‘La invención del amor’, el «thriller intimista» de José Ovejero

Por María J. Mateomariajesus_mateo

Dice José Ovejero (Madrid, 1958) que su última obra es una novela de amor para aquellos que no leen novelas de amor. Y doy fe. Porque La invención del amor (Alfaguara) es, en efecto, una obra de credo escéptico, áspera por momentos, que menosprecia esa idea fallida y preconcebida del amor como fuerza tranquilizadora, altruista y etérea.

Termino su lectura y mi primer pensamiento es, precisamente, que ese es su principal atractivo: el de haber confeccionado una novela que hable, entre otras cosas, de amor —sobre lo que «todo ya está dicho», reflexiona el narrador en sus páginas— pero habiendo aniquilado todos los «te querré siempre» y demás promesas temerarias de eternidad.

Y es que Ovejero (Premio Alfaguara de Novela 2013) parte de una pregunta, a mi juicio muy lógica, que subyace en toda la obra: ¿Por qué si todos cambiamos, el amor habría de ser inmutable? Es a partir de ahí y de sus posibles respuestas donde el autor despliega —aun sin pretenderlo— toda una artillería contra una falsa retórica romántica que rebate sin descanso y que le sirve también para desarrollar su propia concepción del sentimiento amoroso y sus adyacentes: el deseo, la obsesión o la ternura.

112732-367-550El punto del que parte Ovejero para trazar su «thriller intimista» es un territorio arriesgado, una ciénaga en la que era fácil espatarrarse pero de la que sin embargo logra salir relativamente airoso, especialmente porque consigue lo que buscaba: implicar al lector y mantener el suspense.

El desencadenante de la obra es una llamada telefónica a deshora. Samuel, protagonista de La invención del amor, recibe de madrugada una llamada en la que una voz ignota le anuncia la muerte de una mujer a la que no conoce. Tentado por la curiosidad, Samuel acude al funeral y comienza a imaginar una relación ficticia con la fallecida.

No obstante, aunque se agradecen tanto el fondo como el planteamiento inicial —la suplantación es un punto de partida sugestivo—, termino la lectura de la obra con una sensación agridulce. Con un sentimiento encontrado que me hace pensar que sus casi 250 páginas son una red de aciertos y desaciertos, un cúmulo de fortalezas, pero también de debilidades.

Debilidades que surgen de la inverosimilitud de algunas escenas, en las que se dan, en mi opinión, situaciones forzadas y diálogos algo impostados. Y fortalezas que encuentro en una prosa precisa que se confunde en algunos tramos con la poesía y que acierta en los temas por los que transita: la soledad, el miedo, el dolor, el deseo… y la débil —y algo manida pero siempre estimulante— frontera que separa la realidad de la ficción.

Una barrera que es tan débil —«Todo lo que puede ser imaginado es real», decía Pablo Picasso— como necesaria porque permite al ser humano algo tan valioso casi como respirar: la posibilidad de construir nuevas realidades, de reinventarse, para poder creer que el camino son solo las huellas del caminante, que diría Machado, y que todo es oportunidad… estelas en la mar.

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