El euro y el dra(c)ma

Por Vicky

Con el arranque del 2019 el euro cumplió 20 años y el pasado martes los presidentes de la Comisión Europea, del Eurogrupo y del Banco Central Europeo asistieron a un acto conmemorativo para celebrar su… ¿éxito?

Si la moneda comunitaria cobrara vida, probablemente sería de esas personas que se avergüenzan de su edad y esquivan la pregunta con un ‘’y tú cuántos me echas’’. Hoy son 19 los estados que forman parte de la zona euro y unas 340 millones personas usan esta divisa a diario, convirtiéndola en la segunda más utilizada en el mundo. Estas cifras indican grandes logros, pero lo cierto es que de sus 20 años de historia, el euro ha pasado 10 en crisis.

Actualmente, no es la moneda más popular en Grecia y muchos se muestran nostálgicos de los viejos tiempos. Yo no puedo opinar lo mismo, porque el cambio del dracma al euro me pilló bastante pequeña. En ese momento justo aprendía a manejar la ‘moneda más antigua del mundo’ y recuerdo cosas muy básicas, como la equivalencia de 1 euro en dracma (340 dr.) y de las transacciones más habituales.

 

Una mujer camina cerca del monumento al dracma griego que fue reemplazado por el euro en el año 2002, en Atenas, Grecia. (Orestis Panagiotou / EFE)

Las típicas meteduras de pata de los niños me han servido para hacerme una idea de lo que tenía entre mis manos, aunque sin ser consciente de su valor exacto. En lo que yo recuerdo como uno de los primeros paseos con mi familia en un barrio muy céntrico y concurrido de Atenas, mi madre me dijo de pillar algo de su cartera para que se lo dejara al músico callejero que estábamos escuchando los últimos cinco minutos y que tanto le había aplaudido tras su última canción. Ella confiaba en que yo había aprendido el mínimo y lo máximo coste que puedes pagar por algunos servicios y productos, así que me dejó calcular lo que ‘merecía’ este hombre. Se puso roja cuando vio al músico callejero corriendo detrás de nosotros para devolvernos el billete de 200 dracmas que le había dejado. Acto seguido, se disculpó y le dio las gracias.

En teoría le había dejado mucho menos de lo que hoy sería 1 euro, lo que indica que he valorado bien la situación. Pero sed atentos al formato. Una cantidad inferior al euro se consideraba suficiente dinero como para que tuviera la forma de un billete y no la de una moneda. De vuelta a casa, mi madre me recordó que cuando visitamos la panadería no dejamos más de 80 dracmas, que mis chuches no cuestan más que 30 dracmas, el periódico que compra papá todos los días no supera los 100 dracmas y que este paseo (los billetes del bus) nos ha salido a 150 dracmas por persona. Dicho de otro modo, por poco no contraté a este hombre para cantarnos un fin de semana entero con el dinero que le había dado.

Mis vagos recuerdos se confirman por mi entorno, que ha vivido más años con el dracma. Hablan de un día a día diferente, mucho más barato y digno. Por eso, muchos griegos dicen que no echarían de menos el euro ya que la única facilidad que les ha aportado fue la de poder viajar sin límites en su presupuesto a llevar al extranjero. Teoría con la que discrepo totalmente.

No se puede volver al pasado a medias, solo con lo positivo y obviando todo lo malo. La era del euro no se define solo por el cobre de salarios y la compra-venta del comercio tradicional. A todo esto se le ha añadido la digitalización, la globalización y lo virtual. Y nadie puede negar que la moneda comunitaria ha pasado la prueba, a niveles que te hacen creer que se ha creado para este »nuevo» mundo. No podemos saber cómo serían las cosas con las antiguas divisas, pero lo seguro es que el proceso de equilibrio de costes y de lograr transacciones justas para todos sería algo muy complicado.

Por supuesto, nadie se quejaría si no fuera por la crisis económica del 2008. La idea de la unión encantó a la mayoría de los países del continente europeo y muchos se animaron a unirse como fuera para aprovechar de lo positivo. Los problemas surgen -cómo no!?- cuando alguien tiene que pagar la fiesta.

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