Asegura el saber popular que los incendios de los bosques, del monte, son algo normal. Acierta, pues forman parte del ritmo vital entrópico que la biodiversa naturaleza mantiene y que justifica su existencia. Aunque el argumento se quede ahí, reconozcamos que un incendio tiene efectos beneficiosos para el conjunto del ecosistema. Pero lo que antes sucedía a los bosques porque sí, ahora les hace malvivir en un sobresalto continuado. Sin enterarse, les han surgido aceleradores de sus ritmos. Estos los impulsa la intervención humana, además del cambio climático, que es otra pifia de la especie más depredadora que maniobra por el planeta y se ha empeñado en no dejarlo en paz.
En tiempos se cantaba, o poemaba como hizo Antonio Machado en Por tierras de España, que cualquier incendio de un bosque deja una cicatriz en el alma de quienes lo aman, o viven en él; ahora sabemos que también rasga la existencia del planeta en su conjunto. La marcas incendiarias serán más o menos incisivas, más o menos recuperables, acaso se repondrán antes o más tarde.
A menudo la gente se despreocupa de lo que no tiene delante; solo así se explica que no vea cómo afecta al alma global el hecho de que se queme la taiga siberiana, las selvas amazónicas, los parques nacionales canarios, o las más de 70 000 hectáreas calcinadas en España en lo que va de año. Pues sí, lastiman lo colectivo, porque los bosques expanden afectos y efectos, cerca y lejos; en el aire no hay fronteras, en los sentimientos tampoco. Detrás de los episodios llameantes, queda una ruina con apenas cuatro resistentes hierbajos, esperando que el tiempo rescate las ausencias. Por el aire circulan nubarrones que no solo difuminan la Cima 2030; este año están ahumando la estratosfera, y eso no puede ser bueno para nadie.
En ocasiones me imagino hablando críticamente con aquellos que se creen dueños de los bosques; como el negacionista Trump o el presidente de Brasil, Bolsonaro, que piensa que la Amazonia es solo suya. Produce temblores y preocupaciones oír sus intuiciones interesadas; aseguran saber más que los científicos que miden la destrucción del planeta. Incluso el presidente brasileño se atreve a decir que los grandes incendios de la selva amazónica del presente verano, nunca se habían visto de tal dimensión, los provocan los ecologistas. Antes ya se había quejado de que los extranjeros quieran mandar sobre la(su) selva. ¿Acaso el ecosistema amazónico no tiene el alma global?; sus beneficios sí lo son. Después parece que recula ante las presiones internacionales. Ahora siente la amenaza de la revocación de tratados comerciales, o de que los países europeos iban a revisar sus donaciones al Fondo Amazonas; por cierto, un 60% de estas van a parar a instituciones gubernamentales.
A veces me imagino que no conozco los mapas del fuego como los que nos muestra el FIRMS de la NASA, en donde se aprecian los nubarrones incendiarios que tenemos por delante. ¿Qué hacer para detener esta tendencia? No sé, pero pronto será tarde. ¡A ver qué trascendencia tiene sobre el peligro lo que hablaron en la Cumbre del G20 a finales de agosto en Biarritz!
A veces, resulta pavoroso imaginar
En el alma de quien?
10 septiembre 2019 | 4:31 pm
Hace varios años supe que alguien quiso comprar unos terrenos por los que le pedian 8 millones de pesetas. El comprador, ni corto ni perezoso, incendió las tierras y cuando se «enteró» de que habían sido incendiadas dijo no querer comprarlas salvo que se las diesen por unos cuantos miles de pesetas. ¿Crees que los compró?
12 septiembre 2019 | 9:59 pm
Hay personas que se preocupan más por la naturaleza que por el ser humano. Eso es lo triste.
15 septiembre 2019 | 3:45 pm