Como os decía en el último post, vamos a repasar los diversos efectos, tanto nocivos y peligrosos como inofensivos y estéticos que tienen lugar cuanto una tormenta geomagnética nos alcanza.
En primer lugar hay que decir que tenemos un escudo deflector que ni La Estrella de la Muerte… Se trata de la magnetosfera, una región alrededor de nuestro planeta, y de algunos otros del sistema solar, capaz de desviar el maligno viento solar cargado de partículas chungas… (disculpas a los más puristas 😉 ) Sin la magnetosfera la vida no hubiera sido posible nunca, nos lleva protegiendo millones de años, y lo seguirá haciendo durante otros cuantos…
Así pues, la magnetosfera mola, la magnetosfera es tu amiga.
Aún así, una parte de ese viento solar, de esa marea de partículas cargadas con energía muy alta, consigue penetrar en nuestra atmósfera, sobre todo cuando las llamaradas son de categoría X (ver post anterior). Y produce efectos indeseados, que en algunos casos podrían llegar a ser graves, no hay que desdeñarlos. La NOAA americana tiene una escala para medir estas tormentas geomagnéticas, las de radiación solar y las interferencias a las ondas de radio. Respectivamente las categoriza entre G1 y G5, S1 y S5 y R1 y R5. Los riesgos extremos son bastante alarmantes, aunque pocas veces se llega a esos extremos. El que tenga ganas de informarse en profundidad, puede revisar este documento, muy explicativo.
Para los que no, basta decir que en estos casos más graves, los aviones varían sus trayectorias para evitar la zona polar, la zona menos protegida de nuestro planeta, y así evitar exposiciones más directas -equivalentes a 100 radiografías a la vez- a la radiación para los pasajeros y tripulación. Delta Airlines lo hizo esta semana. Sin hablar de los astronautas… Se pueden producir fallos en las telecomunicaciones -barcos y aviones se quedarían incomunicados- y algunos satélites pueden fallar, es cierto. Y algunos transformadores pueden dañarse. Nada más. Y nada menos, claro. Efectivamente, como algunos me comentáis, hay precedentes. En 1989, Quebec (Canadá) sufrió un gran apagón eléctrico a causa de una gran tormenta solar, que quemó varias líneas de alta tensión. Durante unos días la ciudad fue un caos sin electricidad. Por no hablar de agosto de 1859 y el famoso evento Carrington, que no fue más destructivo porque la tecnología y la electricidad no formaba parte de nuestra vida diaria como lo es ahora. Mejor ahorraros la lectura del link anterior los más hipocondriacos. Mamá, no lo leas… 😉
Y ya. Odio ser catastrofista, aunque en este caso esta es la verdad, riesgos hay. Pero también os digo que la probabilidad de que se produzcan estos eventos extremos es muy baja, entre cero y cuatro veces en cada ciclo, es decir, cada 11 años.
¿Vamos con los efectos artísticos e inofensivos? Las maravillosas auroras boreales son, ni más ni menos, el efecto visual de que la magnetosfera está haciendo su trabajo. Las malignas hordas de partículas cargas de malos humos chocan con nuestro escudo deflector y se vuelven incandescentes, saliendo rebotadas. Tras cada aurora boreal (en el polo norte) o austral (en el sur) se esconde una eléctrica lucha de fuerzas inconmensurables. El Sol, ese mismo que nos permite la vida, manda su ejército más peligroso, pero, como siempre, Gaia sale victoriosa. Y lo seguirá haciendo por eones. Los fuegos de la victoria brillarán en los cielos polares y todos lo celebraremos con fotos y con vídeos.
Como los que haré en un par de semanas cuando esté por la laponia finlandesa en busca de las mágicas auroras. Como este que Julián Amorrich, de El Blog de Finlandia ha colgado, realizado el pasado 24 de Enero cerca de nuestro próximo destino: Saariselkä.