José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

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Decir que no

Dice Alessandro D’Alatri que no hay que tirar la toalla. Por eso escribió y dirigió La fiebre una película que bebe de la mejor comedia italiana aunque no alcanza a reinventarla y que habla de sueños y de trabajo. Y de más cosas porque D’Alatri se la juega con apuestas visuales, interludios románticos, miniaturas cotidianas, videoarte funerario y ásperas críticas a la burocracia, a la envidia, a la mediocridad.

Todo para contar la historia de un aparejador obligado a ejercer un trabajo que odia, condenado a aparcar sus deseos. Una mujer fantástica, amante de poetas y de pistas de baile, le rescata del rencor y le ayuda, indirectamente, a decir que no y a cambiar su mundo. Y, aunque a veces es reiterativo y a veces cursi, Alessandro D’Alatri es también capaz de detenerse con verdad en las angustias de los protagonistas, en las pequeñas victorias y en los enormes riesgos que supone el negarse a aceptar lo que no se quiere, en la derrota diaria de lo contrario.

Mucho antes de conocer Bilbao a Frank Gehry le costó años de soledad y de paro disimulado decirse a sí mismo que no quería seguir haciendo una arquitectura que detestaba pero que le resolvía la vida. Lo hizo y empezó a arrugar papeles y a transformarlos en edificios. Sidney Polack es un director sólido, templado, afortunado. Hace lo que le gusta, por ejemplo, charlar con sus amigos -por ejemplo, Gehry- y acercarse con una cámara de aficionado al meollo de la creación: la angustia del vacío, el miedo al primer paso, la vanidad de los conquistadores, el talento líquido.

Los Apuntes de Frank Gehry , la película de Pollack,no son un máster de arquitectura, ni siquiera lo es de cine, pero se acercan con sabiduría al proceso de la invención, a como se pasa de boceto al acontecimiento. Y aunque roza la hagiografía, Pollack sabe colocar opiniones críticas, porque no sería un buen amigo si sólo supiera decir que sí.

(Para decir que no Gehry fue al psiquiatra. Cuando se hizo famoso muchos arquitectos quería ocupar el mismo diván y transformarse para ser Frank Ghery. El psiquiatra no quiso atenderlos, no sabía fabricar artistas. Y lo explica: la mayoría de los pacientes iban a su terapia para encajar con el mundo; los artistas, como Gehry, para cambiarlo.)

(Hoy es día de estrenos. Apoteósicos estrenos. Apostemos por las excepciones que todavía duran. Gehry es excepcional, desde luego. Y una película italiana es una rareza. He buscado y del año 2005 llegaron aquí tres películas italianas, entre ellas La fiebre. Del 2006, sólo una, la de Roberto Benigni. No están tan lejos.)

Qué difícil decir que no. Que imprescindible.