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Tampoco Breton Woods es una marca de Whisky. Porque el periodismo internacional no es solo cosa de hombres, ocho mujeres ofrecen un punto de vista diferente sobre lo que pasa en el mundo.

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En nombre de Estado Islámico

Miembros de Estado Islámico en Siria / GTRES

Miembros de Estado Islámico en Siria / GTRES

«Este es vuestro Estado, venid a construirlo y, si no, haced todo lo que podáis, estéis donde estéis, para apoyarlo». La economista Loretta Napoleoni recupera estas palabras que el líder de Estado Islámico (EI), Abu Bakr al-Baghdadi, dedicó a los fieles suníes hace un año, proclamando el Califato y proclamándose a sí mismo como el califa. En su artículo Napoleoni destaca que los tres atentados que se han producido en un mismo día en Túnez, Francia y Kuwait coinciden  prácticamente con la fecha del primer aniversario de la proclamación del Califato, el 29 de junio, y que en cada uno la modalidad es distinta: disparos, decapitación, bombas; pero que todos surgen de lo mismo. La pregunta es: ¿Son todos en nombre de Estado Islámico? Son muchas las voces que nos advierten que estamos ante un nuevo modelo de yihadismo en el que la cúpula terrorista ha llamado a los musulmanes a que se radicalicen y actúen por su cuenta si lo consideran oportuno. Y lo consiguen, vaya si lo consiguen, porque no son Al Qaeda, son algo más, un modelo más «moderno» que ha conseguido construir un potente mensaje sin precedentes y que gana miles de adeptos en todo el mundo islámico y también occidental.

Demasiados jóvenes están admirados por EI y los que deciden unirse a su causa se sienten parte de algo grande. Ya no sólo es cuestión de las regiones más pobres del mundo islámico, como ocurre con Al Qaeda. Estado Islámico tiene charme para muchos musulmanes y con él se ha ganado la hegemonía del terrorismo islámico a nivel mundial. No son sólo unos violentos descerebrados, saben contra quién van, saben qué territorios quieren y que la bandera negra es la que realmente les representa. Aprendieron muy bien el qué y el cómo durante las guerras en Oriente Medio y recibieron armas y estrategia de combate de occidente. Ahora, años después, su trabajo principal es hacer llegar su potente mensaje, que a unos genera miedo y a otros una profunda voluntad de unirse a su causa. El objetivo es destruir, eliminar lo imperante, para levantar un imperio hegemónico que creen que les pertenece. O al menos eso es lo que les dicen. Así, mientras ellos elaboran discursos -aprovechando inteligentemente el potencial de las redes sociales-, miles de «voluntarios» hacen el trabajo sucio.

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De qué hablamos cuando hablamos de yihadismo

Un ciudadano francés pasa por delante de una pintada islamófoba en una mezquita en Sant-Etienne, en 2010/ GTRES

Un ciudadano francés pasa por delante de una pintada islamófoba en una mezquita en Sant-Etienne, en 2010/ GTRES

Es la palabra estrella en la prensa internacional: yihadismo. Nuestros líderes políticos nos alertan de que el islamismo radical está presente en Europa, y tienen razón. Cuando nos mienten es al señalar con el dedo, siempre apuntando hacia Oriente Medio y la inmigración, pero sin decir demasiado sobre lo que está pasando en Libia, Egipto o el desierto de Argelia. No hablan de sus cuentas pendientes con el mundo árabe e islámico ni de su responsabilidad en el repunte del terrorismo, simplemente porque el ser humano siempre se resiste a asumir su culpa (especialmente cuando sabe que la tiene). Existe mucha información sobre la llegada del terrorismo islámico y una falta de incidencia respecto a dónde y cómo se forman los yihadistas.

El estallido de las revueltas árabes a finales de 2010 puso en evidencia el apoyo de Occidente a las dictaduras (¡pero si eran dictadores!) de Egipto, Túnez o Libia. Cuatro años después, continúan respaldando a un golpista que se ha convertido en el presidente egipcio, dado que es un fuerte aliado contra el terrorismo yihadista. Por no hablar de Siria, con cuyo presidente han llegado a entenderse -contra todo pronóstico- para luchar contra Estado Islámico, aunque los crímenes de Al Assad contra la población civil continúan. Pero ya han dejado de ocupar portadas. Este apoyo de la vergüenza también es incondicional para el régimen disfrazado de democracia de Marruecos, radicalmente represor con los inmigrantes, los opositores y el pueblo saharaui, y que alberga una de las «fábricas de radicales» que van y vienen de Siria; y para la monarquía de Arabia Saudí, otro nido de yihadistas cuyo régimen, además, aspira a liderar la hegemonía islamista de la corriente suní en todo Oriente Medio y rivaliza por ello con Irán. Otro punto de entendimiento con Occidente.

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