José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Debajo del césped

No me canso de En la Habitación. La película de Todd Field me ha enseñado mucho y me ha servido para trabajar en talleres y seminarios. Hemos dado muchas vueltas a sus aciertos y a sus riesgos, a lo que se puede hacer con unas piernas, un muerto y una obsesión, a la solidez de sus personajes, a su capacidad de tramar, es decir de poner en relación acontecimientos, deseos e intenciones con sentido y significado, a su manera de mantener la atención y la dirección, de cuidar el desarrollo de las emociones y de hacer discurrir el tiempo, y a la inteligencia con la que siempre utiliza lo que tiene entre manos, a saber, la moral equívoca y el poder destructor de cierta clase de amor que nos obliga a comportarnos contra nuestra voluntad y ser otros.

Buscando todo eso me planté delante de Juegos secretos, la segunda película de Field. Demasiadas expectativas, enorme frustración. Debo ser yo, que estoy raro, porque la película ha conseguido un montón de premios y candidaturas. A la salida volví a acordarme de la primera. Esta vez hay muy poco de todo lo anterior, excepto, tal vez la intención. Juegos secretos, en el original Little Children, está basado en una historia de Tom Perrota, (el mismo novelista de Election, que dirigió Alexander Payne antes de About Schmidt y de Entre copas) y es otra fotografía amarga, otra más, de algo que se está convirtiendo en género: el reverso tenebroso del parcelismo suburbano.

Esta vez, me ha interesado muy poco ese adulterio casi rutinario en el mundo perfecto y medido de las urbanizaciones de clase media alta, con parques infantiles, tedio y partidos de rugby; y me ha parecido forzada la búsqueda de la rima con la presencia de un exhibicionista que vuelve a casa desde la cárcel patéticamente acosado por un policía rabioso, frustrado y lerdo. Las historias se cruzan con la mano y la voluntad del director presente. Y todos son lo que son, sin matices, sin cambios; todo está repetido mas que dicho, con citas de Madame Bovary y una voz en off que, de remate, explica todo lo que las imágenes deberían trasmitir y no hacen, sobre la parte podrida de ese mundo de césped impoluto, piscinas que se manchan con el diferente y grandes ventanales. El proyecto iba a ser en principio un serial para la televisión y sus acentos y subrayados dejan huellas. En fin, tiene más, como he leído, de la fábula falsa y fabricada de American Beauty, que de las farsas amargas y arriesgadas de Tob Solondz pero al margen de etiquetas le falta, sobre todo, la naturalidad transparente con la que el director conseguía manejar su película anterior. Insisto, debo ser yo.

En la habitación partía de Killings, un cuento de Andre Dubus, –un paralelo de Raymond Carver, mucho menos famoso, pero tan poderoso y tan poco traducido– que también prestó su material para la interesante Ya no somos dos, donde se movía en territorios de amores apagados y miedo a los cambios. De Perrota, no tengo el gusto. Y de Andre Dubus sólo conozco la edición de Edhasa de Adulterio y otros cuentos, me temo que agotada. Pero no hay como pedir favores a los amigos. Así que para quitar el regusto inútil de la frustración, me lo vuelvo a leer.

3 comentarios

  1. Dice ser Soledad

    Tú, harías las delicias de mi ex-profesor de Técnicas cinematográficas; César Nicolás , una comida con los dos, sería de CINE.

    16 febrero 2007 | 23:07

  2. Dice ser jaes

    Hablemos del menú.

    19 febrero 2007 | 10:20

  3. Dice ser Soledad

    De entrantes «Cómo se comenta un texto fílmico» de Ramón Carmona, para contextualizar.Prácticas con alguna secuencia de «Ciudadano Kane» de Orson , de segundo, cualquiera de Patrice Leconte y de postre Kurosava. ¡Fale!

    20 febrero 2007 | 12:03

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