Por Cláudia Morán
Existe una razón bastante simplista, aunque no por ello menos cierta, de por qué el mundo es injusto: el mundo es injusto porque está lleno de minorías. Pertenecer a una minoría es una gran faena porque significa estar amenazado o ser pintado como una amenaza. Los kurdos, que últimamente aparecen en todas las secciones de internacional de los medios por el asedio a Kobane (Siria), son un caso claro de minoría. Los kurdos son una minoría silenciada -aunque nunca silenciosa- que se está llevando los peores palos de Estado Islámico (EI), pero también de Turquía, a los que se suma la gran hipocresía de Estados Unidos y la OTAN.
Tal como ocurre en muchos países en conflicto donde existen grupos terroristas, la minoría kurda suele ser asociada con el terrorismo. El gobierno turco, que no quiere saber nada de un Kurdistán independiente, tiene la fea costumbre de meter al conjunto de los kurdos y al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) en el mismo saco -lo mismo hace Israel con los palestinos y Hamas-. Y es que los kurdos están en Oriente Medio, pero no son dignos musulmanes, ni sionistas, ni occidentales, ni orientales, ni terroristas (por mucho que algunos se empeñen en afirmar lo contrario). ¿Qué son, entonces, los kurdos? Un pueblo que lleva años reclamando un territorio que le pertenece y que salta ahora a la palestra porque los terroristas de Estado Islámico, en su afán califatista, lo están masacrando. O eso hacían hasta ahora, ya que parece que la resistencia en Kobane, en la frontera con Turquía, por fin les está haciendo recular.