José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Una obleita de menta

Hace dos días JB, que vive del asunto, se quejaba, al borde la náusea: cada día cada semana cada mes, un diario una revista una radio media docena de páginas web cualquier televisión, imponen otra selección/generación/actuación de cocineros fascinantes, de lo que pueden dar de sí los fogones. Allá va la misma. JB vive de las revistas, no de la comida y se ha hartado en los últimos años de diseñar portadas, desplegables, páginas y especiales sobre tendencias, técnicas, platos y facturas. Pasamos del plato de la casa a la degustación, al menú largo y estrecho y, ahora, al menú eterno, inacabable, exhibicionista hasta el empacho. En fin, tal vez la oferta hable mucho de la pericia de los cocineros y de la rutina de cierto periodismo couché. Si el sentido de la medida y de las proporciones es ingrediente clave en la cocina, JB tiene razón y estamos al borde del estrago.

Por si acaso le queda hueco, le he mandado a JB algunas referencias menores, pero también sintomáticas. El poder de la comida es tal que se utiliza como imán para otros placeres, para otras necesidades. Es obvio, claro. O no tanto, si hablamos de cine, por ejemplo. En el Festival de Berlín han preparado un ciclo de Cine culinario: comer, beber, ver películas, que trata de atraer al público a las salas para que coman (obviamente, no palomitas) además de que miren, Quieren difundir el viejo movimiento Slow Food , es decir comer tranquilo, comer bien, comer a gusto. De acuerdo, transformar definitivamente las salas de cine en restaurantes íntimos donde comerse por los ojos puede ser una alternativa para la crisis de la exhibición. Cine y tuétano de caviar frente al cine y palomitas. Pero todo buen menú corre el riesgo de que se cuelen majaderías del tipo de la pronunciadas por el personaje de la deliciosa Big Night, la película que abrió el ciclo:»Comer bien significar estar cerca de Dios». Los ateos también tienen paladar lento. Otro estrago.

Y le reboto de remate un guiño de su negociado. Una revista –lamono– que tiene a bien repartirse por las esquinas y ofrecer monográficos mensuales diferentes, dedica su último número a la comida. Afortunadamente, con otro menú: además de las salchichas salvajes de Víctor Castillo, y de los retratos del grupo Mondongo, hechos con carne, queso, oro y plastilina, en oferta está el arte de reirse y comer chicle; las técnicas para hacerse un huerto en un rincón de la cocina o la posibilidad de mirar un documental sobre el futuro del hambre y la alimentación, y la red de intereses políticos que controla y dirige el sistema de comida mundial, desde la imposición de menús genéricos hasta las irrupción comercial de las comidas genéticamente modificadas.Que aproveche. Y cuidado con la arcada.

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