José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Infiltrados

De lo que me acordaré será de la foto. Qué concentración de taquillas y talento. Los tres y él. Subió al escenario y, antes de empezar con los agradecimientos, exigió que se volviera a mirar dentro del sobre para que Coppola, Spielberg y Lucas se aseguraran de que el nombre que acaban de leer, el del ganador del Oscar al mejor director era el suyo: Martin Scorsese, por The Departed.

No se lo creía. Obviamente. El director de cuarenta obras antes de esta tenía todo el derecho del mundo a pensar que la ceremonia de los Oscar se había transformado en un programa de televisión de sorpresas, bromas, y otras ridiculeces. Un ramo de flores por el engaño y otra palmadita en el hombro. Estaba acostumbrado a perder. Y esta vez, lo daba por supuesto. de hecho lo había dejado dicho: «ya no hago películas para ganar premios».

Después de haber sido candidato como director con Toro Salvaje o Uno de los nuestros, o de que Taxi Driver fuese la primera de las seis veces que sus películas aspiraron al máximo premio, que ganara por fin los premios más importantes con una versión farragosa de un éxito hongkones estuvo a punto ahogar a Martin Scorsese en el estupor: había hecho un largo pastiche infiltrado imitándose a sí mismo y con eso ganaba.

Seguramente en la voluntad de sus compañeros que le aclamaban se estaba premiando al hombre que tantas veces se quedó a punto. Se aplaudía toda una carrera, claro, una manera de hacer cine que durante casi cuatro décadas—desde Malas calles, El último vals, hasta La edad de la Inocencia, desde New York, New York, hasta el viaje sin dirección de Bob Dylan- había dejado su impronta de veracidad, raíces, voluntad de cambio,prisa y violencia, cine inconfundible en cada plano. Premiaban así al último, al que quedaba virgen de la generación que cambio Hollywood: sus colegas más cercanos le entregaban la cosa, qué mejor representación.

También seguramente, de manera involuntaria y hasta inconsciente – y hsta injusta al persoanalizarla en un creador de su tamaño– se estaba premiado la consolidación de una tendencia de la mayoritaria industria hollywoodense: la copia, el remake, la secuela, la falta de ideas propias que determina su producción principal de los últimos años.

Las películas pequeñas e independientes que llegan de la periferia de la industria, por ejemplo Pequeña Miss Sunshine: la más original, o de otras periferias – Méjico, sin ir más lejos– se han quedado esta vez a las puertas. Pero están a punto de tomar el centro para darle una vuelta a una industria exactamente igual a como los cuatro de arriba y otros como ellos se la dieron hace treinta y cinco años. Por eso, seguramente, Sundance ahora es el imán, todos los estudios tienen ya su división independiente y todos tienes sucursales para producir en Pekin, en Hong Kong, en Berlin o donde haga falta. Ellos son los verdaderos infiltrados.

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Si pudiera hoy hablaría con Brian de Palma.



1 comentario

  1. Dice ser lurrr

    Acabo de ver la película japonesa en la que está basada «Infiltrados»Me parece una verguenza que Scorsese no rindiera homenaje,en la recogida del oscar ,a los verdaderos creadores de la película.Vale que sea un reconocimiento a toda su carrera, pero precisamente eso le hubiera engrandecido sobremanera. Decir la verdad siempre a la larga favorece.Haber dicho»Qué casualidad para una que copio, vais y me dais el oscar»Esa vanidad absurda de no reconocer a cada uno su mérito lo único que nos hace pensar al resto de los mortales es «vaya usted a saber a qué otros pobres les habrá copiado las anteriores»o no?Felicidades a Wai Keung Lau y Siu Fai Mak

    28 febrero 2007 | 2:04

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