Igual nunca es siempre en bienestar social: escenas de vida en 2022

No estaría de más que todos los días pensásemos un momento en las desigualdades sociales. Nos daríamos cuenta de que vivimos un tiempo diferente, pero que es casi igual al de siempre. Cabe pensar que el uno y el otro se organizaban alrededor de fundamentos seguros o creíbles. Pero no, digamos que es una conjetura, quizás una hipótesis inicial sobre la que la ciencia ya ha demostrado su falsedad numerosas veces. Una vana ilusión, sin duda, lo de pensar sobre eso cada día.

Quisimos creer que solidaridad era una variable universal y descubrimos que es un condicionante de solos, pero también de todo si lo hubiere. Solos no somos nadie, aunque busquemos nuestra identidad y la protección ante los múltiples estruendos de la vida. Acaso valía algo en las primeras tribus de mujeres y hombres que deambularon por la Tierra, o ni siquiera entonces porque se dice que en la unión está la fuerza de la supervivencia. Todo no se puede medir, pero los países de ingresos bajos están solos. Es más, hasta los ricos muestras sus desnudeces, por más que para ellos sean virtudes. Cada día que pasa, las inversoras, las multinacionales y demás dueños del mundo nos quieren hacer creer que no hay límites para nada cuando se trata de satisfacer las apetencias personales. ¡Vaya patochada!

Más puede ser menos. Imaginemos la Tierra y sus atributos. Más gente para repartir y toca algo menos a más, lo que hace que se sienta muy solo quien le fue mal en el reparto, cuando en realidad son multitud los desfavorecidos. Hay lugares del mundo, acaso Somalia y Malí –cabrían aquí tantos-, en los que si le ponemos de atributo el mucho mal estropeamos el todo. Ni siquiera las (bien)intencionadas religiones u otras iniciativas de ONG han conseguido en cualquier país el mínimo de algo para toda la gente; desarrollo humano podría valer pero no se adquiere en tiendas. Hasta ahora, a pesar de vanidades varias, tener o poseer son matices de una vida con altibajos: en Europa o en el Sahel, en las ciudades españolas o en la ruralidad escondida, en la zona de Wall Street o en el peor suburbio de Bombay. Ser creyente o no en la mejora de las desigualdades tarda en mostrarse en todo vivido.

Tampoco debe haber fábricas del mejor ni del peor, pero el caso es que se cuenta como cantidad, como con todo; la balanza mundial muestra tendencias peligrosas, con la guerra de Putin ha subido el pan hasta en el Níger. Algo parecido sucede con la nada, qué despiste que el sustantivo solo sea femenino en español. Pero ahí están las mujeres sin derechos en Afganistán y las perseguidas en todo el mundo. Por cierto, hará falta concretar si el mundo es conjunto unitario o trozos de un puzle con separaciones varias, si es algo o nada; acaso una fantasía, como el adverbio nada.

(GTRES)

Nunca es nada casi siempre, querrían extender los optimistas de vaso medio lleno. José Hierro poemaba aquello de que: “Después de nada, o después de todo supe que todo no era más que nada”. ¿Se quedó a partir de ahí en el siempre en casi todos los países africanos o ya lo era el antes? Ni la nada, ni el nunca ni el todo se anotan en las agendas. Surgen o se interpretan.

Lo mucho si breve es menos mucho pero puede ser bastante. Lo que es seguro que no llega nunca al igual universal; alguien lo llamó ética social en su momento. Aquí vendrían el hambre y la pobreza. Nunca o nada, a pesar de su difícil existencia, han sido siempre diferentes para todos, incluso en esos países. Lo cual nos habla de un mundo injusto. Justo puede ser suficiente, luego su contrario miente. Justo es que apenas llena, y entonces se conjuga mal con solidario. Valdría aquí la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Será por eso que aparece apenas nombrado en la historia real de los pueblos. “Después de todo” o “antes de nada” están en nuestra lengua para significar algo profundo, no son una etiqueta fija que nos haya servido en este año de catástrofes varias: inundaciones, incendios, cambio climático y olas de calor, colas de hambre en la acera de centros sociales, migraciones sin destino y hambrunas varias, inflaciones galopantes, etc. Todas generaron escenas de vida dolorosas en muchedumbres.

No me malinterpreten, pero para aproximarse a lo justo algún paisano, o descreído, inventó la Ética, con mayúsculas. Tuvo sus admiradores y detractores, o desconocedores. Pero como esta se reparte mal hubo que aprender algo nuevo: la justicia. Esta, dicen, ni se compra ni se vende. Sin embargo hay personas que viven en ella, más o menos, mientras que otras se debaten y luchan contra la injusticia. Lugar donde muchos (millones de millones) habitan ya. Los favorecidos la defienden porque si se elimina les alcanzará a ellos sin que se den cuenta, aunque no sea por acción sino por omisión. Busquen cualquier país rico como ejemplo.

Dicen las distintas religiones que la justicia ordena la vida en el reino de los cielos. Nadie sabe si allí se lleva la justicia de la Tierra, que es injusta por su falta de solidaridad. Hablan de una justicia celeste, esa que pone a cada cual en su sitio y no yerra tanto como en el suelo. Y aquí lo hace a sabiendas de los justiciadores o justicieros. Los datos de hambrunas, enfermedades, vidas maltratadas, riquezas desiguales, etc., son resultado de la vida.

Nunca o siempre asociados a la justicia son traicioneros. Siempre habrá alguna migaja para repartir; o la nada será inexistente porque no es magnitud medible con criterios internacionales como el sistema métrico. Pensamos en África en 2022, supuestamente descolonizada.

 

Hay personas a las que les pusieron Justa o Justo de nombre. Vaya compromiso. Pero no existe lo contrario, nunca, en nombres, sí en acciones o en reparto social. Se descubre cuando alguien se para a pensar en qué componentes de la vida se dan más injusticias o menos; cuando repasa la prensa y casi todo lleva la marca de lo injusto que es tener tan poco algunos y sobrarles tanto a otros, mandar los de siempre. ¿No sería necesario cambiar las constituciones y hacerlas humanitarias? Las noticias del mundo son explosiones que se toman como de todo o de nada, de siempre o quizás no. Las crisis actuales de la covid, la invasión de Ucrania, las alzas de precios, la belicosidad de algunos países y nuestro maldecido cambio climático. Lo son todo y amenazan con no dejar nada para mucha gente. Es más no queda nada de lo que fue nada. Un articulista lo titulaba así para hablar del estado social de solidaridad universal.

La nada o el nunca acaban pareciéndose pero para eso deben sujetarse en algo que se pueda contar. El todo o el siempre siguen similares derroteros. Quién dice que se pase casi instantáneamente del todo a la nada, del siempre al como si nunca; o compongan un nada siempre y un todo nunca. Pasa a veces en las catástrofes naturales o sociales. Se está viendo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Sí parece seguro que igual nunca es siempre. Era la ilusión para romper la nada, o del algo por precisar. Puede que ni haya sido ni será, como no se trate de pequeñas inquietudes o de cosas valoradas por unos pocos. Por ahí también asoman los sentimientos. Otro capítulo de extremos difíciles de medir en forma de derechos humanos. Pero ya es hora de contradecir, mitigar tal o cual desastre colectivo y adaptarse a él, en asuntos clave como la desigualdad social o los efectos del cambio climático; la ecuación de la soledad a la vez que el binomio del peor así. Ya es hora de demostrar la levedad del “Qué más da que la nada sea nada,/ si más nada será, después de todo./ después de tanto todo para nada”, en el poema Vida de José Hierro (1922-2022,).
P.D.: El domingo falleció el escritor Javier Marías. Una escena trágica de la vida para la literatura. Igual no ha leído ninguna de sus novelas o artículos de periódico. Siempre está a tiempo; nunca sus palabras se quedarán en la nada.

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