José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Mundo chino

En el último festival de Cine de Venecia, a finales del verano del 2006, la victoria de Jia Zhangke y Still Life/Naturaleza Muerta pilló desprevenidos a los críticos y enviados especiales. La película, una historia sobre un viejo minero y una mujer que vuelven a su tierra anegada por la presa de las Tres Gargantas, había sido despachada horas antes de recibir el premio con un par de líneas cargadas de adjetivos cercanos al desprecio y a la suficiencia, dictadas por los habituales, más preocupados tal vez según los que estaban cerca por sus prisas para la cena que por tener algo que decir sobre un chino al que saludan en su casa a la hora de comer arroz. Los otros nombres especializados, los que no firman en medios de difusión masiva, ni disfrutan de nomina y dietas, aprovecharon el resbalón y dejaron también correr sus adjetivos dirigidos a los catatónicos críticos oficiales.

Ahora, medio año después, todo el mundo se puede poner al día, incluido uno mismo al que la bronca sirvió para fijar la atención en el cine de Zhangke. Es verdad que la película de Venecia no se estrena de momento, pero una modélica distribuidora de dvd, Intermedio, presenta una colección con cuatro de las películas más notables del más interesante de los cineastas chinos de ahora, más un documental firmado por él y otro más en que se analiza su trabajo. Desde las pantallas de festivales, cuatro títulos: Xiao Wu/El ladrón, 1997, se detiene en las tribulaciones de un pequeño ratero al que las agitaciones económicas ponen fuera de sitio en su oficio y en el amor; en Zhantai/Plataforma, 2000, los jóvenes de una brigada cultural intentan defender sus afectos mientras el tiempo les pasa por encima y la privatización les transforma en una banda de pop, Ren Xiao Yao/Placeres desconocidos, 2002, se acerca a las dudas de una pareja de amigos parados a los que la necesidad pone en manos peligrosas; Shi Jie/El mundo, 2004, es la historia de amor entre una bailarina y un guarda de seguridad en un parque de atracciones que imita las grandes monumentos del mundo, una metáfora de lo real y lo posible.

¿Es realmente interesante Jian Zhangke? Pues después del atracón sólo puedo responder que sí. Desde luego. Un tipo que todavía no ha cumplido los cuarenta años y lleva quince escribiendo, dirigiendo y buscando la financiación para sus películas pese a las persecuciones de las autoridades; alguien que cuenta sus historias sin la cómoda seda de lo exótico, de lo histórico, sin las cargas de sal y pimienta de lo sangriento o de las artes marciales; alguien capaz de hablar de pantalones vaqueros, de guitarras, de fotos de familia, de revistas de moda y, al tiempo, contar los cambios de las últimas décadas en un país que va a convertirse, si no lo es ya, en el imán de la historia; alguien capaz de descender a la épica menuda y hacerlo además, con honesta delicadeza, con atención minuciosa a historias personales balanceadas por los destinos políticos ; alguien que no se deja vencer por la más mínima inercia de nostalgia maoísta, pero que tampoco esconde los desconciertos personales y sociales de las nuevas rutinas capitalistas, el progreso.

Jia Zhangke es un realista con estilo que maneja largos planos secuencia, distantes, cargados de imágenes de gusto delicado y sobrio. Sus personajes, jóvenes en pleno crecimiento, adultos desconcertados, todos al otro lado de la frontera del éxito, se deslumbran por las nuevas posibilidades económicas, se agitan en el remolino de las mutaciones sociales que les rodean, que sin embargo tampoco les sirven para satisfacer sus desfases afectivos. Por eso alguien con mucho talento les ha llevado al cine.

Hay otras formas, desde luego, de acercarse a las nuevas épocas chinas; pero si no se se pretende invertir, si se disfruta con las biografías de la escoria de fuera de cualquier sistema, Jia Zhagke es una garantía.

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