Panegíricas semblanzas del Ártico

Sea por lo que fuere, el Ártico tiene en nuestra cultura mucha más presencia que el Antártico. Puede que sea por la cercanía o porque los pueblos que habitaban las zonas frías del Hemisferio Norte irrumpieron en la historia. Quienes ya somos mayores aprendimos en la escuela que las aguas de ese océano permanecían heladas bastantes meses. ¡Helada el agua del mar, con tanta sal que lleva!, decíamos cuando éramos estudiantes. Un atlas mundial y un extraordinario globo terráqueo con un eje inclinado –no entendíamos por qué- que daba vueltas a voluntad hacia la izquierda o derecha era lo único que teníamos para divisar el mundo de fuera de nuestro pueblo. Ni que decir tiene que el Ártico apenas nos atraía, mucho menos el Antártico, que estaba como escondido allá abajo.

Un arcoíris de niebla sobre el Océano Ártico en Alaska (EFE/Jim Lo Scalzo)

Pero con el tiempo el Ártico me sedujo. Debo confesar que disfrutaba fantaseando con las peripecias del griego Piteas, que se atribuía haber llegado a zonas que podían ser las costas noruegas hace unos 300 y pico años a.C. Sin embargo, mis compañeros de clase no eran muy crédulos; entendían mejor que fuesen los vikingos –sus luchas nos parecían épicas- quienes más de mil años después se hubiesen aventurado por aquellos lares. A todos nos entusiasmaban las múltiples aventuras del Capitán Trueno, un cómic español aparecido en 1956 que tuvo gran difusión hasta casi el final de la década siguiente. En él, nuestro personaje admirado, un héroe medieval de finales del siglo XII, nos llevaba junto con sus inseparables amigos Goliath y Crispín hacia Thule, Groenlandia, en donde reinaba su novia Sigrid.

Lo que parece estar fuera de duda es que el Renacimiento impulsó expediciones que ideaban otras rutas para buscar comercio o lo que fuese. El inglés James Cook –para muchos el descubridor de las antípodas australianas y el continente antártico- intentó encontrar la entrada occidental al legendario Ártico en el verano de 1778 pero tuvo que darse media vuelta y regresar a Tahití. Durante el siglo XIX comenzó una carrera por explorar aquellos caminos. Sin duda en ellas se inspiraría Julio Verne para escribir Las aventuras del Capitán Hatteras, que fue publicado hacia 1866. Después, varias expediciones se empeñaron en llegar al Polo Norte, unas veces con intereses científicos y otras más aventureras. Hay quien dice que lo consiguió Amundsen o el americano Robert Peary. ¡Vaya usted a saber quién fue el primero! Incluso hay un libro La batalla por el Polo Norte que trata de las peleas de Peary con otro Cook, también estadounidense y de nombre Frederick A. Es ilustradora la semblanza de la portada de Le Petit Journal editado en 1909; de fácil acceso en Internet. Georges Méliès, el gran impulsor de la cinematografía, realizó un cortometraje mudo sobre el asunto À la conquête du Pôle. Hace un par de años se estrenó la película Artic, una semblanza de la difícil vida que ese entorno plantea a un hombre solitario.

Como vemos, antes y después se ha paseado por allí, real o imaginariamente, mucha gente por medios diversos; para ellos la gloria, que probablemente la merezcan. Ahora mismo es objeto de deseo de rusos, estadounidenses –Trump acaba de abrir en agosto pasado la explotación petrolera-  y otros como los chinos que buscan las riquezas que las aguas heladas han guardado durante bastante tiempo. Apetencias que ya denunciaba 20minutos.es hace ahora cinco años. Toda invasión de este tipo genera graves riesgos ambientales. Ahora mismo, la taiga siberiana limítrofe está desapareciendo debido a las emisiones del complejo minero de Norilsk, según se denuncia en la revista científica Ecology Letters. Veremos lo que los años venideros nos deparan, pero la cosa se antoja mal. Antes de que el daño sea irreversible apreciemos la belleza multidimensional que nos traen Las 102 imágenes de National Geographic, acercando el mar cada vez menos helado y algunas de sus criaturas. Es algo así como la panegírica que toda la dinámica global y la biodiversidad del Planeta debe al Ártico. Esto, uniéndose a la geología ártica, ayuda a componer una semblanza estética y plástica, sobre la que planean nubarrones oscuros.

Así pues, una vez ilustrada la historia pasada, vayamos a lo nuestro: las semblanzas de la fragilidad del Ártico. De ahí los temores de mucha gente. Circuló con éxito, todavía se emplea como reclamo, la imagen de este océano concretada en un oso polar subido en una pequeña masa de hielo a la deriva. Hay que recordar que ártico podría venir de la palabra latina articus/griega artikós, algo así como cercano al oso, o que más bien mantiene la línea de vista de las constelaciones de las Osa mayor y menor, o lo que es casi lo mismo, la estrella Polaris. Sea por lo que fuere lo del nombre, incluso Greenpeace utilizó las imágenes de estos plantígrados blancos para reclamar la atención sobre el deshielo de los mares y tierras árticos. Siempre hay que agradecer su poder de convocatoria en Voces del Ártico o  como cuando lanzó la campaña El Ártico se derrite. Salvemos el Ártico, con una apostilla importante: Proteger el hielo significa protegernos a todos. A eso íbamos. Esa es la principal señal que queremos lanzar desde aquí.

(GTRES)

Más de una persona de las que nos lean se preguntará por qué tanta insistencia en hablar de cosas lejanas cuando tenemos cerca tan graves problemas. La respuesta es sencilla: aunque no lo parezca, lo que pasa con el ritmo del hielo ártico repercute en todo el mundo. El extenso espejo, ese hielo reluciente, reemitía una buena parte de la luz que le llegaba, que así no se convertía en calor, con las graves consecuencias que eso tendría para el calentamiento de las aguas y una serie de fenómenos conexos. Pero las cosas están cambiando. Groenlandia, la enorme isla helada que cuadruplica la superficie de España se derretirá a un ritmo nunca visto en los últimos 12.000 años. Así lo recogía un artículo publicado recientemente en 20minutos.es con un titular elocuente: Lo peor está por llegar.

Sin ir más lejos, el pasado 15 de septiembre el hielo ártico alcanzó su mínima extensión de este año, como certifica la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) estadounidense. Supone el segundo valor más bajo desde que existen registros; solo fue menor en 2012. Porque allí se sienten con especial crudeza los efectos del cambio climático. El grandioso Ártico se merece un panegírico universal, acompañado de un compromiso colectivo, aunque solamente fuera por el egoísmo antropocéntrico que la mayor parte de las veces nos mueve. O también por ayudar a quienes sufren de cerca su pérdida, sean seres vivos de cualquier especie, incluidos los lapones o inuit.

La corriente termohalina supone un enorme trasiego del sistema de circulación de las aguas oceánicas mundiales. Quien no la conozca encontrará imágenes fácilmente accesibles en Internet. Concreta la interrelación del Ártico con el clima global. Según un artículo publicado en Investigación y Ciencia hace un poco más de dos años la circulación del Atlántico Norte, incluida la corriente del Golfo, se había debilitado entre un 15 y un 20 por ciento con respecto a mediados al siglo XIX; podría estar en el mínimo de los últimos 1.600 años.


Estos cambios repercuten en los diferentes episodios meteorológicos que ahora mismo nos afectan. A finales del pasado mes de septiembre, recién estrenado el otoño, la tormenta Odette acercó hasta la península Ibérica el ambiente ártico. Así pues, si el sistema circulatorio conocido hasta ahora se debilita en alguno de sus puntos vendrán muchos fenómenos meteorológicos con episodios severos en lugares y fechas antes impensables. Entre todos componen, o son resultado, de lo que todos conocemos como cambio climático.

El Ártico, tan lejos y a la vez tan cerca. Sus dolencias alterarán su antigua e idílica semblanza; casi al momento nos llegarán a nosotros. ¡Qué pena! Hace unos años, Bendt, un inuit que hizo de guía en una expedición de Greenpeace por Groenlandia expresaba sus temores diciendo que “como el Ártico se deshiele tendrán que aprender a nadar en el resto del mundo”. No especificó si eso lo temía para el año 2030, antes o después. Pero ahí queda.

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