Mi pantalón en Togo

En un artículo de hace unos años proponía alojar a los países ricos en un continente mental y ambiental, marcadamente europeo, con numerosas copias que se extendían por los cinco continentes llamado “Basurolandia”, o mejor “Gargameland” o “Wasteland”, por eso de la internacionalidad. Mientras se consigue tal desatino vamos a quedarnos con la “UE basurada”, se podría llamar también basurera o sin reciclar del todo.

Tengo aquí delante unos datos del Retema (Revista Técnica del Medio Ambiente) que me encenagan la visión: “Cada año se generan en la UE 2.200 millones de toneladas de residuos. Más de una cuarta parte (27%) son residuos municipales: residuos cotidianos recogidos y tratados por los municipios, generados principalmente por los hogares”. Haciendo unas cuentas sencillas que consideren ese porcentaje de los domicilios y el número de habitantes de los países UE, salimos de media a unos 1.330 kilogramos por habitante y año. ¡No me lo puedo creer! Seguro que he hecho mal el reparto. Habremos de confirmarlo en varias fuentes. En esta se dice que es media tonelada por persona y año, que ya es algo cuantioso. Sigo leyendo el artículo que habla sobre la generación de residuos UE y me quedo con dos cosas claras: la una negativa (aumentan los residuos que provocamos) y otra positiva (cada vez se recicla mejor y más cantidad). Es más, las estadísticas de 2021 recogían que el 49,6 % de todos los residuos municipales de la UE se reciclaban o se convertían en abono. La UE ha fijado un objetivo del 60 % de reutilización y reciclaje de residuos municipales para 2030; porcentaje que ya cumplen Alemania, Bulgaria, Austria y Eslovenia.

Dice también el artículo que el vertido es casi inexistente en países como Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Alemania, Austria, Luxemburgo, Eslovenia y Finlandia. Pero aquí hay una distorsión, porque algo o bastante  de esa no existencia se debe a que incineran buena parte de sus residuos, lo cual no se permite por aquí. Lo que sí parece cierto es que envían menos de un tercio de sus residuos al vertedero. Otro asunto, el de los vertederos y su gestión, que nos llevaría a escribir varios artículos. Pero no vamos a hablar de esto sino que vamos a centrarnos en seguir la pista de lo que le pasó a mi pantalón.

Para no ofender a los de fuera que no nos reñirán por semejante atrevimiento vamos a hablar de los de dentro. En España la gestión de los residuos sigue oliendo mal; menos que hace unos años pero aún apesta. A cualquier dirigente que sostenga su actividad colectiva como un servicio a la comunidad, que anteponga el bien social al rédito político, se le entornarán los ojos de vergüenza y los oídos de estupor cuando se entere de que 26 organizaciones de su país envían una demanda a la Unión Europea para que obligue a cumplir los compromisos adquiridos y aquello que la ley manda. Decían algo así como: “Pedimos amparo a Europa para no ahogarnos en basura”. Las administraciones tienen en el sótano mental bien guardado el protocolo de Aaarhus. Dicho así suena difuso porque pocos nos hemos leído el convenio, que obliga a dar información ambiental. Para los demás no resulta conocido, casi siempre por ocultación gubernamental o empresarial

Esto del reciclaje, y aquí entra mi pantalón en escena va para largo. Quizás se pierda la esencia de sus partes, incluido los botones metálicos y la cremallera que cerraba los interiores poco púdicos. Uno ya estaba alertado. La noticia publicada por 20minutos.es el 3/3/2023 no deja ningún resquicio a la duda “Los ecologistas denuncian ante Bruselas el incumplimiento de España de los objetivos de reciclaje y reclaman «un cambio de rumbo». Y tiene su fundamento porque España se comprometió al reciclaje de sus residuos en un 50 % en 2020, se quedó en el 40,5 %, y el año 2021 en el 36,7 %. Quien lo dude pásese por los datos del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Pero no nos dejemos engañar. El descuido no es solo del Ministerio nombrado; tienen mucho que ver otros responsables bien sea en forma de gobiernos de CC.AA. o ayuntamientos. Las industrias también incumplen lo comprometido y algunas, solo unas pocas, se llevan sanciones por ello. La ciudadanía anda con el traje de camuflaje basural. Durante estos días del “Black Friday” lo ha enriquecido.

Sigamos amontonando desperdicios educativos y materiales. Aquí recogemos textualmente de la página antes mencionada:

Hay una escasa implantación de la “recogida separada”, afirma el responsable del área de residuos de Ecologistas en Acción, Carlos Arribas. El desecho selectivo –cartón por un lado, envases por otro, vidrio y basura orgánica– favorece mucho la posibilidad de reciclar. En España la separación solo alcanza el 20% de esos 22 millones de toneladas, según la Memoria del Ministerio de Transición Ecológica.

Fijémonos en el tránsito de la ropa usada. Podríamos hablar también de la pocilga en la que gente desaprensiva ha convertido una nave abandonada en Humanes (Madrid). Nadie sabe de dónde vino y en dónde acabará esa imagen tétrica del consumo humano. Si bien sospechan por allí que el origen de los detritus son contenedores falsos de donaciones de ropa, utilizada realmente para revenderla ilegalmente. Esto de la ropa usada daría para escribir una enciclopedia. Se decía que iba a producir un boom del reciclaje en 2025, ante la normativa –Ley de residuos- que en ese año obliga a los ayuntamientos a ser más cuidadosos. Puestos a pensar no sabemos cómo lo harán las marcas de moda, que tendrán que implicarse en la recogida de prendas usadas en sus tiendas, no podrán tirar los excedentes y deberán crear consorcios para gestionar sus desechos. Ojo al dato: en España se desechan unas 900.000 toneladas de ropa al año, y el 88% acaba en vertederos, según el informe Análisis de la recogida de la ropa usada en España. De la que sale de la cadena acumulativa,  el 12%, parece que  va a contenedores de ropa y, de allí, a modernas plantas que seleccionan las prendas —incluso aquellas que se encuentran en mal estado— y las reúsan o reciclan para… No me quedo con todas maniobras ni tanto dato, por lo que debo meterme de cabeza en el mundo de los residuos, de cuánto y cómo se recicla en España, en la web del Ministerio de Transición Ecológica.

Y es que la ropa era, ¿es?, moda. Por eso congratula leer que  hay estudios sesudos de lo que le sucede a la ropa usada en España como el realizado en 2021 por MODA-RE, una cooperativa de iniciativa social. Es más, leo que el desprestigio de la ropa de segunda mano se va a limitar también por la necesidad de recogerla en las tiendas, nuevas leyes así lo dicen, y porque cuenta ese artículo que gracias a la sostenibilidad la segunda mano ya no es cutre: “Cada vez está más de moda”. Sin duda por ahí están WallapopVinted, o Milanuncios. Me acabo de enterar al preparar este artículo que hay una tienda en Madrid Humana Vintage de la calle Hortaleza, junto a la Gran Vía de Madrid, que pone cara amable a nuevos tiempos en la ropa usada. Hasta en el escaparate hay maniquíes con prendas antiguas; no exhiben rodilleras remendadas  en los pantalones como las que añadían la mujeres de mi pueblo –casi siempre con telas de tonalidades diferentes a las primitivas-. No teníamos ni idea de que estábamos adelantándonos 50 años a la moda vintage. Así debía ser porque el jersey que ya te quedaba escaso se convertía en lana bien lavada y estirada. Combinada con alguna madeja nueva de otro color componía una chaqueta o jersey jaspeados que quedaban la mar de llamativos.

Un cliente en un local de ropa usada de la calle Tallers de Barcelona, epicentro de la ruta de la ropa de segunda mano en Cataluña. (MIQUEL TAVERNA)

Pero mi sorpresa aumenta cuando me entero de que Zara (la madre más importante de la vestimenta en casi todo el mundo) apuesta por la recuperación de ropa usada y arreglo de botones, rotos y cremalleras. Es más, ha creado una plataforma en el Reino Unido, que ahora hace extensible a España, Zara-pre-owned a la que el usuario normal de sus tiendas puede acudir para arreglar su ropa y comprar la de segunda mano. ¡Si me lo dicen en mis tiempos mozos no me lo creo! Bueno sí, porque en mi infancia monegrina los restos de ropa remendada –toda la ropa, lana, etc.,- se guardaba en un saco. Se los llevaba el trapero que venía por el pueblo y te lo cambiaba por naranjas o la fruta que hubiese en ese tiempo. No eran como los Traperos de Emaús pero casi.

Pero volvamos a lo de mi pantalón en Togo. Si todo fuera como debe ser, o deberá serlo dentro de muy poco, esa camiseta con chip que Greenpeace metió en el montón no debería haber llegado a Togo. Me imagino a mi pantalón en Togo. Lo deposité en Zaragoza en las máquinas traga ropa de mi serio ayuntamiento, que lo llevaría sin duda a una planta verdadera de reutilización de ropa. Miento deliberadamente: ¿a saber dónde está ahora mi pantalón roído al que ya le había arreglado dos veces la cremallera? ¡Qué pena que se me olvidase ponerle un chip y hacerle seguimiento! Pero no es necesario. Sé por mis amigos de Greenpeace que la ropa usada, cuyo final no se sabe, deja una huella quilométrica en su camino hacia el infinito.

Me gustaría acabar este artículo con un buen deseo: la ropa usada se hace “cool”, que para quienes no nadamos con soltura en inglés quiere decir algo así como que “mola cantidad”. Esto lo podría haber dicho Manolito Gafotas. De paso, gracias Elvira Lindo por procurarnos tantos gratos momentos en los que para nada había basura mental; todo se convirtió para nosotros en pensamientos reutilizados.

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