso acudo a este librito. Es tal su esencia para explorar la existencia urbana –hoy casi todos estamos comprimidos ahí- que debería estudiarse en todas las carreras de economía o ecología. Sus ciudades son como una recolección depurada de belleza cotidiana a través del tiempo y del espacio. En ellas casi nada es lo que parece; todas ellas mutan según como se las mire. Y más todavía, cada una en singular será diferente según cada cual la interprete y en conjunto mantienen cosas en común.
A menudo me pregunto si hace más de 50 años Calvino ya sabía el devenir de muchas de nuestras ciudades. ¿Sería un adivino o quizás sabía leer como pocos las relaciones sociales? A menudo me he preguntado si esas ciudades escritas son como las nuestras vividas; acaso fueron o podrán ser. Nació hace 100 años y bien merece un reconocimiento de quien tanto le debe: por lo que alumbró o convirtió en una duda. Hace un tiempo escribía un artículo en este mismo blog en donde decía que los entramados invisibles de las ciudades no se ven directamente pero se adivinan a poco que entremos dentro de ellas.
Me imagino que soy Marco Polo, como el personaje principal de Calvino en este libro. Me veo contando la esencia urbana de ciudades diferentes. No lo hago a Kublai Khan sino para mí mismo. También se me representan en forma de crítica hacia los grandes magnates (algo o bastantes mangantes) del mundo idealizado. Podrían ser políticos o buscadores de dinero fácil; da lo mismo. Casi seguro que alguno figura en la lista Forbes de los ricos.
Si me encontrase delante de uno de ellos –ahora disfrazados de empresas respetables- le contaría que muchas ciudades que parecen ricas y prósperas a la vez, se ven envueltas en hollín y pringue. La ciudad próspera prospera a costa de la vida de sus ciudadanos. Ítalo Calvino me animaría a contarle al dirigente actual de la India que, lo denunciaba hace unos días el The Indian EXPRES, una serie de estudios han demostrado un impacto directo y grave de la contaminación del aire en el crecimiento del PIB y los niveles de ingreso per cápita. La producción de los trabajadores disminuye, menos consumidores recurren a servicios basados en el consumo, la productividad de los activos se ve obstaculizada y los gastos de salud se disparan. Algo así sucedía en la Olivia de Calvino. Si bien me queda en el recuerdo amable aquello de que no “se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen”. Aunque no acabe de entenderlo del todo. Pienso en ciudades bellas europeas, españolas. Hay concursos de belleza de ciudades y pueblos con encanto. La mercadotecnia fagocita todo. Casi siempre esas descripciones turísticas dejan al margen detalles nada agradables.
Quizás Calvino me confunde adrede cuando me invita a pensar en esas ciudades escondidas o sutiles; en aquellas otras asociadas al cielo, santificadas por no sé quién o por muchos a la vez, como le sucede a Roma. Estos días he visto la exposición sobre Pompeya en el Matadero de Madrid. Una no ciudad que lo fue y vuelve a emerger convertida en ruina por la furia del Vesubio.
Me apetece repetir una parte de algún artículo mío: Eutropia es una visión habitada donde al entrar el viajero no ve una ciudad sino muchas, como sucede en aquellas que al llegar en tren o por carretera se ven barrios marginales y chabolas aunque dominen los destellos de sus “torres que desafían al cielo con hacerlo caer”. Los títulos de las obras de Calvino componen un poema vital a nada que hagas un esfuerzo para enlazarlas: El sendero de los nidos de araña por donde camina sin dudar El barón rampante, uno de Nuestros antepasados. Otros se dedicaron a La especulación inmobiliaria aunque eso acarrease La nube de smog. Acaso se preguntaron alguna vez Si una noche de invierno un viajero… No sabemos si sería capaz de elaborar Seis propuestas para el próximo milenio (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, el arte de empezar y el arte de acabar). ¿Pero qué es el invierno? ¿Acaso un infierno? Busquémoslo en las muchas entradas que asociado a Calvino lo citan en Internet: 169.000 cuando escribo estas líneas.
Todo nuevo conocimiento sirve para no tragar lo que nos dan masticado. Al contrario, debemos empeñarnos en construir un mundo global mejor que el que existía en tiempos de Calvino, mucho mejor que el que nos atosiga ahora. La vida, como las ciudades de Calvino nos asombra por sus destellos de belleza que extiende a edades diferentes, según el ángulo desde donde mires. La vida está hecha de fragmentos bellos o claros mezclados con el resto que tienen o no esas propiedades. Es una suma/producto/división y resta de instantes separados por intervalos. En realidad una búsqueda secuenciada del conocimiento sin fronteras. Y a nuestro lado están los demás.
En nuestro existir compartido encontraremos momentos o partículas de verdad y de belleza junto con cosas inservibles o sufrimientos y quejas. Por eso no es extraño que el ítalo-cubano defendiese una cultura global, un conjunto complejo y a la vez unitario construido por el conocimiento y la acción. Seguramente así saldría más gente que pudiese optar a los puestos de responsabilidad política y empresarial con garantías de que no buscan el bien para sí mismos sino en las ciudades, naciones invisibles.
En 20minutos.es se ha hecho un detenido seguimiento a Ítalo Calvino y una lectura acertada de sus grandes ideas: el 5 de octubre de 2008 Nacho Segurado escribía “Fábulas minuciosas para un mundo impreciso” y el 28 de marzo de 2009 nos ilustraba con “Las ciudades ideales que nunca existieron«; el 8 de octubre de junio de 2022 escribí “Ciudades sostenibles, verbi gracia”, entre otras. Así pues invitamos a aquello que recomendaba Calvino: la lectura de los clásicos para entender futuros. Aquellos libros que guardan un tesoro para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez, en las mejores condiciones para saborearlos. Eso sí, porque leer no es solo pasar páginas. Él ya es ahora mismo, 50 años después de su muerte se ha convertido en uno de esos clásicos que hay que leer con un cuaderno y bolígrafo al lado. Así anotaremos las brillantes ideas que nos da para entender la vida presente y comentarlas por quienes la vivirán en el futuro.
Como final, reproducimos textualmente un artículo de homenaje que Andrea Rizzi (7-10-23) le dedicó recientemente en Babelia:
En un mundo que se petrifica en la monstruosidad nacionalista, en la estulticia hiperpartidista, en el embobamiento de las redes sociales, sigue siendo enriquecedor contemplar esa llama leve, exacta, rápida, visible y múltiple. La obra de Ítalo Calvino, que, nacida de grandes noes, achica la tiniebla del infierno que avanza.
El análisis del enfoque de Italo Calvino sobre las ciudades en este artículo es fascinante. Me pregunto cómo podríamos aplicar las ideas de Calvino para mejorar el diseño y la vivencia en nuestras ciudades modernas. ¿Crees que algunas de sus ‘ciudades invisibles’ podrían inspirar cambios reales en la planificación urbana actual? Sería interesante..
12 noviembre 2023 | 7:21 pm