Se ha dicho tanto del asunto que uno ya no sabe qué añadir; por lo que no encontrarán aquí nada original. Pero hay que conectarse al entramado tecnológico porque se trata de entender lo que pasa en el mundo, que debería ser un menester practicado por todas las personas. Entre las muchas ignorancias que son comunes está razonar la pasión electrónica que nos ha inundado las mentes. Uno se ha hecho viejo en las destrezas aunque empezó pronto a utilizarlas como herramienta didáctica, como medio ágil de comunicación para lo útil y afectivo, para tener más cerca la información, para sentirse parte del mundo y sus vivencias. Pero el tiempo electrónico discurre tan rápido que a poco que te descuides te deja anclado en el pasado. Reconozco que me he asomado a alguna red, sin quedar especialmente atrapado. Todavía sigo perplejo del caos mundial que se originó hace unos días con el apagón del imperio Facebook. Ver y leer los comentarios sobre este hecho nos transporta al mundo de lo inimaginable. Qué no se pudiesen enviar los wasap ultrarrápidos rompió la cadena vivencial de medio mundo. Algo se entendería si eso supusiese la debacle económica de relaciones comerciales potentes. Sin embargo, escapa de toda lógica que la falta de los emoticonos o los ok haya producido tantos rasguños mentales; según manifiestan gente que dice entender del asunto.
Un famoso escritor decía aquello de que miraba el mundo social y se le aparecía Orwell resucitado y aumentado. Añadía que nadie es nada sino una parte del engranaje del gran hermano. A decir verdad, en determinados momentos da la impresión de que la maraña electrónica se pasea por nuestras mentes, cuyas puertas y ventanas hemos dejado permanentemente abiertas. Hace unos días se publicó que Facebook se había aliado con algo más de una decena de universidades y centros de investigación para desarrollar el proyecto “Ego4D”. La pretensión es enseñar a las máquinas a entender lo que ve y escucha, como si fuera uno mismo. Lo que debe querer decir que sean nuestros ojos, oídos y nuestra memoria. Esto supera la frase de Juanjo Millás de “llevar la cabeza en el bolsillo”, o tenerla encima de la mesa o en el bolso; a veces pegada permanentemente a las manos. Se dice que por ahí va la realidad aumentada y la virtual. Tal “metaverso” tiene bastante de ciencia ficción. Otra vez se me aparecen las profecías de Orwell. Lo dicho, que cada segundo uno está más lejos de los activos digitales y se convierte en uno más de los huidos tecnológicos. A este paso me perderé el futuro en mi presente anodino. ¿Qué decir de la atracción que ejercen los yutuberos-as?
A la vez me pregunto si esto de la trascendencia electrónica continuada será bueno para el devenir ecosocial del año 2030. Y en el caso de que así sea, si servirá para que el medioambiente y sus habitantes reduzcan una parte de sus problemas. Por eso, nos atrevemos a pedir al gigante de la electrónica citado que en ese proyecto que considere también la posibilidad de que los aparatos, los chips y los algoritmos apuesten por la sostenibilidad social y natural: antes, durante y después de su utilización. Si son tan listos algo podrán hacer, ¿no? Toda una incógnita. Vivir para ver. Por cierto, qué pasaría si los influentes –mejor así que “influencers” dice la Fundéu- de las redes se convirtiesen en antenas de la comunicación hacia la sostenibilidad? Todo un reto.
Hasta aquí lo inmaterial pero también importa mucho también lo material. A menudo la dependencia “movilera” es tan grande que la gente olvida/ignora el despilfarro que supone cambiar una y otra vez de terminal. Los estragos de este despiste se evidencian en forma de recursos empleados (cada vez más limitados y más caros), de residuos (aumentan en cantidad), de gastos energético y en los problemas de salud que ocasionan a las personas que los manipulan (anotemos la ciudad de Agbogbloshie aunque se podrían citar cien entre África, Asia y Latinoamérica) y al planeta. Según cuenta la ONU en The Global E-waste Monitor 2020 en 2019 se generaron 53,6 millones de toneladas métricas (Mt) de desechos electrónicos en todo el mundo; ahí están incluidos todos. Supone un récord anual y a la vez representa un 21% más en solo cinco años. Y lo que es todavía peor, según lo vemos aquí que nos preocupamos tanto del 2030: los desechos electrónicos globales –móviles y todo lo demás- alcanzarán 74 Mt ese año. Esta cifra supone casi el doble de los desechos electrónicos de hace 16 años. Tal mal va la cosa que estos desechos son los que tienen un crecimiento más rápido en el mundo. ¿Dónde está el origen? Todos sabemos que principalmente en la mayores tasas de consumo de equipos eléctricos y electrónicos, bastantes están diseñados en forma de obsolescencia programada para que tengan ciclos de vida cortos. También por las ganas de cambiar de móvil de la gente. Las tasas de reparación son casi nulas. Se estima que no llegó al 20% los residuos electrónicos de 2019 que fueron recogidos y reciclados. Solamente pensando en variables económicas, se puede afirmar que esta sociedad imperfecta tira el oro, la plata, el cobre, el platino y otros materiales de alto valor que llevan los dispositivos; además, claro está, de la energía consumida en su elaboración y comercialización.
La verdad es que cuesta conseguir información sobre cómo va el reciclado de móviles y la recuperación de los recursos que portan. Nos hemos limitado a una publicación de la UE del año 2019 “Identificación del impacto de la economía circular en la industria de bienes de consumo de rápido movimiento (FMCG): oportunidades y desafíos para empresas, trabajadores y consumidores: los teléfonos móviles como ejemplo”. Le damos más validez a lo que allí se dice algo diferente a lo que manifiestan otras de empresas de servicios que compran y venden móviles para varios usos. El estudio se centra en la cadena de valor. Trae datos que revelan que apenas un tercio de los móviles averiados han visitado el taller de reparación. Se detiene en ilustrar el potencial de recuperación de seis minerales (oro, plata, cobre, paladio, cobalto y litio). A pesar de representar una parte pequeña de la masa total, son muy importantes desde un punto de vista económico, social y ambiental. Las reservas de estos materiales son escasas en la UE, lo que ocasiona una dependencia de importaciones; no se pueden sustituir por otros. No son los únicos que porta un móvil pero no nos vamos a extender pues quienes quieran saber más pueden acceder al informe, por ahora en inglés y francés. Aborda también el empleo en el sector de la reparación y subraya el ahorro de emisiones que supone extender la vida útil promedio de los dispositivos.
Nos preguntamos sobre el papel que la educación puede desempeñar en la configuración de un futuro dominado por la electrónica y en especial los móviles. Para centrarnos un poco hemos acudido a una revista Telos, patrocinada por la multinacional española de la comunicación, porque nos interesaba una entrevista a Gerd Leonhard, autor de Tecnología de la Humanidad. Allí se plantea que es imprescindible una reflexión universal, en ámbitos muy diversos, sobre cuestiones éticas de la tecnología que requerirán consensos globales. Incluso aboga por la creación y buen funcionamiento de un “consejo ético digital mundial”. Recomienda que los grandes líderes mundiales deberían hablar sobre cómo moderar y equilibrar el uso de la tecnología y poner en marcha progresivas medidas reductoras del derroche de materiales.
En fin, que hace falta una acción colectiva para no sucumbir ante la multidependencia de las redes en la que se ven atrapadas muchas personas. En resumen: no es decir no a los móviles, sino distanciarse de la sumisión y lograr que el buen uso permita alargar su ciclo de vida. Hay que convertirlos en protagonistas importantes de la economía circular que recupera buena parte de los materiales que contienen. Siempre mirando al horizonte de 2030 y años sucesivos al que deseamos lleguen convertidos en nuestros amigos y del medioambiente, que nunca sean los amos que nos dominan.