Algunos de nuestros clientes tienen la fortuna de vivir en grandes casas llenas de historia, en las que nada más poner un pie sabes que han visto pasar generaciones y emocionantes vidas entre sus paredes.
Algunas veces, estas personas se quejan —no sin motivos— de la extenuante tarea que resulta un buen mantenimiento de estos hogares imponentes, con metros y metros cuadrados que limpiar, averías que se multiplican con el paso del tiempo… ¡Los achaques de la edad tampoco perdonan a una vivienda!
El debate se abre entonces: ¿qué resulta más cómodo? ¿Una casita pequeña pero manejable? ¿Un piso céntrico con todo a mano? ¿Un chalet alejado del mundanal ruido, pero también más aislado?
Seguro que tú tienes tu propia respuesta bien meditada, y que podrías formularla en forma de deseo en los comentarios al pie de este post. Me interesa saber qué preferencias tenéis cada uno sobre ese lugar idílico en el que os gustaría habitar algún día o al que os gustaría volver.
Por mi parte, yo también tuve la suerte de pasar parte de mi infancia en una casa grande y antigua, en un pueblo, ni demasiado lejos ni demasiado cerca de la gran ciudad.
Y hay una serie de cosas sobre las que nunca estaré lo suficientemente agradecido a esa entrañable morada que parecía hacerse menos grande y más accesible a medida que yo crecía:
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1. Nada despierta tanto la imaginación como los recovecos y escondrijos
¿Has vivido en una casa con varios pisos? ¿Has explorado huecos de escaleras? ¿Rincones en almacenes o garajes? ¿Grutas imaginarias en depósitos de maquinaria, cuartos de calderas, o sótanos?
Seguro que si has pasado por esa experiencia, en casa de familiares o amigos, recordarás hasta qué punto estos espacios mágicos nos han brindado escenarios perfectos para compartir juegos y fantasías con hermanos y compañeros de mil batallas.
Por eso es importante dejar siempre hueco en nuestras vidas para la imaginación, el relax y las ideas y decisiones fuera de lo común.
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2. Las cosas pequeñas pueden hacerse enormes
Así que preocúpate… o mejor: ocúpate de ellas antes de que sean demasiado grandes.
Las malas hierbas son un ejemplo perfecto de algo que, atacado lo antes posible, no supone más que una pequeña inversión de tiempo. Pero si las dejas crecer, pueden llegar a arruinarte patios, tuberías y multiplicar el problema y su coste.
Este consejo se aplica por igual a cualquier ámbito de tu vida: relaciones, trabajo, finanzas, salud y, sobre todo, a las emociones.
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3. Si tienes tiempo para aburrirte, es que algo no estás haciendo bien
Hay un refrán que puede sonar demasiado duro, pero que deberíamos usar como acicate para nuestra búsqueda permanente de estímulos enriquecedores: “solo los tontos se aburren”.
Las mentes inquietas, y aquí entra un porcentaje casi absoluto de los niños, siempre están buscando nuevos retos para su curiosidad. Y así debería seguir siendo de por vida.
Antes no había Netflix. Nada de Walter White, Pablo Escobar, madres de los dragones ni zombies caminantes. Sí, teníamos a Espinete. Pero preferíamos tomar las calles, los parques y cualquier rincón físico donde desarrollar nuestros físicos y nuestros recursos. ¡Abandona el sofá y retoma esa buena costumbre!
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4. Cuanto más das, más recibes y más te enamoras de eso que cuidas
Dedicarle tiempo a las cosas nos hace reconocerlas, admirarlas y sentirnos afortunados por tenerlas. Sirve igual cuando limpiabas, recogías o pintabas las paredes de esa vieja habitación, que para cualquier relación personal, tu trabajo, tu salud física o tu cultura.
Haz la prueba: entrégate a una causa, ofrécete a ayudar a alguien, dedica tu valioso tiempo a algo, con plena atención. Verás como ese objeto de mimos cobra valor y te hace más feliz.
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5. Somos parte de algo más grande que nosotros mismos
No me refiero a un sentimiento espiritual, aunque también podrías entenderlo de esta manera. Cuando paseas por un hogar con tanta historia, puedes sentir la desbordante cantidad de cosas que han pasado en él con los años, y de repente te sientes más pequeño y parte de una comunidad.
Esa conexión con hechos mayores que tú mismo, con familiares y entornos cercanos, nos recuerda lo importantes que los demás son para nosotros y viceversa.
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6. Si haces algo, hazlo bien
Para que las cosas duren, hay que cuidarlas sin miramientos: dedica el tiempo, las ganas y la pasión necesarios a todo aquello que hagas en la vida para que se mantenga en forma. Empezando por ti.
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7. La felicidad está en los proyectos
Es el camino el que nos apasiona. Una vez lo terminas y consigues tus objetivos, necesitas plantearte otros nuevos para seguir vivo.
Lo sabes cuando empiezas un nuevo proyecto que te ilusiona, ya sea remodelar una habitación de tu hogar, aprender algo nuevo o ir de viaje.
8. Las cosas más bellas muestran signos de haber vivido
Arrugas, canas, cicatrices: a vosotras os miro. Es esa sensación indescriptible que tienes cuando visitas un mercado de antigüedades, la casa de tus abuelos o cualquier lugar con mucha, mucha vida.
La herrumbre, los abollones, los arañazos, son demostraciones fehacientes de haber sobrevivido a mil y una aventuras. ¡Celebrémoslas!
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9. No te obsesiones con la perfección
Consecuencia de lo anterior, valora lo que tienes, cuídalo y no exijas demasiado ni a ti mismo ni a nada de lo que te rodea.
¿Estás de acuerdo con estas lecciones? ¿Qué experiencias te han marcado en tu hogar para definir tu personalidad o tu actitud frente a la vida?
Fotos de goodhousekeeping.com
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