En general, podemos decir que los vuelos de los aviones son destructivos, por más que no porten un armamento específico; quién iba a decirlo cuando todos nos hemos visto impresionados por el primer viaje en avión. Se sabe que incluso uno de corta distancia, entre Londres y Roma por ejemplo, produce más CO2 por pasajero que el provocado al año por un habitante de cantidad de países de todo el mundo: Mali, Congo, Etiopía, Madagascar, etc.. Quienes viajen desde aquí a Nueva York, sepan que generan semejantes emisiones a las que le sirven para calentar una casa normal europea “durante todo un año”.
Los expertos climáticos dicen que hay que reducir la interacción entre el aumento de temperaturas medias con las emisiones aerotransportadas de dióxido de carbono. Se pronostica que en 2019 se volará un 5% más que el año pasado, en el cual ya se habían incrementado respecto al año anterior, según la Organización Mundial de Turismo. Además de que las emisiones suponen ahora un 300% más que en 1990, la inquietante previsión dice que esas podrían triplicarse en las próximas tres décadas; normal pues se esperan 40 millones de vuelos, más de 100.000 diarios. Solo un detalle: por los aeropuertos españoles se movieron en julio unos 30 millones de viajeros.
Se entenderá el gran revuelo que ha organizado la gente de Flygfritt 2020, por ejemplo, comprometiéndose a no coger aviones en todo el año; o los suecos esos que se han inventado el flygskam (vergüenza de volar en avión) y el tagskryt (orgullo de viajar en tren).
Será por eso que incluso la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés) ha puesto el grito en el cielo, nunca mejor dicho, y se ha revuelto también ante el tema. Pero claro, mucha culpa del asunto la tiene el turismo exótico exprés, tan de moda últimamente. Da la impresión de que si no se viaja al fin del mundo, y se envían los correspondientes wasap, no parece que se haya disfrutado de un merecido descanso. Es para revolverse de forma colectiva ante el hecho de que el turismo ronda un 8% de las emisiones totales –una quinta parte procede solo de los vuelos- de algunos gases; más o menos como la industria ganadera o el transporte en coche; así lo aseguraba un estudio publicado en Nature Climate Change. Turismo sí, pero según y cómo, adónde y por qué medios nos desplazamos.
El revuelo ha llegado también a los gobernantes, por eso de la responsabilidad ambiental de cara a la Agenda 2030. Son los Gobiernos los primeros que deben combatir el calentamiento global, con regulaciones comprometidas y suficientemente razonadas. En algunos países, Francia y Holanda por ejemplo, los parlamentos discuten la limitación o prohibición de vuelos que recorran una distancia que se puede hacer fácilmente en menos de dos o tres horas en tren, mucho menos contaminador. También la industria de la navegación aérea debe trabajar lo suyo. Por ejemplo, usando combustibles más eficientes y sostenibles.
Por cierto, nos hemos enterado, por un estudio de la Universidad de Reading publicado en la revista Nature, de que el cambio climático en general, con la aportación de los vuelos transoceánicos, está incentivando una agitación de la corriente en chorro del Atlántico Norte, lo cual provoca un aumento de turbulencias en los viajes actuales. ¡Vaya revuelo si la cosa sigue así!
¿Volar menos o no volar, he ahí la cuestión? Apetece quedarse en tierra, aunque nada más sea por ayudar a que el aire propio no se sobrecaliente, a que lleguemos todos de ahora y las generaciones siguientes menos maltrechos al año 2030, a que gocemos de una mejor salud y divisemos horizontes menos tóxicos; se lo debemos también al planeta que nos permite vivir en él. Por cierto, si quiere compensar su vuelo con acciones positivas de reducción de contaminantes en el aire puede entrar en la Web de Atmosfair; no cuesta nada explorar lo que ofrece.
Pero seamos sinceros: no es sencillo que los individuos operemos en contra de nuestros deseos, intereses o impulsos viajeros. Sin embargo, lo que individualmente es difícil, debe ser una encomienda social: Debemos conseguir un drástico cambio cultural para disfrutar de un turismo sostenible y a la vez confortable para el espíritu y el cuerpo; que explique un poco mejor las soluciones complejas a los problemas ambientales tan concretos.
Merece la pena dejar de volar para acercarnos a la Tierra. Aunque cause un gran revuelo, siempre tendrá un efecto descontaminador.
Recuerdo esas conversaciones sobre el daño de los aviones y que hay que prohibirlas. Pero en principio, después de Leer articulo en otro sitio, me reservé un vehículo de este tipo y siempre me muevo solo en él, estoy satisfecho con todo
22 noviembre 2019 | 12:25 pm