La basura asedia España, mientras los españoles “se hacen los suecos”

Más que asedia deberíamos haber dicho enmierda que lo define mejor, y está en el diccionario de la RAE, pero no queríamos echar para atrás a las personas sensibles. De estas va la entrada. Me refiero a la cantidad de mujeres y hombres que sienten como propias -aunque no la hayan generado- las suciedades, porquerías y desechos que hay abandonadas por todos los lugares. De autoría anónima o más o menos conocida. El caso es que habría que exclamar más de una vez aquello de “idos a la mierda”. Esta gran nación, o patria, que tantos mundos raros conquistó ha sucumbido a lo que aparentemente no sirve para nada: se colecciona basura cual Diógenes social. ¡Hasta en eso estamos confundidos!

Porque claro, cuando el que escribe era joven apenas se hacía basura. Casi toda era orgánica y la que no, metálica o papel, admitía usos posteriores. Las papeletas en cucurucho, las bolsas o paquetes de papel. Y las latas, que cuando se generalizaron se convirtieron en una maravilla de la ingeniería. Transitaban una y otra vez en la vida en varios usos: guarda lápices, monederos de casa, guardianes de semillas o chocolates, etc. Y también eran coches o camiones cuando hacia los años 60 en España la inteligencia infantil suplía a la carente moneda. Material de manualidades diversas en el entretenimiento creativo de pequeños y mayores. ¡Hasta las empleábamos para hacer zuecos con los que hacer carreras como cuenta este vídeo!, pero con menos artilugio y herramientas. Quién no admira las sencillas latas de de sopa Campbell, convertidas en arte de la mano de Andy Warholl. Lo que no conocía es que la Real Conservera Española se había empeñado en una iniciativa llamada Arte en lata, un proyecto artístico presentado en Arco 22 Madrid. Incluso podemos avanzar que las latas, aluminio o metal, de los contenedores amarillos son las reinas en la recuperación de materiales. Todavía España no está enlatada. De a dónde va lo que se deposita en los contenedores amarillos mejor no hablar. De todas formas a la UE no se le escapa casi nada.

Hace ya más de un año que la Comisión Europea nos llamaba cochinos por la mala gestión de las basuras, exactamente por la no prohibición de los plásticos de un solo uso y no poner fin a la comercialización de pajitas, bastoncillos y cubiertos de plástico. Además de llamarnos la atención sobre el hecho de que nuestro Parlamento no hubiese aprobado todavía la ley que organiza los residuos.

El ojo que todo lo ve le invita al cerebro a que piense si cuando alguien compra una entrada para alguno de esos eventos multitudinarios -que tanto abundan en España-  sabe que una parte del costo se debe al derecho de sembrar de guarradas el lugar. En cuanto acabe entrarán los diligentes limpiadores y limpiadoras y nos esconderán las inmundicias. Uno se pregunta sin encontrar respuesta definitiva: ¿somos menos cuidadosos cuando actuamos en grupo o en la intimidad, cuándo vamos serenos o nuestra capacidad de atención está minorada por algún estimulante? ¿Valdría de algo que las estrellas que juegan o cantan recomendasen varias veces a los seguidores llevarse sus residuos a casa?

Da igual que el Congreso de los Diputados aprobase en diciembre de 2022, por fin, la Ley de Residuos y Suelos Contaminados. Al final se consiguió que se vetase de una vez la comercialización de determinados utensilios de plástico de un solo uso como pajitas, vasos y platos, y que se prohibiese añadir microplásticos a cosméticos o productos de limpieza; esas bolitas que los comerciantes hablaban que eran la última maravilla por su efecto rascador. Es más, aunque no se haya publicitado mucho la ley contenía la obligación de que bares y restaurantes ofrezcan agua no embotellada gratis a los clientes, además de impulsos a la venta a granel y otras “menudencias fundamentales para una vida más saludable” como la prohibición de fumar en las playas, la retirada del amianto, la prohibición de destrucción de excedentes.

A no recuerdo qué ministro casi lo meten en una bolsa de basura y lo lanzan al camión cuando se atrevió, qué osado, a proponer la desaparición de los plásticos de la cadena alimentaria. La Unión Europea nos mira con malos ojos, o debe frotárselos porque no entiende lo que ve. En esta economía que tanto crece –dicen que la primera de Europa- las basuras son el adorno feo de todo. Pero la gente parece que se encuentra a gusto con el asunto: el usar y tirar es una señal de poderío mientras que recoger algo de un contenedor de la calle para ver si se le puede dar un segundo uso es cosa de pobretones; entre ellos quien esto escribe. Cuando veo a alguien mirarme con mala cara por llevarme tal o cual objeto de un contenedor de obras me acuerdo de aquello de que lo que para unos es un desecho puede ser un tesoro para otros. No sé por qué lo relaciono con aquel poema de Calderón de la Barca que decía:

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.

¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.

Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía, y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?

Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.

(Fragmento de La vida es sueño)

El cubo de la basura es parte de nuestra historia más íntima aunque no todas las personas lo veamos así. ¡Si supiera hablar! Tanto duele que el poeta Rafael Morales le dedicó una estupenda alabanza al nunca bien ponderado objeto que nos pasa desapercibido. O será por eso que él lo tituló Cántico doloroso al cubo de la basura. Dice así:

Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.

Cada cosa que encierras, cada cosa,
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
su delicada cinta leve y rosa.

Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora, zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.

Oh, viejo cubo sucio y resignado:
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.

Seguro que después de leer la elegía de Rafael Morales lo vemos de otra forma. Vamos a suponer que dispone de, y emplea bien, recipientes diferenciados papel usado, vidrios, plásticos –la mayor parte no admiten el reciclado con los recursos disponibles hoy- y el laterío. Aunque los amarillos sean también los contenedores de dudas: después de tanto tiempo no nos dicen o no sabemos qué echar realmente allí. Lo de las plantas recicladoras son encuentros en la tercera fase. Vamos a suponer que pertrechados de guantes extendemos encima de papel de periódico o cartón en el suelo todos los residuos de un día. Hagamos una relación entre cada residuo y como lo hemos generado y tendremos redactado el diario del consumidor-a. ¡Puerca vida! Por cierto, los suecos nos ganan en la menor producción de residuos y en el tratamiento respetuoso de estos. ¡Hagámonos los suecos, de verdad, en esto!

En Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino los basurales de las afueras de unas ciudades se juntaban con los de otras; el mundo era la basura y no se sabe qué. Y como esto va de que la vida residual, de un poema lúgubre que habla de residuos, vamos a terminar con un fragmento de lo que decía aquel poeta A.R. Ammons  en el largo y complejo poema Entre los vertederos y el vertido; y más especialmente de sus extremos basurales. Quería plasmar de forma dialéctica  el incesante transcurrir  entre lo concreto y lo abstracto, lo orgánico y lo inorgánico, lo hecho y lo desecho, lo aprovechable y lo desechable, lo sublime y lo vil, la vida y la muerte. Sirva su dedicatoria inicial como final de esta entrada: a bacterias, escarabajos peloteros, carroñeros, forjadores de palabras: los transformadores, los restauradores.

P.D.: Tanto poema no nos impide decir que en el asunto de los residuos merecemos un suspenso clamoroso y todas las sanciones que nos lleguen. ¡A ver si así espabilamos!

 

(Eurostat)

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