Aclimatarnos a la vida ecosocial, sí o sí

Me apetece contar mi peculiar interpretación de la relación entre sociedad y territorio, pensando en cuáles pudieron ser los comienzos de casi todo. Sería mucho remontarse hasta el paleolítico. Los humanos, un genérico sin confines, hicieron todo lo posible por conquistar la tierra. También depredaron con el tiempo ríos y mares y colonizaron el aire, se dice que sin darse cuenta. Entre unos y otros empeños, rompieron todos los confines y descubrieron muchos lugares escondimos. Establecieron sus derechos de soberanía sobre cualquier territorio plantando un palo o destruyendo una parte de sus señas de identidad. Cambiaron su estampa, incluso a costa de otros humanos diferentes. A medida que esto sucedía la biodiversidad se reducía, por citar solamente a lo vivo, pero sucedieron otras cosas.

Ese afán aventurero, de supervivencia propia o depredador caló en los diferentes pueblos en los que se dividieron los humanos. Julio Verne decía aquello de que la Tierra era cada vez más pequeña porque podía recorrerse más rápida que hacía cien años. Nos gustaría poder preguntarle qué piensa ahora del asunto. Quién sabe cómo calificaría el que hayamos tardado tanto en darnos cuenta de que todas las colonizaciones también entrañan riesgos para el ejército invasor, a pesar de que cada vez tiene más poder tecnológico y cuenta con más atacantes. Más todavía si todo se desarrolla en un espacio cerrado, por ahora, como es la Tierra.

A este derecho de soberanía que es la apropiación múltiple le surgieron siempre problemas. Quizás se debe a aquello que decía Bárbara Ward, economista y periodista que hacia 1960 empezó a hablar del desarrollo sostenible: nos hemos olvidado de ser buenos huéspedes, de cómo caminar ligeramente sobre la Tierra como hacen sus otras criaturas. Fue ella la encargada de elaborar  junto a René Dubos –científico investigador reciclado al mundo de la ecología del que se dice que se inventó aquello de “piensa globalmente, actúa localmente”- el informe previo a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo en 1972. Aquel documento, que supuso un hito en el pensamiento global sobre el medioambiente, se publicó en forma de libro con un título premonitorio La Tierra es única («Only One Earth»). También se divulgó con la marca de Sólo tenemos una Tierra. Este axioma, que se repitió en la Cumbre de Río en 1992, fue recordado con aquello de que “no tenemos un planeta B”, enunciado por el Secretario General de la ONU Ban Ki-Moon hace unos años. Una parte de las inquietudes de B. Ward fueron recogidas por el IIED (International Institute for Environment and Development) que fundó en 1971. Merece la pena entrar en su web. El Instituto sigue preguntándose qué significa desarrollo en distintas partes del mundo, como hacíamos nosotros con aquello de la interacción sociedad-territorio. En sus trabajos hay pistas para entender mejor por qué cuesta perder eso que hemos llamado derechos de soberanía. ¿No será porque la mayor parte de culturas, economías y religiones predicaron algo sobre el acaparador propósito?

En eso de ser malos huéspedes no tenemos disculpa. Así estamos atrapados por el cambio climático. Que dicho asunto es un grave problema de salud pública solamente lo ponen en duda cuatro despistados, además de la cohorte comercial y mediática que solo busca en la vida un beneficio personal. Sin olvidar la legión de despreocupados que no percibe las señales meteorológicas que cada vez se repiten más en forma de episodios tumultuosos y críticos. La ONU utiliza su vigencia mediática para preguntarse si es posible llegar a cero emisiones netas de carbono en 2050.  Recordemos que ese mantra en positivo: se repite a menudo en los discursos políticos de nuestros gobernantes. Probablemente demasiado crédulos o inasequibles al desaliento de los hechos y a la eficacia de sus políticas. Incluso los hemos leído expresados por una gran petrolera de matriz española, lo cual de ser cierto al final del ciclo productivo-consumidor supondría la proeza jamás contada hecha realidad. Al tiempo.

Se dijo el año pasado que uno de los pocos beneficios de la hecatombe pandémica era que se llevaría a cabo una reflexión para corregir el rumbo ecológico; que de esta saldríamos reforzados. Incluso escuchamos alguna voz que aventuraba un mundo que acongojado por la claridad de las incertezas devenía permanentemente responsable, tal como si hubiese llegado una conversión masiva de la deidad climática, si es que la hay, tras París 2015. Pues no. Ante semejante aventura de creencia, la ONU y sus agencias se han encargado de rebajar las euforias sin fundamento científico. Ya nos avisaron en febrero de 2021 con un artículo que dejaba a las claras donde nos encontramos por nuestra dejadez existencial: Cambio climático sin freno: los países están muy lejos de cumplir el Acuerdo de París. Por cierto, no se pierdan las viñetas que El Roto ha dedicado al cambio climático. Una sencilla búsqueda en Internet trae algunas dignas de ser consideradas “patrimonio inmaterial universal”.

Queremos recordar que Unidos en la ciencia es el título del informe que la ONU hizo coincidir con su reciente asamblea general celebrada en septiembre. Quienes no dispongan de tiempo para leer aquí tienen una corta síntesis en Youtube. Aporta suficientes mensajes para pensar.

Pero hay algo más. De código rojo ha calificado el más completo informe científico hasta ahora elaborado que califica a la humanidad como responsable del cambio climático y el aumento de fenómenos extremos. ¿Qué significa en ese contexto aclimatarnos? ¿Escondernos tras provisionales escudos o plantearnos la vida de otra manera? Por si tenemos dudas, el ISCIII (Instituto de Salud Carlos III) ha elaborado bajo el patrocinio de distintos ministerios y otros órganos de la administración la guía Aclimatarnos. El cambio climático un problema de salud pública. Vendría bien que cada cual se mirase en el espejo de lo que allí se dice para encontrar sus pensamientos sobre el fenómeno y siluetear sus inminentes intervenciones.

Retrocedamos hasta el inicio. Confiados en poder ejercer nuestros derechos de soberanía sobre tierras, mares, aires y todas las criaturas que acogen, ahora percibimos que del asunto nada. La creciente contaminación del aire no ha hecho sino explosionar la pretendida soberanía que pretendíamos ejercer sobre todo; nos ha demostrado de golpe que vivíamos en una egoísta quimera. Nos ha costado, pero mucha gente es consciente que debe aclimatarse a lo que hay, a cuidar/ honrar al planeta que es soberano, porque nadie manda en él. Ni siquiera nos reserva recónditos lugares placenteros a los que podríamos trasladarnos. Porque aclimatarnos es un tránsito mental, vivencial y comprometido; individual y colectivo. Al edén prometido no se llega, no cabríamos todos, ni siquiera en un gran barco/arca de la biodiversidad salvada como el que en tiempos imaginó Noé.

(GTRES)

 

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