Tiempo y clima: abstracción de placeres y desventuras en medio de una intersección

Dicen que el 24 de octubre es el Día Internacional contra el cambio climático. No me gusta nada el “contra” porque el cambio climático es una construcción muy humanizada, a no ser que contra signifique llamar la atención de quienes están a favor o no se enteran. Hubiera preferido Día Internacional ante/bajo/cabe/con/desde/durante/entre/hacia/hasta/sobre/(versus). El gozo completo es que llevase delante el sin. Pero vayamos al asunto.

Todavía no se han acabado los ecos energéticos de la Cumbre Internacional sobre Clima y Energía 2023 celebrada el pasado 2 de octubre en Madrid. Allí estuvieron los organismos, empresas y administraciones implicadas. Me da la impresión de que la ciudadanía ni se enteró, preocupada por problemas propios y envuelta en las madejas de los partidos políticos. Entre lo que las crónicas hablan se encuentra muchas veces el deseo de incrementar los compromisos. Parece que las personas presentes en la cita se apoyaron en el reciente informe de la IEA Net Zero Roadmap: A Global Pathway to Keep the 1.5 °C Goal in Reach – 2023 Update (Un camino global para mantener el objetivo de +1,5 ºC al alcance). Este Informe de la Agencia Internacional de la Energía fue publicado en mayo de 2021, cuando la COVID-19 hacía estragos por todo el mundo. Acaso fue por eso que quedó oscurecida, o directamente ignorada. Por eso aquí vamos a recordar los acuerdos y “compromisos escritos” que se deberían revisar en la Cumbre del Clima COP 28 del año 2024, en Dubai. Son algo idealizados, acaso una abstracción. Deberían ser vinculantes, pero por lo visto hasta ahora… Decían así:

  1. Perseguir la triplicación de la capacidad de energía renovable para 2030.
  2. Duplicar la tasa de mejoras de intensidad energética global para 2030.
  3. Asegurar la reducción gradual y ordenada del uso de combustibles fósiles.
  4. Reconocimiento de la necesidad de ampliar las inversiones.
  5. Destacar el papel crítico y la oportunidad para que la industria de los combustibles fósiles rebaje las emisiones de metano de sus operaciones, con el objetivo de reducirlas en un 75% para 2030.

Durante la semana del 17-24 de octubre, la ciudad de Nueva York acogió la XV edición de la Semana del Clima 2023 bajo el tema, We Can, We Will (nosotros podemos, nosotros lo haremos). Al igual que en anteriores ediciones, lo mismo que en la Cumbre de Madrid, el evento se presentaba como una plataforma de conexión y difusión; esta vez con otros protagonistas. Volvía a poner el foco sobre el cumplimiento de los objetivos climáticos. Recordaba la importancia de tejer alianzas en torno a los compromisos asumidos por empresas, gobiernos y organizaciones. Muchos nos creemos que el cambio climático es cosa seria. Si quienes tanto piensan y hablan de ello será por algo. ¡Por supuesto que estamos contra él!

Me da la impresión de que tanto en las grandes cumbres como en la vida ciudadana no se llega al fondo de la abstracción: el clima ha cambiado y será por eso que cada día más el tiempo meteorológico se expresa con magnitudes e intensidades nunca conocidas. Menos previsibles que en el pasado, con recorridos a veces erráticos para nosotros. Vemos que hay más días de calor –con récords en muchos lugares, que las sequías cunden por todos los lados, que las tormentas o DANA sobredimensionan los efectos anteriores, que el agua de mares y océanos alcanza temperaturas nunca vistas, que los casquetes polares pierden hielo o que las tierras heladas septentrionales se calientan y dejan escapar el metano atrapado. El tiempo acapara atención en las redes y televisiones de todo el mundo.

(Pixabay)

Escribíamos hace unos años en otro periódico que no resulta fácil utilizar con corrección tiempo y clima. Sirva este de muestra, que para más inri casi coincidía con Climate Week NYC. Cuando un fenómeno meteorológico sacude puntualmente con violencia en cualquier lugar del mundo, no es raro escuchar a los periodistas que “hace un clima desapacible”, o que “en días sucesivos se prevé un empeoramiento del clima”. Seguramente les explicaron las diferencias entre tiempo y clima, cuando estudiaron. Pero es un asunto que tarda en ser asimilado; a nuestros chicos y chicas del instituto les pasa algo parecido, ven un episodio pero no entienden sucesiones. En los últimos meses hemos vivido situaciones meteorológicas extremas: sequías junto con destructoras descargas de agua. Se dan en todos los lugares del mundo, también a un lado y otro del Atlántico. Cuando se desata uno de esos eventos poco puede hacerse, excepto proteger a la población. Sin embargo, vale mucho lo que se prevé para evitar su sobredimensión: los protocolos. Así lo aseguran los hombres y mujeres de ciencia que investigan cómo anticiparlos y disminuir sus efectos. La OMM (Organización Meteorológica Mundial) constata que estos sucesos meteorológicos extremos son 4 veces más frecuentes que en 1970 y avisa de que esto puede ser el preludio de climas extremos –sucesión, continuidad, concatenación, nuevos parámetros de caracterización, mayores afecciones a los seres vivos, destrucciones de las posesiones de la gente, tragedias humanitarias, etc.

El tiempo se descontrola debido al caldeamiento global; al menos eso demuestran quienes investigan fuera de lo que explosiona “TikTok”. Detrás de todos los zarpazos del tiempo extremo, visible por ejemplo en sequías o lluvias torrenciales en territorios varios, están el calentamiento de las aguas oceánicas y la modificación de sus corrientes, que no intercambian como antes su energía con la del aire y la tierra. Además del calor del suelo, la sequedad de las plantas. El tiempo ya no es solo troposférico, sino el resultado, visible o no, de un sistema tierra-aire-suelo en interacción; acompañado de la irrupción humana. No nos damos cuenta de que el tiempo y el clima son una intersección sin contornos fijos. Se alían al presentarse entre nosotros pero no sabemos concretar su relación; o no somos capaces de mitigarla ni de adaptarnos a ella.

Una ojeada a la Máquina del Tiempo Climática (Climate Time Machine) de Global Climate Change, accesible fácilmente en Internet, ilustra la evolución en los últimos 15 años del hielo marino –un efecto visible de un cambio climático acumulado- y el consiguiente aumento del nivel del mar. También habla de la acumulación de ciertas emisiones al aire –lo cual mata a millones de personas cada año– y del incremento de la temperatura global; signos que alertan de una inflexión climática. Hasta los árboles y arbustos caducos reverdecen cada vez antes, contradiciendo lo que hasta hace unos años llamábamos primavera.

Recordaba en un artículo de hace tiempo que aunque en realidad todos somos un poco inexpertos en las interacciones meteorológicas y climáticas, afortunadamente no todos ignoramos las mismas cosas, hubiera podido decir Albert Einstein. Para no caer en los repetidos errores sobre tiempo y clima imaginemos nuestro presente y el cercano futuro mediante abstracciones del pensamiento crítico. Hagamos uso de esa capacidad intelectual que todos debemos poseer de separar un elemento de su contexto para entenderlo mejor y ver su relación con el conjunto. La perplejidad meteorológica-climática es un flash social que debemos aprovechar. Será por eso que se celebran muchas jornadas dedicadas al clima. Pero también las hay dirigidas al profesorado. Esta misma semana se extenderán por miles en todo el mundo. Me han invitado a participar en una mesa redonda en Patios por el Clima dentro del Programa Climate Week. Cada vez que intervengo en un evento de este tipo, en el que se intercambian experiencias, me pregunto qué supone el cambio climático antes y después de ese día. Las dentadas ruedas que relacionan tiempo y clima no paran de girar. Ante ellas me encuentro despistado.

Me pregunto si no seguiremos llevando en la mochila personal y colectiva aquello de los libros que presenta(ba)n los climas como algo estático en el espacio y en el tiempo, como si su distribución zonal y estacional estuviese regulada para siempre. ¿Será por eso que nos equivocamos tanto al hablar de tiempo y clima? Un filósofo monegrino, rural como pocos, me explicó por qué es tan difícil entender la diferencia: los indicadores del tiempo (subjetivo por sensaciones u objetivo mediante magnitudes) se pueden ver al momento. Para entender eso del clima hace falta anotar y ver cuántas veces pasa y cuánto mide; después proyectar. O seguir aquello que decía Aristóteles de los grados, muy simplificados, de la abstracción: primero observar lo que pasa para ver, después apreciar los “quantum” a la luz matemática, y finalmente entender la dimensión trascendental del ente –en este caso diacrónico y algo sincrónico a la vez-.

Con todo, como uno tiene todavía la cabeza de enseñante, me quedo con aquello que me parece decía J. Piaget para entender los placeres y desventuras, y lo aplico al tiempo y al clima:

  • La abstracción simple es la que permite al individuo extraer información a partir de los objetos, es decir, de la realidad sensible. Llámese fenómenos meteorológicos con sus posibles causas y sus visibles efectos. Añadamos afecciones personales.
  • La abstracción reflexiva sería la que permite al individuo extraer conocimiento –sucesión, temporalidad, magnitudes, concatenación, repetición y consolidación del modelo, variabilidad y constantes, etc.- a partir de sus acciones –intenciones o hechos- sobre la realidad sensible y compleja. Aquí se entremezclan las afecciones personales y colectivas. Además el clima no lo ve la gente, ni la mayoría lo infiere a lo largo de su vida.

Ambas suponen en algún momento placeres o desventuras. Afectan a poca gente o mucha, la biodiversidad no se salva de incentivos varios. ¡Hasta la geología se hace ver! Y sobre todas una ecosociedad que bastantes veces no comprende. Imaginen si hay mucha abstracción simple o reflexiva en The age of stupid (La era de la estupidez) producido en 2009. Rtve realizó un muy buen reportaje. En el sitio del Ministerio de Transición Ecológica se accede a la película completa en Youtube. Nadie debería perdérsela; es entretenida y se formula cantidad de preguntas sobre el comportamiento humano. Y a partir de ahí apreciar las venturas y desventuras del tiempo y del clima, movidos en la dimensión cambiante de sus incertidumbres.

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