
Le Pen, contraria a la prohibición del aborto, ha hecho una campaña en la que la apuesta por las políticas de igualdad ha brillado por su ausencia / EFE
Entre los discursos más mainstream de lo que va de siglo, uno de los más repetidos en política es el de la importancia de que haya más mujeres responsables de la gobernabilidad de los Estados. Mujeres políticas, pero también mujeres empresarias, mujeres juezas, mujeres directivas.
Atendiendo a este aspecto, podría decirse que el estatus actual de Angela Merkel o Theresa May (y puede que próximamente el de Marine Le Pen) es una buena noticia. Y lo es, si tenemos en cuenta que hace muy pocas décadas era impensable que una mujer pudiese asumir la batuta de un país, cuando el hecho de que Margaret Thatcher fuese primera ministra del Reino Unido era una sonada excepcionalidad.
Todo ello radica en la necesidad urgente de que mujeres y hombres tengan los mismos derechos de acceso a las esferas de poder, lo fundamental de la eliminación del techo de cristal y el establecimiento de cuotas para asegurar que las mujeres tengamos un hueco asegurado. Pero es necesario algo más.