José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de febrero, 2007

Dos mujeres, dos revistas

Vuelve Granta. En español. Segunda etapa. Ahora desde Alfaguara, superada la etapa de Planeta. El objetivo es el mismo, acercarse a lo que es su referente original en inglés, mantenido también por su nueva dueña: la más influyente revista de literatura y periodismo, renovadora, cosmopolita, atenta a lo concreto y exigente en el estilo de lo narrado para encontar nuevos autores y nuevos lectores. La clave es que allí se puede descubrir lo que no se puede encontrar en ningún otro sitio. Es decir, cómo salir del círculo endogámico de lo publicado y lo publicable, de los lectores contados. Enorme sueño todavía no cumplido en castellano

Un inédito de Susan Sontag abre el número. Otro inédito de la misma escritora abría el número de la primera etapa. Ahora, extractos de su diario, hecho de mínimos apuntes, enunciados, detalles personales y guiños de cine.

1 de junio.1966.Una de mis emociones más intensas y más empleadas: el desprecio.Desprecio a los demás, me desprecio a mí misma.
Soy impaciente (desdeñosa) con la gente que no sabe cómo protegerse, que no sabe cómo hacerse valer.
Mi mente = King Kong. Agresiva, hace pedazos a la gente. La mantengo encerrada casi siempre; y me muerdo las uñas.
27 de junio, París
Cuando los provos escenifican «happenings» de noche en las calles de Ámsterdam, hay un riesgo. Provocan a la policía, «dicen» algo, intentan que ocurra algo. (Más libertad, etc.)
Los happenings en NY no sólo son apolíticos. No arriesgan nada.
Son ejercicios ingeniosos en lo irracional: son del todo inocuos.

Si mi novela tuviera la velocidad —y el alcance, la relevancia— de las dos películas más recientes de Godard. La úlcera de Vietnam, el sonido de las detonaciones de las armas.

Otra mujer, Annie Lebovitz, fotógrafa y todo lo demás. La revista Vanity Fair anuncia su número especial de Hollywood. Cada año, un despliegue. Pero éste, apabullante: Leivovitz ha contado con el reparto más grande jamás unido para fotografiar en bodegones inspirados en el mundo del cine negro: De Niro, Penélope Cruz y Pedro Almodóvar, Nicholson, Willis, Sharon Stone, Hellen Mirren, Forest Whitaker, Jennifer Connelly y casi cuarenta nombres más. Toda la industria, todo el despliegue todo el poder y el talento para llegar al otro lado de couché. En el mismo número, por ejemplo, hay un análisis sobre el fracaso de los inspiradores de la política neocon de Bush ( Perle y otros) o un recorrido sobre los desastres de Darfour.
La revista de marzo recoge en treinta tres páginas el deslumbrante trabajo de Liebovitz, pero un video montado con las fotos, un artículo sobre su trabajo y un reportaje gráfico sobre la reportera permiten echar más de un vistazo. Ella es la estrella.

(Se anuncia también edición en español de VF, con el riesgo de convertirse sólo en una tradución aproximada como tantas otras veces parece haber sido la tradición)










Una obleita de menta

Hace dos días JB, que vive del asunto, se quejaba, al borde la náusea: cada día cada semana cada mes, un diario una revista una radio media docena de páginas web cualquier televisión, imponen otra selección/generación/actuación de cocineros fascinantes, de lo que pueden dar de sí los fogones. Allá va la misma. JB vive de las revistas, no de la comida y se ha hartado en los últimos años de diseñar portadas, desplegables, páginas y especiales sobre tendencias, técnicas, platos y facturas. Pasamos del plato de la casa a la degustación, al menú largo y estrecho y, ahora, al menú eterno, inacabable, exhibicionista hasta el empacho. En fin, tal vez la oferta hable mucho de la pericia de los cocineros y de la rutina de cierto periodismo couché. Si el sentido de la medida y de las proporciones es ingrediente clave en la cocina, JB tiene razón y estamos al borde del estrago.

Por si acaso le queda hueco, le he mandado a JB algunas referencias menores, pero también sintomáticas. El poder de la comida es tal que se utiliza como imán para otros placeres, para otras necesidades. Es obvio, claro. O no tanto, si hablamos de cine, por ejemplo. En el Festival de Berlín han preparado un ciclo de Cine culinario: comer, beber, ver películas, que trata de atraer al público a las salas para que coman (obviamente, no palomitas) además de que miren, Quieren difundir el viejo movimiento Slow Food , es decir comer tranquilo, comer bien, comer a gusto. De acuerdo, transformar definitivamente las salas de cine en restaurantes íntimos donde comerse por los ojos puede ser una alternativa para la crisis de la exhibición. Cine y tuétano de caviar frente al cine y palomitas. Pero todo buen menú corre el riesgo de que se cuelen majaderías del tipo de la pronunciadas por el personaje de la deliciosa Big Night, la película que abrió el ciclo:»Comer bien significar estar cerca de Dios». Los ateos también tienen paladar lento. Otro estrago.

Y le reboto de remate un guiño de su negociado. Una revista –lamono– que tiene a bien repartirse por las esquinas y ofrecer monográficos mensuales diferentes, dedica su último número a la comida. Afortunadamente, con otro menú: además de las salchichas salvajes de Víctor Castillo, y de los retratos del grupo Mondongo, hechos con carne, queso, oro y plastilina, en oferta está el arte de reirse y comer chicle; las técnicas para hacerse un huerto en un rincón de la cocina o la posibilidad de mirar un documental sobre el futuro del hambre y la alimentación, y la red de intereses políticos que controla y dirige el sistema de comida mundial, desde la imposición de menús genéricos hasta las irrupción comercial de las comidas genéticamente modificadas.Que aproveche. Y cuidado con la arcada.

Mundo chino

En el último festival de Cine de Venecia, a finales del verano del 2006, la victoria de Jia Zhangke y Still Life/Naturaleza Muerta pilló desprevenidos a los críticos y enviados especiales. La película, una historia sobre un viejo minero y una mujer que vuelven a su tierra anegada por la presa de las Tres Gargantas, había sido despachada horas antes de recibir el premio con un par de líneas cargadas de adjetivos cercanos al desprecio y a la suficiencia, dictadas por los habituales, más preocupados tal vez según los que estaban cerca por sus prisas para la cena que por tener algo que decir sobre un chino al que saludan en su casa a la hora de comer arroz. Los otros nombres especializados, los que no firman en medios de difusión masiva, ni disfrutan de nomina y dietas, aprovecharon el resbalón y dejaron también correr sus adjetivos dirigidos a los catatónicos críticos oficiales.

Ahora, medio año después, todo el mundo se puede poner al día, incluido uno mismo al que la bronca sirvió para fijar la atención en el cine de Zhangke. Es verdad que la película de Venecia no se estrena de momento, pero una modélica distribuidora de dvd, Intermedio, presenta una colección con cuatro de las películas más notables del más interesante de los cineastas chinos de ahora, más un documental firmado por él y otro más en que se analiza su trabajo. Desde las pantallas de festivales, cuatro títulos: Xiao Wu/El ladrón, 1997, se detiene en las tribulaciones de un pequeño ratero al que las agitaciones económicas ponen fuera de sitio en su oficio y en el amor; en Zhantai/Plataforma, 2000, los jóvenes de una brigada cultural intentan defender sus afectos mientras el tiempo les pasa por encima y la privatización les transforma en una banda de pop, Ren Xiao Yao/Placeres desconocidos, 2002, se acerca a las dudas de una pareja de amigos parados a los que la necesidad pone en manos peligrosas; Shi Jie/El mundo, 2004, es la historia de amor entre una bailarina y un guarda de seguridad en un parque de atracciones que imita las grandes monumentos del mundo, una metáfora de lo real y lo posible.

¿Es realmente interesante Jian Zhangke? Pues después del atracón sólo puedo responder que sí. Desde luego. Un tipo que todavía no ha cumplido los cuarenta años y lleva quince escribiendo, dirigiendo y buscando la financiación para sus películas pese a las persecuciones de las autoridades; alguien que cuenta sus historias sin la cómoda seda de lo exótico, de lo histórico, sin las cargas de sal y pimienta de lo sangriento o de las artes marciales; alguien capaz de hablar de pantalones vaqueros, de guitarras, de fotos de familia, de revistas de moda y, al tiempo, contar los cambios de las últimas décadas en un país que va a convertirse, si no lo es ya, en el imán de la historia; alguien capaz de descender a la épica menuda y hacerlo además, con honesta delicadeza, con atención minuciosa a historias personales balanceadas por los destinos políticos ; alguien que no se deja vencer por la más mínima inercia de nostalgia maoísta, pero que tampoco esconde los desconciertos personales y sociales de las nuevas rutinas capitalistas, el progreso.

Jia Zhangke es un realista con estilo que maneja largos planos secuencia, distantes, cargados de imágenes de gusto delicado y sobrio. Sus personajes, jóvenes en pleno crecimiento, adultos desconcertados, todos al otro lado de la frontera del éxito, se deslumbran por las nuevas posibilidades económicas, se agitan en el remolino de las mutaciones sociales que les rodean, que sin embargo tampoco les sirven para satisfacer sus desfases afectivos. Por eso alguien con mucho talento les ha llevado al cine.

Hay otras formas, desde luego, de acercarse a las nuevas épocas chinas; pero si no se se pretende invertir, si se disfruta con las biografías de la escoria de fuera de cualquier sistema, Jia Zhagke es una garantía.

El arte de lo real

Cosas que pasan en los rincones. Detenidos en el paso de cebra. Obedientes y seguros. Maletines, abrigos, trajes casi negros, mochilas de turista, algún libro. De frente, perfiles de bancos y casas con historia en el centro de la ciudad. Desde un rincón, abajo, en el centro de la tierra, a través de un respiradero abierto en plena acera el estruendo era tal que de inmediato llegaron los comentarios. Cito:
– Vaya horas para que funcione una discoteca.
–Eso son obreros metidos ahí abajo, en el túnel.
–Emigrantes descansando que se ha puesto su música.
– Pues descansan mucho, porque lleva sonando todo el día.
– Es un martirio.
– Pues es música de fiesta. Guantanamera.
–Una fiesta y un castigo
– Botellón para sordos.
–Mejor que la tormenta del tráfico.
– Otra tortura
– O una sorpresa, qué bien, en lunes.
Nadie bailó. Se abrió el semáforo. Atravesamos la cebra. La música siguió sonando. Había que saber mucho y querer interrogarse. La guerra continuaba. La ciudad estaba decorada con arte en proceso.Nos olvidamos.


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El último premio World press escoge una fotografía de Spencer Platt captada en el último mes de agosto, en Beirut, el primer día de tregua de los bombardeos israelíes. Desde ese descapotable, chicas y chicos beirutíes visitan los restos de su ciudad, cadáveres cercanos, nada, lo fotografían con sus móviles, se defiende de sus miasmas con pañuelos blancos, con gafas de sol que dejan ver la marca, aprietan firmemente sus carteras. Todo es real, contradictorio, difuso, y ocurre en la misma ciudad. Y nosotros lo miramos tan cómodamente en la pantalla.

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Al ver el premio, me ha saltado un recuerdo y un artista: Isaac Montoya y sus fotografìas irreales, sus cuadros fotográficos, sus montajes de realidad y su capacidad para hacerme dudar cuando maneja técnicas de simulación en la frontera de lo posible, juegos turbios de miradas y emociones que nos ofrece el tiempo de ahora mismo.

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Celebremos.



















Trama y personaje

Desde los griegos, la teoría dramática distingue entre destino y carácter para encajar a los personajes de ficción. Un personaje de destino encuentra su sentido en el desarrollo y el orden del relato; por contra, el personaje de carácter -el tipo- no necesita argumento, se comporta, reacciona y transmiten siempre lo que está en su naturaleza. Al Gore teatralizó en Madrid su verdad incómoda. Personaje de destino, el ex vicepresidente de los USA repitió en directo su obra grabada, la trama que mueve el mundo en su argumento, una trama, por cierto, que cuesta trescientas mil euros, palabra más, palabra menos. Nada es gratis, y menos el prestigio. A su lado, un figurante de los que pagan por sacar la cabeza en la función, Alberto Ruiz Gallardón: hizo su personaje, es decir, el que aparece como lo que más convenga, aún a costa de las mentiras más convincentes, de las cobardías más tristes. En este caso quiso ser, claro, solidario, social y ecológicamente comprometido; incluso por demás, como si necesitara presumir de lo que realmente carece. Delante de Gore, ARG alardeó de políticas ecology friendly y se olvidó de citar algunas partes de su papel: autovías ocultas que traicionan normas medioambientales y que se inundan al poco de abrirse por las prisas, gastos duplicados en fastos luminosos, venenos en el aire que multiplican lo firmado, campos de golf consentidos por interés general. Había otra foto, una tentación.

Está en su naturaleza κυνισμός, que se está convirtiendo en una máscara cansina.

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Cine de uniformes

He entrado al cine por un desajuste de tiempo, la verdad: ni llegaba, ni ya me iban a esperar donde tenía que estar. Así que, con un viento raro y una lluvia enclenque, y con dos horas por llenar, ¿dónde iba a estar mejor? De cabeza. Y, por orden: hay una cita de la Biblia, un desayuno, un lago, un bombardeo, una huida, un ametrallamiento, disparos, uniformes nazis, ( los nazis en el cine siempre están de moda) aviones, explosiones, resistencia, torturas, dudas y sospechas. Sólo para empezar. Luego, mucho más. Todo el catálogo, todos los clichés que siempre han funcionado: cambio de uniformes, cuartel general de las ss, amores prohibidos, robos, cajas fuertes, escapadas. Y un secreto final, un libro negro que todo lo desvela.

Paul Verhoeven ha vuelto a Holanda para hacer una historia que le perseguía en la cabeza desde hace veinte años. Encontró el motor final de El libro Negro cuando cambio el sexo de su protagonista y decidió hacerla mujer. Con la esforzada Carice Van Houten de la mano, Verhoeven lanza un vistazo extenso, turbio, moralmente impreciso, con cambios de personalidad, traiciones y colaboraciones, vueltas y revueltas. Los héroes no son lo que parecen y los enemigos tienen más de una cara. Por supuesto, hay un toque exhibicionista, marca de la casa, un algo demás de grasa, un cierto desaliño irreverente, consciente, para un partido que eso sí se juega siempre en el campo del espectador. Lo que le gusta cuando hace lo que le gusta: Desafío Total, que pudo ser un clásico, Instinto básico, Starships Troopers, y su ironía de juguete, por ejemplo.

Ahora no hay estrellas, ni un gran estudio que financie el entretenimiento y que distribuya el asunto masivamente a las pantallas. Ahora, de vuelta a casa, los efectos especiales parecen artesanos y hay cinco países y media docena de productoras en danza que aparecen en los créditos. Hay que acostumbrarse a las batallas locales.

Treinta años antes Verhoeven había firmado Eric oficial de la reina, más aventuras y resistencia en la Holanda ocupada, más inocente, más televisiva, aún más colegial. Puede que ahora tenga la misma profundidad psicológica que una piscina infantil, pero tiene tanta velocidad y tanto desparpajo que, dos horas largas después, a la salida era como un sábado por la tarde.

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Si antes no sabía quién era EO, ¿por qué tengo que saberlo ahora?

¿El respeto y la prudencia es sólo real o vale también para el resto de los mortales?



Retratos

A la salida, he terminado mirando el carnet de identidad. Y lo he leído media docena de veces. Después, en la calle, la gente alrededor ha sido un enorme colchón. Si, como aseguran sus teóricos, el retrato es la expresión más elemental del poder de la pintura, habrá que convenir que esa cualidad tiene más que ver con lo esencial que con lo obvio. Al menos, a la vista de los 165 retratos que se cuelgan en el Museo Thyssen y en la Fundación Caja Madrid. Delante de cada una de esas pinturas, de la sucesión de todas ellas, de los espejos y las máscaras, cualquiera puede terminar preguntándose qué soy, quién soy exactamente

Supongo que de eso se trata. Sesenta miradas distintas, sesenta nombres poderosos desde las primeras vanguardias hasta casi ayer, desde el autorretrato plantado hasta la copia final vaciada y repetida. Identidades, falsificaciones, estereotipos, reflejos, actitudes, disfraces, fragmentos, metamorfosis, deformaciones, caídas, sombras. Cuando no hay que postrarse ante el mecenas el artista decide los límites. Así que ahí están todas las crisis del hombre y del último siglo, todas las maneras de mirarlo, de mirarse; todas las preguntas que se hace la pintura sobre la verdad y la necesidad de sus imágenes.

Es apabullante. Hay que agarrarse: entre el paseo nocturno de Munch, los gestos retorcidos de Schiele, los colores puros de Kirchner, los iconos de Modigliani, los añicos de Picasso, las poses inestables de Dix o Beckmann, las tragedias huidizas de Naussbaum, las deformaciones de Bacon, las densidades de Kossoff. Mucho más.

Lo pintado es ficción, dice Antonio López que, por supuesto, también está. Nuestra ficción.

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Discursos

Ahora que se avecinan campañas electorales, una duda: ¿quién le escribía los discursos a Robert F. Kennedy? Después de ver Bobby, la ingenua película de Emilio Estévez, me interesó más la gramática política que ahí se anunciaba, que el desfile de historias a medio cocer, su reflejo: pareja que no quiere ir a Vietnam, emigrantes que aman el beisbol, pareja madura y culta que se reconcilia, pareja rota que descubre sus adulterios, cantante decadente y harta, cocinero filósofo por encima del racismo, portero jubilado testigo de todas las historias, voluntarios abiertos con el LSD.

Despacio, pude entrar en el juego de espejos entre Demi Moore y Sharon Stone, disfrazadas, en los secretos perdidos de Lindsay Lohan, o en el guiño de Laurence Fishburne al Rey Arturo (Camelot estuvo en la Casa Blanca ). Pero esperaba más que una nostalgia coja e impoluta de algo que jamás terminó de existir, algo que desarrollara con más enjundia los límites y los deseos de los liberales norteamericanos de los sesenta, sus propias contradicciones de guerra fría, sus miedos políticos de fondo. Así que me quedé con las imágenes documentales y las palabras del mediano de los Kennedy, el mejor texto de la película, una mezcla de épica, velocidad, cercanía, unas gotas de lírica y mucha elegancia gramatical. Un discurso, un estilo, una posibilidad en blanco y negro, en imágenes viradas.

Puede que sea la versión original, pero más allá de lo que digan, siempre me sorprende esa clase de declaraciones, tan elaboradas, tan perfectas. Tan escritas. Las suyas y las de tantos otros. Tienen buenos guionistas, como aprendí en El Ala Oeste de la Casa Blanca donde la atención más importante se dirigía a como se cuenta lo que tengan que decir, con el trabajo medio hecho dada la capacidad de brillante repentización de su presidente imaginario. Aquí, en lo nuestro, entre balbuceos en imperativo bienpensante y discursos repelentes de notario secretamente vanidoso, nos quedamos cada vez más fríos. Y, en Madrid, en particular, entre cínica vanidad repelente, cínica y carísima aristocracia de hierro, incógnitas sin despejar, torpezas de censo y endémicas batallas frustrantes, más fríos todavía.

Para compensar me doy una vuelta por Ladinamo, un local, una asociación y una web que da una vuelta más a casi todas las cosas. Buscan candidatos para su programa electoral. Son treinta puntos para Madrid que manejan preocupaciones fundamentales: hipotecas, obras y atascos. Futuro y presente que no llega. Y más cosas: denuncias de la opulencia, y clases de regaeton; persecución de los empresarios sin papeles, de los todoterreno, de la mentalidad de mercado inyectada en la educación. Reivindicación del voto negativo, tan necesario. Y más chistes: el cuerpo de jardineritos municipales, por ejemplo.

Lo bueno que tienen en la Ladinamo es que discuten consigo mismos y colocan una lista con todas las críticas recibidas a su programa: rabietas de niños malcriados, chistes utópicos de dudoso gusto, oportunidad perdida, una pena. O no. Sobre la mesa queda, al menos, el aroma de la campaña que se avecina y de su política; de su tedio, de las posibilidades de embestir a esa burocracia desde fuera — sintomático el artículo sobre la heterodoxia electoral sus virtudes y sus dobles filos, desde Coluche, hasta Hunter Thompson, Copito de Nieve o Nadie; de la necesidad de plantearse, de verdad, otras formas de participación, si son posibles, si nos interesan para que no ganen siempre los mismos.

El remate esencial a toda la propuesta: las condiciones que exigen a sus candidatos. Da igual que les guste el baile o la emigración ilegal, que se crean su programa, cualquier programa: sólo quieren nombres y por eso buscan a gente que se llame, por ejemplo, Felipe González, a Alberto Ruiz Gallardón, Julio Anguita, Esperanza Aguirre, Eduardo Tamayo (el auténtico se podría prestar), cualquiera, parece, menos Miguel Sebastián, porque no tendría gracia. Nombres huecos, en fin; discursos, todavía no.

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Música fuera de las partituras

De repente, en la radio alguien habla de los músicos de una orquesta sinfónica que mientras ejecutaban el Mambo de West Side Story se pusieron a bailar en el escenario y a moverse por la sala sin perder el tempo ni la afinación. Afino el oído y escucho a Fernando Palacios, un hombre orquesta, que lo mismo divulga música comotemporánea, que da conciertos minúsculos de trompetilla, graba discos o presenta programas de radio, y le oigo hablar de Tocar y Luchar, un documental sobre el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Así que me entero de que los músicos del mambo de Bernstein tenían doce años, su director era Claudio Abbado, uno de los muy grandes, y que como ellos hay otros doscientos cuarenta mil niños que tocan en orquestas sinfónicas venezolanas de alto nivel. Y miles más que les escuchan. Ahora mismo.

Busco para aplacar mi ignorancia y descubro que el documental nunca se ha proyectado aquí y que Giuseppe Sinopoli, Claudio Abbado o Plácido Domingo, han trabajado con esa clase de orquestas infantiles venezolanas. Y encuentro la figura de José Antonio Abreu, el hombre que hace más de 30 años puso en marcha el experimento que hoy alcanza a 300 orquestas en tras tantos pueblos, ciudades y aldeas. Ahí toca todo el mundo, excluidos e incluidos, ricos y pobres, manejando la armonía, la solidaridad, la excelencia artística, el espíritu de la perfección. (Hay otras músicas que en otras fronteras también lo hacen y también tienen películam más divulgada: el Candeal de Carlinhos Brown y Trueba)

El invento venezolano, que ha hecho decir al director de la Orquesta Filarmónica de Berlín, que ese era el futuro, ha sobrevivido cambios de regímenes políticos, despierta una interesante unanimidad y es apoyado ahora generosamente por el gobierno de Chávez.

Palacios no habla de política, habla de música, sólo de música. Pero envida el invento que deslumbró a Simon Rattle (el más respetado director de orquesta británico entre los innovadores): no hay trabajo más importante que ese que se hace con los niños. Y no sólo para la música. Y añora unas posibilidades como ésas aquí, qué paradoja, para fomentar la creatividad, el gusto, la afición. Y la alegría de hacer música, dentro y fuera de las partituras; y sacarla de la música de las paredes oficiales, de las encorsetadas salas de conciertos, abrir las puertas, quitar el miedo, llamar.

Puede que no tenga nada que ver con lo que pasa en el mundo, con lo que suena. O puede que sí. A mí me apetece que lo tenga. Fernando Palacios es uno más de los divulgadores que este lunes empiezan un curso con la Claves de Acceso a la música del siglo XX (y del XXI). Junto a él están otros grandes, Luis de Pablo, José Luis Téllez o Polo Vallejo. Y, claro, Fabian Pasinello, el director del Plural Ensable, y director de la Escuela Superior de Música que traducirá a Bartock (Bartok), Ligetti, Schoemberg(Schönberg), Ravel, Stravinsky, Janacek, Boulez. Yo quiero aprender. Lo hacen en el Circulo de Bellas Artes, entre sus muros elegidos, pero habría que romperse la cabeza para abrir esas cuatro paredes.

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¿Habrá una edición especial de Fargo, la película que el detenido de Fago tenía en la mesa de su casa? ¿La vio demasiado o demasiado poco? ¿O vio demasiado poco la televisión y no contaba con su poder para lo microscópico y para transformar todo en un macroacontecimiento? ¿Cuántos muertos por postas y por lindes ha habido en nuestra memoria sin la milésima parte de segundos de atención? ¿Cuándo empezó el contagio? ¿Qué vemos, qué estamos mirando ahí dentro que no hayamos podido ver muchas más veces? ¿Universos perfectos que estallan en añicos como tantos? ¿Por qué lo miramos con tamaña intensidad, con semejante despliegue? ¿Cuánto tardará en diluirse la historia en el torrente de otras, de cualquier otra que le quitará minutos, centímetros cuadrados? ¿Cuánto tardaremos en pasar página? ¿Cuándo compraremos la siguiente? En otro Alcorcón, en otro Fago o donde sea conveniente, sólo para seguir mirando.

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Golosinas

Apagué la luz, claro. Pero, aunque no lo viera, todo lo demás seguía allí.

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Dos griegos crazys se enfrentan al gasto desenfrenado, al consumo voraz, al despilfarro, con una metáfora: el azúcar y la sociedad enteramente diabética. Su montaje se llama Gominolas y Azúcar Craze, y es la segunda entrega de un proyecto de imágenes, vídeos y perfomances en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid, alrededor de la hipertrofia de información mal digerida y de la saturación de bienes materiales. Una neura, craze, que exige a Filippos Tsitsopoulos y a Janis Markopoulos rodearse de melones, melocotones, carne, dulces, espinas, uñas y excrecencias, envolverse en una sábana y hacerse fotos con una antena parabólica en la mano. Hasta el empalago.
La paradoja que intentan contar es esencial, a saber: que sólo la expansión puede garantizar la existencia del sistema y a su vez liquidarlo. Pero en este caso es más interesante la letra del menú que lo que te llevas a los ojos: se acaba de un bocado.

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Se aplazó el juicio de las patentes farmaceúticas. El tratamiento original cuesta por paciente y año 25.000 dólares; el genérico, 2. 500 dólares, una cifra también inalcanzable. Novartis, la empresa que ha demandado al gobierno indio para que impida la fabricación de medicamentos que le hacen la competencia, ha potenciado su campaña de imagen: como quiere buscar clientes entre la clase media, y mantener el control y el mercado, caritativamente ofrecen gratis su tratamiento al noventa y nueve por ciento de los pacientes, los más pobres. Regalan la vida; es decir, te la pueden perdonar: dioses con efectos secundarios. De esa fe también es bueno ser un descreído.

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Aquí, encerrado frente al ordenador, pensando en la televisión de calidad, que impecablemente describen los expertos: que no sea convencional, que tenga pedrigrí, que busque audiencias pacientes y no necesariamente masivas, que maneje repartos extensivos, memoria del medio, hibridación de géneros, que esté centrada en la figura del autor y destile una componente autoreflexivo; que toque temas controvertidos, que aspire al realismo y se aleje del costumbrismo blando; que encuentre reconocimiento crítico. La pregunta aquí no es , ¿quién lo vería?; la pregunta es ¿quién lo compraría? O, más humildemente, ¿quién la copiaría?

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