Por Vicky
¿Quién no se ha hecho una foto en la fachada azul llena de ojos negros de la calle de la Palma en Malasaña o en las pintadas que decoran el mural de la Tabacalera en Lavapiés? El auge del arte urbano es tremendo y se ha convertido en un auténtico reto transgresor para muchos jóvenes, pero también en un quebradero de cabeza para algunos vecinos que ven afectadas las fachadas de sus casas o comercios por las creaciones inadvertidas de los grafiteros.
Cada vez se reconoce más su valor artístico. Ahora muchas de esas pintadas son encargadas por los ayuntamientos. Las frases de poesía de los paseos de cebra de Madrid y la fiesta anual ‘Pinta Malasaña’ sirve de ejemplo para entender que en la mayoría de las ocasiones, los grafitis dan carácter único y resaltan la versatilidad de los barrios. Sin embargo, la legalidad de estas pinturas no es siempre transparente. Los autores de los grafitis han desarrollado su estilo personal pero prefieren no ser identificables. ¿Por qué será?
Desde Atenas los artistas que se atreven a dar la cara explican que se juega al escondite en esta profesión debido a aquellas personas que nunca pudieron comunicarse con el arte. La capital helena ha albergado arte urbano y pinceladas de espray de manos inexpertas a partes iguales. Pero a lo que se tienen que enfrentar esas pinceladas de arte no es tanto la opinión pública, sino la ortodoxa.
Criaturas mitológicas, hadas y otros personajes ficticios brotaron en varios puntos céntricos de la ciudad en los últimos cuatro años. Todos bajo la autoría de un solo artista, Yiakou, dedicado al arte urbano desde los años 90. Cuando en aquel entonces esta actividad era completamente ilegal. Se dio a la fama fuera del círculo grafitero cuando una de sus pintadas fueron vandalizadas a plena luz del día. Un hombre religioso se enfureció al ver una de sus obras en el mural de una iglesia, que la separaba de un comercio local. Su pasión religiosa le hizo empezar a ‘’pintar’’ encima y gritar maldiciones contra estos movimientos artísticos alegando su carácter ‘’pagano’’ y ‘’arrogante’’.
Lo que ignoraba este hombre y muchos de nosotros era la historia detrás de la pintada. En 2011 una el dueño de una tienda de esprays llamó al artista para algo importante. Cuando Yiakou llegó al sitio, le esperaban el dueño y un cura. Este último sentía gran admiración por las pintadas del grafitero y empezó a explicarle que el arte contemporáneo y la religión son compatibles. Quería una pintada suya en la iglesia en la que oficiaba, no en su interior o en su fachada.. sino en el mural que hace de entrada para el lugar sagrado. Además de que se declaró amante del arte moderno, afirmó que de esta manera los jóvenes más extremos que no empatizaban con las instituciones religiosas se iban a alejar de la idea de vandalizarlas. Yiakou nunca se había imaginado cómo su concepto de arte podría fusionarse con lo religioso o protegerlo, pero manteniendo una breve conversación con el cura sobre la vida y la vida en Atenas en particular, conectó con él. Una vez haber recibido sus bendiciones empezó a crear.
Fue el año pasado cuando este fanático religioso destruyó la obra de Yiakou. El cura le pidió una nueva pintura más innovadora y esta también fue destruida por religiosos.
Por desgracia, el arte urbano en Atenas es efímero. Sus residentes desconocen que ya se conceden permisos para realizar dichas pinturas y que es una actividad completamente legal. Ahora lo ‘ilegal’ es anularlas, aunque de momento no existe ninguna ley que exija la penalización de las personas que no respetan las fachadas pintadas.
Por más admiración que se contemple por los pasajeros o los turistas, al final los derechos de autor están a manos de a quienes pertenecen esas fachadas. Cada vez hay menos rechazo y la mayoría de los vecinos y comercios las acogen encantados. Pero igual a que no siempre su aparición es avisada, el momento de su destrucción tampoco es algo que se puede controlar.
Lo cierto es que hay una nueva ‘’escuela’’ de artistas callejera y la gente se reeduca alimentándose de este tipo de arte. Ya no hace falta que los autores de estas obras exhiban sus creaciones en galerías y nosotros, los consumidores de su arte, no es necesario que tengamos ingresos astronómicos para alcanzar arte de buena estética.
Vandalismo, sin duda. Todo el que pinta en una superficie que no le pertenece ni tiene autorización, es un vándalo y un delincuente.
16 marzo 2019 | 7:17 pm