Mi, tu, su planeta tierra

Este planeta, el lugar que nos procura vida y felicidades varias, es algo único, que se sepa. Nadie tiene la propiedad, que se conozca. No vale la pena perder el tiempo en saber si es mío, tuyo; acaso nuestro, vuestro o más bien suyo (de él mismo queremos decir). ¿O sí? Si ocurriese esto último, siempre deberíamos darle las gracias por prestarnos, que no darnos, una parte de sí mismo cada día. La pena es que quienes saben de estas cosas, los científicos, aseguran que está maltrecho. Para confirmar los malos augurios basta leer la prensa o escuchar las noticias: durante el año 2019 sufrió, si se puede hablar así refiriéndose al planeta, varios varapalos que nos demuestran que el planeta evoluciona, no sabemos si hacia delante o hacia atrás, si crece o se desarrolla.

En esta tesitura, para complicar un poco más nuestros pensamientos, nos surge una duda: ¿No se aplicarán el “suyo” quienes mueven los hilos, o las ondas, los comercios, de la vida de todos, de la gente?

Cada vez quienes estudian el entramado global lo tienen más claro: Ahora todo está gobernado por un conjunto de operaciones, ecuaciones o desigualdades varias, que van ordenando los pasos a dar ante una situación. Tales postulados se nos escapan a quienes nos cuesta imaginar que una serie de algoritmos nos digan qué tenemos que comprar o pensar. Mal asunto, porque a lo que se deja ver, todo se reduce a operaciones diversas que se entrecruzan, colisionan e interactúan, a una velocidad de vértigo; así conducen a la gente, y al planeta por añadidura, hacia vericuetos no cuestionados por la fuerza de la gravedad. No solo nos referimos a la fuerza planetaria sino en términos de la cualidad de grave, de la enormidad de lo que se nos anuncia o del exceso vario al que lo sometemos, a las repercusiones que puede tener en los seres vivos.

Como poca gente le da voz al planeta, nos atrevemos a hacerlo desde aquí, si bien conocemos nuestras limitaciones. Será una plática interesada, cual si hubiéramos escrito una carta navideña a los poderes ocultos que incentivan las múltiples cosas que le pasan al planeta; o mejor, a la gente, y a los múltiples seres vivos de los que aquí no vamos a hablar pero también sufren lo suyo. Comenzaremos mostrando nuestra duda sobre lo que crecimiento y desarrollo significan en general; si es lo mismo una cosa que otra, si se parecen o son términos alejados, si acaso afectan más la gente o al planeta. La inseguridad conceptual nos viene de que cada cual, ya sea gobernante o simple ciudadano, utiliza esos términos a su conveniencia, ahora y siempre, aquí y lejos.

Pongamos por ejemplo un dirigente que se precie. Siempre promete más crecimiento de las cifras económicas, el requetecitado PIB, para hacer ver lo que quiere, en ocasiones sin intención aviesa, a sus gobernados. Si se diese el caso, que se da, que todos los países del mundo quisiesen crecer y crecer a la vez, como ha incentivado el capitalismo ultraliberal por más que lo llamen desarrollo de sus ciudadanos, se nos plantea un serio problema con dos grandes incógnitas: ¿Podrá el planeta suministrar crecimiento a todos? ¿Acaso las relaciones económicas condicionadas pueden ser tan listas que sabrían hacer más con menos?.

Dado que las potencialidades del planeta son limitadas, que es complicado que crezca, queda meridianamente claro que solo se puede mejorar la vida de la gente de los países pobres restando algo, un poco para empezar, de lo que acaparan los más ricos. Pero la mayor parte de estos no se quieren desprender ni siquiera de lo superfluo; o les cuesta un montón. Se podría probar a mejorar el reparto si los ricos quisiesen ralentizar el ritmo de crecimiento y redistribuir la riqueza en los pobres. Pero nos tememos que todavía no están por la labor, a pesar de lo que manifiestan en esas conferencias internacionales tan importantes. La fiebre del crecimiento, la nueva religión universal, provoca a la vez pandemias y se hace endémica. Convendría invertir en descubrir un tratamiento universal cuanto antes; quizás sirva de algo debatir sosegadamente sobre las reflexiones de algunos economistas que van contracorriente, como Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI.

(GTRES)

Cada vez más gente, países incluidos, va diciendo por ahí que se deben mejorar los niveles de vida de los más pobres, y que estaría dispuesta a participar en el empeño. Algunas organizaciones internacionales supieron ver el problema y se inventaron lo de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD); no dicen crecimiento pero sospechamos que hablan de ello. España está a la cola de Europa, apenas un 0,20 % de su PIB, muy lejos de Suecia (1,04%) Luxemburgo (0,98%), Noruega (0,94%), Dinamarca (0,72%) y Reino Unido (0,7%), en la lista de los que ayudan. Queda reconocido el hecho de que el adecuado nivel de vida de los pobres, algo tiene de derecho humano, deja mucho que desear; por eso se quiere ayudar.

En el caso de la gente normal, suponemos que esa ilusión particular es un estado natural, que comúnmente no está forzado por razones objetivas. La ilusión individual por acercarse a una ciudadanía global puede parecerse a la de otras muchas personas. Esa gente que va a la búsqueda de una estrategia que aminore las desigualdades, no lee los datos del PIB sino que se fija más en el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Pero la situación de muchos países la sobrecoge: dos tercios de la población mundial que padece múltiples dimensiones de la pobreza -886 millones de personas- vive en países de ingreso mediano y  la distribución desigual de la educación, la salud y los niveles de vida obstaculiza el progreso de los países. De estos parece que no es propiedad el planeta.

El asunto está peliagudo; por más que ahora se hayan formulado unos Objetivos de Desarrollo Sostenible y las incógnitas Agendas 2030, de todos para todos. A pesar de eso, se impone cada vez más la impresión de que el planeta es de unos cuantos. Hemos conocido a final de año que las 500 personas más ricas del mundo, con el presidente y dueño de Amazon a la cabeza, acaban 2019 más ricas que nunca. De hecho, entre todas sumaron a su capital 1,2 billones de dólares, elevando su patrimonio un 25%, hasta los 5,9 billones de dólares; unas 10 veces el montante de los Presupuestos Generales del Estado español para 2019. Frente a esos, el Banco Mundial pronostica que unos 100 millones de personas podrían añadirse a la situación de pobreza severa en 2030 solo por los impactos del clima. ¡Ahí es nada!

Al mismo tiempo, el planeta siempre irá a lo suyo y le importará poco lo nuestro. La entropía planetaria le permitirá reorientar sus evoluciones o desarrollos, se crean lo que quieran quienes dominan el mundo. Al final va a suceder que hay dos planetas: el que gira sobre sí mismo y alrededor del Sol, además del que nos imaginamos y sentimos la gente que vivimos en él; el planeta anímico. Por eso, lo de salvar el planeta es dudoso; más bien queremos salvarnos nosotros. ¿También los ricos?.

Por cierto, cuando terminábamos nuestro artículo nos enteramos de que el Ibex español tenía su mejor año desde 2013, a la vez que crecen las desigualdades en España. Sabemos que la comparación está cogida con alfileres pero puede encaminar el pensamiento sobre de quién es el planeta, o España si lo desean. ¿Qué querría decir Mafalda al afirmar que “más que planeta este es un inmenso conventillo espacial”?.

Aquí lo dejamos, aunque habrá que seguir limando las aristas del tema.

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