La ecuación que es vivir debería hacernos conscientes de sus términos: un poco de aquí y algo de allá, multiplicado por el cada día, elevado a la potencia de lo colectivo y, quizás, con alguna o muchas restas y divisiones. Eso, más o menos, valdría para poner cara a la conciencia colectiva, enfocada a la coexistencia ambiental y social, empeño harto difícil por lo visto hasta ahora.
Recononozcámoslo: nuestra educación está multiorientada, al menos tremendamente condicionada, por el consumo; este la nubla y le impide imaginar, conscientemente, horizontes diversos con respecto a sociedad y su interactivo medioambiente. Necesita un reciclaje urgentemente.
El vocinglero consumismo ha sepultado el deseo personal; a poco que se piense de forma consciente, a muchos resultará incomprensible, al menos insípido. Bastantes dirán que no lo entienden, todavía menos lo justificarán, habida cuenta de los nubarrones que se nos anuncian; por ahí están peleándose EE.UU. y China a costa nuestra, detrás vienen aranceles que nos preocupan. Parece evidente que el inconsciente colectivo –si es que existe- desdeña el tiempo, rara ver acierta a conjugar el futuro; seguramente ni se molesta. Acaso la vida es tan compleja que son bastantes las personas que creen que se vive mejor no siendo consciente de los avatares que las amenazan.
La imagen pública del inconsciente colectivo es, cuando menos, insulsa; acaso está desnuda como aquel emperador del cuento de Andersen. Habremos de preguntarles a niños y jóvenes cómo la ven representada; algunos ya se manifiestan en contra, pongamos por caso la crisis climática, o la indefensión ante la manipulación de las redes sociales, dos claros ejemplos de la necesidad del reciclaje del (in)consciente colectivo, si es que ambos existen.
Lo malo, casi perverso, en todo este asunto es que el cometido, tanto individual como colectivo, está cada vez más influido por la mentira global, que se ha convertido en una “gran posibilidad de información dudosa” en los tiempos que corren, mejor, que vuelan. Cuente las señales tecnológicas que han llegado a su terminal mientras ojeaba este artículo. Recuerden la última vez que pensaron algo sobre la pobreza o el hambre en el mundo, las desigualdades entre las personas y asuntos de este estilo, que están cerca de usted o acaso padece. Anoten qué saben de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el camino de la gente para la gente. ¿Cuánto tiempo le dedicaron a mirar estas realidades? Si no fue mucho, no por ello son mejores o peores personas, simplemente indiferentes o muy ocupadas.
Pero claro, por lo que se ve, la vida, o la construimos colectiva -ODS para todos en dosis tendiendo a ser similares- o dejará de serlo. ¡He ahí el dilema! Parece conveniente compartir ideales positivos –los hay por ahí y solamente necesitan un buen reciclaje- hacia el futuro colectivo, para asegurar que la con(s)ciencia colectiva sea posible.
Preguntémonos qué podría significar ser (in)consciente global. Para concretarlo, mejor de forma colectiva, les dejamos una frase del ensayista de las ideas, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2008, Tzvetan Todorov: «La humanidad no puede vivir sin ideales. Hay momentos de ceguera e inconsciencia, pero se puede despertar«.