No escasea la gente que duda de que la Cumbre del Clima Chile-Madrid haya servido para algo. Revisen lo que se ha dicho en los medios de comunicación estos días y lo comprobarán. No han faltado quienes han lanzado dardos contra los símbolos que han pasado por la cumbre, ya sean adolescentes –no se entiende la especial inquina- o no.
Los criticadores -ahora, cualquier opinador sabe de todo, cual perro del hortelano- han dicho mucho de la nada y menos del fondo de los discursos, de la pertinencia de lanzarlos en este momento, de la necesidad de abordar un problema que nos hace mucho daño, como demuestran una y otra vez los científicos y demandan las ONG ambientalistas o sociales.
Frente a esa postura emerge otra, la de quienes, incluidos algunos gobernantes y ciertas empresas, van cambiando el lenguaje sobre la percepción ambiental; prefieren apoyarse en la duda razonada y sentir como la gente normal. Porque, habrá que convenir que no todos los que han estado en la cumbre iban disfrazados de falsedades o se adornaban con postureos. ¿Quién sabe con certeza si detrás de todas esas expresiones no hay sentimientos hacia el cambio climático y el medio ambiente en general? No olviden los obstaculizadores que entremedio de los escenarios ambientales vive gente. Sentimos por ella cuando hablamos de crisis o emergencia climática; hay cada vez más personas que la aprecian, o cuando menos su forma de vida va y viene en esa incertidumbre. Se supone que buena parte de los centenares de miles de personas que han participado en protestas o manifestaciones, que critican el fondo y las formas de la Cumbre del Clima, no estarán manipuladas.
No le demos más vueltas, la vida, incluso la de los ricos, es un compendio de interacciones entre las personas y el lugar físico y perceptivo dónde viven. ¡Qué decir de las limitaciones que sufren los pobres! Cada espacio es en sí mismo algo más que una pincelada ambiental, en un complejo social. El aire interactúa con el agua, con el suelo, con nosotros y con sus variaciones configura el tiempo meteorológico instantáneo, acumula el clima. Por eso, cualquier cosa que hagamos, para bien o para mal, repercute en otras muchas. Pensemos que en la reciente Cumbre no solo el clima ha sido motivo de la reunión, también la sociedad que se ve envuelta en sus causas y consecuencias, personas que ven alterada su salud, gobiernos que encaminan o no políticas activas, sociedad civil que se moviliza, agua que va y viene con más o menos contaminación, pueblos que sufren sus consecuencias, sociedad que se moviliza en marcha o cumbres alternativas, medios de comunicación que se ven apelados, organismos supranacionales que hacen de alerta global, y así muchas más interacciones que son las que condicionan pensamientos, vida y actitudes personales o colectivas, cada día, ahora y en el futuro.
Seguro que la Cumbre ha tenido aciertos y errores, cosas que se podrían mejorar, emisiones de gases de efecto invernadero innecesarias, manifestaciones de combate activo contra la emergencia climática junto con alguna engañifa para vender productos o recabar protagonismo, incluido el patrocinio de las grandes empresas contaminadoras; también decepciones de tonalidades varias, casi siempre de los países más poderosos. Sin duda, los medios de comunicación nos han apabullado, casi nos han hartado y al final se corre el riesgo de la desatención. Todos hubiéramos deseado acuerdos más atrevidos, vinculantes, compromisos de vida en común.
Seguro que los millones gastados en su organización serán una inversión a poco que se pongan en marcha los compromisos verbales generados por empresas y administraciones españolas –solamente hay que escuchar a regidores de algunas de nuestras grandes ciudades y a presidentes de Autonomías que hablan ufanos de su «Estrategia de Transición Ecológica y Lucha contra el Cambio Climático»; qué decir de llamarada climática que habrá llegado a la sociedad, siempre quedará alguna luz en su cultura. Además, se ha reconocido, por fin, que los científicos tienen razón y que la desinformación puede dañar o matar a mucha gente.
¡Qué decir del Pacto Verde propuesto por la Unión Europea!, que ya fue aprobado en el Consejo Europeo del viernes 13: cero emisiones de dióxido de carbono en 2050, a pesar de Kaczynski, el Presidente polaco. Solo nos queda añadir unas palabras de Frans Timmermans, el vicepresidente de la UE encargado de impulsar este pacto: “El coste de no hacer nada es mucho más alto que el de actuar”. Aunque muchos hubiéramos deseado bastante más, no por eso debemos repudiar sin más la Cumbre de Madrid. Tomen nota todos, gobiernos y ciudadanos de la UE.
Sin embargo, los grandes contaminadores (EE UU, China, India, Rusia, y otros egoístas como Australia, Japón o Arabia saudí, etc.) obstaculizan una y otra vez los acuerdos. En este caso, no vale el «allá ellos» porque hay que cambiar por el «pobres de nosotros». Por eso, el poco ambicioso verbo «instar» acordado en el documento final para no llegar a acuerdos debe servir, una vez superada la decepción, para impulsarnos a continuar, fijándonos en los significados que al verbo le asigna la RAE: 1. Repetir la súplica o petición, insistir en ella con ahínco; 2. Apretar o urgir la pronta ejecución de algo; y acaso uno que hay perdido por ahí que invita a impugnar la solución dada al argumento.
A pesar de esto, o por eso mismo, habrá que felicitar y agradecer a la Ministra de Transición Ecológica su compromiso, a sabiendas de que el no acechaba desde todos los rincones, e impedía cualquier resultado vinculante. También a toda esa gente del Ministerio que ha sido capaz de organizar semejante evento en tan poco tiempo, a todas las personas que han acudido a él en busca de verdades o de alientos para renovar sus empeños y vínculos. Los no acuerdos están ahí, nadie puede dudarlo.
Unos prefieren llamar a la Cumbre la del fracaso, otros piensan que no ha logrado ser un éxito; cuestión de matices, algo más que lingüísticos. Quién sabe lo que permanecerá en forma de deseos, compromisos y actuaciones pasados unos días, el mes próximo, que es cuando debe lanzarse todo hacia Glasgow 2020. Pero la negatividad también puede servirnos para abrir puertas. Deberemos estar atentos a lo que viene después, para ver si ciertas palabras se convierten en hechos y si no sucede de este modo, demandar a los culpables. Habrá que pensar si como ciudadanos hacemos caso de esa propuesta de alguna ONG de que dejemos de viajar a esos países obstaculizadores de acuerdos o limitamos el consumo de sus productos; la sociedad civil ha demostrado que puede ser poderosa, más todavía si (se) apoya (en)a los colectivos ambientalistas o sociales.
Así pues, que cada cual haga su balance de la Cumbre del Clima, pero para la vida global seguro que es menos malo darle voz a los silencios, aunque parezcan unánimes. Escuchemos lo que nos dice el mañana y los días siguientes. ¿Alguien puede asegurar que nos iría mejor si no se hubiese celebrado ninguna Cumbre del Clima?
¡Siempre quedará Madrid para recordar o demandar!, como antes sucedió con París, Río y Kioto.