Este es uno de los primeros caudales que ha movido durante demasiado tiempo el corazón de las ciudades y les ha dado pulso y forma. En el idioma griego, que ha proporcionado la palabra hormigón, esta significa “forma moldeada”.
Ya lo barruntaba Mahatma Gandhi, quien decía algo parecido al contundente título de esta entrada. Añadía el líder pacifista que ese hecho haría infeliz a la gente. A pesar de estos augurios, de otros similares que le han seguido, el magnetismo urbano no hace sino aumentar; desconocemos si la felicidad va implícita.
Fijémonos en el año 1900; apenas un 13 por ciento de la población mundial era urbanita. Sin embargo, el porcentaje puede llegar al 65% en 2050. Un dato elocuente: entre 2010 y 2015 las ciudades albergan 80 millones de personas más.
Las ciudades actuales, si quieren ser vivas en su dimensión, siempre necesitan un flujo constante de hormigón y acero para renovar infraestructuras. Estas envejecen en unas décadas, pues se deterioran con el uso o se les demandan nuevas prestaciones: más casas, más oficinas, más calles, más servicios, más de todo.
La ciudad sin fin es el resultado claro de que levantar edificios, muchas veces con intereses especulativos, ha primado ante la necesidad de construir ciudades habitables, con las delicadas acepciones que debe tener esta última acción. Apenas se ha tenido en cuenta la confortabilidad de los habitantes, pocas veces se les solicita su opinión. Sin duda, la mayor parte optarían por vivir en ciudades más amables.
El entramado urbano dominante lo componen edificios hacinados, sin rincones intermedios ni dotaciones lúdicas o creativas accesibles a sus moradores. El espacio se comprime; las barreras se imponen a la habitabilidad. Este defecto vital es particularmente grave en los distritos pobres, y más si las ciudades están en determinados países. Nairobi en el corazón.
El futuro de cualquier ciudad en el año 2030, siempre algo imperfecto para una parte de su población, depende bastante de lo que hagamos hoy, nos recordaría Gandhi. No podemos dejar que el hormigón o cualquier otro medio físico siga siendo su sangre. Por eso, las ciudades quieren cambiar su estilo de vida. El 31 de octubre se celebra el Día Mundial de las Ciudades, esta vez también de los ciudadanos, pues el lema elegido “Cambiando el mundo: Innovaciones y una vida mejor para las generaciones futuras”, lo dice todo.
Anoten una sola meta del Objetivo de Desarrollo Sostenible núm. 11: “De aquí a 2030, se debe aumentar la urbanización inclusiva y sostenible y la capacidad para la planificación y la gestión participativas, integradas y sostenibles de los asentamientos humanos en todos los países”. Reflexionen sobre el asunto para darle al hormigón el tipo de protagonismo que debería tener en una ciudad saludable, que sean otros plasmas los que muevan la ciudad y a sus ciudadanos.
Por cierto: ¿Qué cambiaría (pondría o quitaría) en su ciudad? Si quieren disfrutar/cuestionar los diversos pulsos urbanos, lean Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino (1974); nunca deja de estar de actualidad.