Hay un género al que yo recurro a menudo cuando ando con imsomnio, y ese es el de los biopics y documentales varios. El tono de voz y el volumen, sin sobresaltos que despierten al resto de la familia, y el avance tranquilo de la historia me ayuda a conciliar el sueño, qué queréis que os diga.
Pues hace poco, y por esta causa, le di una oportunidad en Netflix a El ascenso, la cinta de 2017 que narra la historia de un ficticio Samy Diakhate (interpretado por Ahmed Sylla), que nos cuenta mucho (no todo, claro) de la historia real de Nadir Dendoune, el hombre que se convirtió en el primer franco-argelino en alcanzar la cima del Everest, pero que fue famoso porque lo hizo, además, sin tener ninguna experiencia previa en montañismo y porque lo convirtió en un acto de orgullo para los barrios marginales de París.
Y es que ese número 93 que Dendoune lució en la cima del mundo junto a su bandera hacía referencia a Seine-Saint-Denis, el distrito noventa y tres, donde él nació en un barrio marginal para vivir después con su familia en una vivienda social. El de Seine-Saint-Denis es uno de los distritos tradicionalmente ligados a la inmigración del norte de África y de los que se clasifican entre los de mayor índice de criminalidad.
En la película (francesa, claro) hacen mucho hincapié en la historia de barrio, de donde él parte y adonde vuelve al terminar su aventura. La realidad es un poco diferente:
Nacido en el 72, en el 93 la aventura ya lo llamaba y recorrió 3.000 kilómetros de suelo australiano en bicicleta. En 2001 se mudó allí y obtuvo la nacionalidad. Llegó a hacer un viaje alrededor del mundo en bici patrocinado por la Cruz Roja Australiana. Su faceta activista no había hecho más que empezar: se prestó a ser escudo humano para proteger una planta de tratamiento de agua en Irak, fue apresado por hacer fotografías de instalaciones dudosas y llegó a ser censurado en Canal+ Francia por presentarse a una entrevista con una camiseta que lucía en grandes letras la palabra «PALESTINA».
Cuando ascendió al Everest en 2008 ya había publicado dos libros: Diario de guerra de un hombre pacífico y Carta abierta al hijo de un inmigrante. Después de su aventura en la montaña, su vida ha seguido ligada a dos cosas: el periodismo y el activismo.
En 2010 publicó un libro contando su hazaña en el Everest: Un perdedor en el techo del mundo (a cuya portada pertenece la foto de arriba) y en el que está basada la película El ascenso. No fue el último, ni lo único que hizo ese año, ya que fue entonces cuando realizó su primera película: Palestina.
Mientras trabajaba para Le Monde fue arrestado en Irak (parece que le tenían en el punto de mira desde lo de la planta de agua), en 2013, y lo soltaron después de meses de presiones y el pago de una fianza.
Su último libro es de 2017: Nuestros sueños son para los pobres, su autobiografía. Y tras Palestina ha realizado otras dos películas documentales: El caso de Salah Hamouri e Higos en abril, con su madre, Messaouda Dendoune, como protagonista de su propia historia de adaptación a la vida en soledad.
Después de Higos en abril, la directora Maïwenn Le Besco le foreció a Messaouda participar en su película DNA, una de las más populares de 2020 en Francia.
Actualmente, no hay más que darse un paseo por las redes sociales de Dendoune para darse cuenta de que, en su vida, la política y la lucha contra las injusticias sociales son las que mandan.
La película, por cierto, no me ayudó a dormir: la vi entera.