Umbral y Delibes: Correspondencia (1960-2007)

Un coche viejo que sufre en las cuestas con el aire acondicionado encendido. Repechos del camino y una cobertura que parpadea. Umbral y Delibes como dos lunares en la espalda de un Dios moribundo. Se escriben. Las cartas son mensajes de ánimo o de actualización laboral, una nutritiva perspectiva de la amplia paleta de periódicos, revistas y editoriales que existía en la España de las primeras décadas del desarrollismo. Delibes, sólido en su escritura monolítica, referente de una literatura castellana que evoluciona más rápido que los libros de texto que se reparten en las escuelas y Umbral, poeta siempre, volcán de ideas y proyectos, adicto a la underwood y a la cuartilla en blanco. El libro avanza desde el Umbral famélico hasta el Umbral superlativo mientras Delibes, con la boina calada, viaja a dar lecturas a las universidades norteamericanas como canon en vida.

«Delibes que solo piensa en volver a España y escaparse para cazar o montar en bicicleta y Umbral, que rabia por no ser incluido en la Real Academia Española y calma su ansiedad encadenando centenares de libros, novelas y artículos durante cuatro décadas que definen la sociedad y la cultura, que definen España.»

Umbral que siembra de adjetivos las plumas de sus imitadoras y sus huevas de negrita se engarzan en los teclados de los columnistas de opinión. Los dos rezan a un Dios imposible que se burla de los colores y les amenaza, dejándolos finalmente solos frente a una vida que era todo muerte.

La foto de la portada está hecha en Cuéllar, cerca de Nava de la Asunción, el pueblo de mis abuelos paternos y de la familia de Jaime Gil de Biedma. Un cielo de estrellas sin contaminación, pinares con recipientes que recogen la resina para hacer pegamento y un castellano de miniaturas, pulgas que se disfrazan de novios, postreros falangistas, una nuez que es una casita, un regalo de bodas y Umbral, que ama el olvido, solo habla de Valladolid como el seco desierto al que está dispuesto a regar por una cierta cantidad. Desviar el caudal narrativo y periodístico de Umbral a través de la generosa intervención de Miguel Delibes. Todos somos cotillas y queremos saber chismes de los famosos. Aunque el pie de página tenga un punto poético, diluvio trágico eléctrico al modo de José Hierro.

La correspondencia de Umbral y Delibes nos descubre una época dorada de revistas, periódicos, separatas y ateneos. Demuestra las múltiples opciones para suscribirse a la vida y para hacerse con la edición vespertina si no te ha convencido la matutina. Umbral leyendo sus cuentos, dialogando consigo mismo, escribiendo ensayos sobre Lorca y Larra que vende a peso, entrevistando folklóricas de cuerpos rotundos y estatuas de glorias nacionales a punto de ser cubiertos por los grafitis de la modernidad. Está Delibes, periodista rebelde dentro de la rebelión de lo cotidiano. Umbral, el dandi que quiso ser poeta y acabó siendo premio Nadal o Planeta o algún premio de esos que tenían servilletas de seda blanca y ganadores con presencia en televisión. Umbral quiso ser poeta. Lo repito una vez más, pero atravesado por la afilada infamia del “Giocondo”, su caché crece y los giros llegan, mándame tu libro, envíame sellos, sobre el libro escribiré unas palabras. Sobre el cuerpo de la vida escribiremos una nota.

«Hay tantos cuerpos distintos por amar y Umbral y Delibes los contemplan, los cuerpos queridos, los suyos propios y los de los demás, mientras arden en un mar que se vacía, sedientos, sobre fondo blanco la sangre de rojo todo lo tiñe.»

Buscan en la afonía el silencio para ganarle tiempo al llanto. Cuánto han gritado los dos en las cuartillas usadas, en las hojas manchadas de la primera tinta, como una adolescente que se descubre a la vida. El silencio del niño es purísimo, la muerte una visita poco frecuente que solamente se queda un instante, pero nadie es capaz de olvidar.

Tras la lectura de la correspondencia me escapé una mañana a Zaragoza. Me aposté con mis amigos poetas a que era capaz de encontrar en una librería de lance un ejemplar de La hoja roja en la amarillenta edición de RTVE. Todos conocemos esa colección. Es parte del imaginario colectivo de la sociedad española, amontonada en estanterías heterogéneas junto a títulos como El derecho llama a su puerta. Delibes, Miguel, aparecerá en esa colección. Umbral no. Umbral es carne de Círculo de Lectores, de ediciones de lomo cuidado intercambiables como cromos, junto a otros elementos de la prensa y las letras de la época, explosiones de papel impreso sobre pelotazos de acciones y OPAS hostiles. A veces escribo en los bordes de los periódicos que encuentro en las cafeterías o aprovecho los márgenes vacíos de los exámenes que conservo después de tantos cursos.

«A veces pienso en los mayores y de su recuerdo siembro las páginas blancas. Semillas lanzadas al aire, con matasellos eternos.»

Había uñas saladas camino del corazón buscando el resto de un latido. La gente ya solo fuma en las fotos antiguas, es el último refugio, rostros como teas encendidas, entre calada y calada. Qué fácil arde el papel de las antiguas películas fotográficas. De eso tiene un poco esta recopilación de cartas y de mensajes. Blanco y negro, sepia. El blanco y negro de una carta se agrieta con el tiempo, como la piel cuando llevas muchos años sosteniendo un ducados.

«Los dos, escritores que dejan rastro de tinta y ceniza, emborronan pruebas de imprenta, hacen literatura de su vida y vida de la literatura, que escuchan las historias desechadas por los demás, que se adentran en la pólvora. Las cartas son como purgatorios para defenderse de las agresiones de la vida.»

Ediciones Destino recopila en La amistad de dos gigantes: Correspondencia (1960-2007) un intercambio íntimo y personal entre Miguel Delibes y Francisco Umbral que abarca casi cinco décadas de la historia de España, en un ejercicio de documentación fundamental para entender la sociedad y la literatura española en las décadas más importantes de su historia.

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