El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

Archivo de abril, 2014

¿Cuánto beneficioso resulta el haber recibido lactancia materna?

Lactancia materna 2Al parecer mucho. Así lo pone de manifiesto un reciente artículo de revisión al respecto de la evidencia científica sobre el impacto en la salud del adulto en virtud de haber recibido o no lactancia materna en su momento.

Con el título de The protective effects of breastfeeding on chronic non-communicable diseases in adulthood: A review of evidence (“Una revisión de la evidencia sobre los efectos protectores de la lactancia materna en la salud del adulto con respecto a las enfermedades no transmisibles”) este reciente artículo deja las cosas meridianamente claras; o al menos apunta ciertas hipótesis bastante probables que no por conocidas dejan de ser importantes a la hora de hacerlas destacar.

A pesar de que a día de hoy en la literatura científica esta relación resulta controvertida a largo plazo (el haber recibido lactancia materna o no frente a gozar de una determinada salud en la adultez) este artículo sugiere que existe un creciente cuerpo de evidencia que apunta a que la lactancia materna desempeña un papel protector ante enfermedades metabólicas y no contagiosas en la edad adulta como por ejemplo la obesidad, la hipertensión, la alteración de los lípidos plasmáticos (colesterol, triglicéridos) y la diabetes tipo II. Así, además de los conocidos beneficios a corto plazo, el fomento de la lactancia materna podría prolongar sus salutíferas ventajas a largo plazo tanto en lo que se refiere a las personas individualmente consideradas como a las repercusiones que estas enfermedades, importantes en cuanto a su gravedad y prevalencia, tienen en el tejido social de una determinada población.

Sin hacer de menos al impacto de las enfermedades contagiosas en el tercer mundo, es preciso ser consciente que las denominadas como enfermedades crónicas no transmisibles (enfermedad cardiovascular, cáncer, enfermedad respiratoria crónica, diabetes, etc.) son la principal causa de mortalidad en buena parte del mundo, en especial en países y entornos con ingresos medios y bajos.

Como siempre en estos casos el nivel de evidencia atribuible a este tipo de estudios resulta bastante controvertido ya que se basa en el análisis, siempre, de estudios observacionales, y estos frente a aquellos denominados “clínicos” o “de intervención” aportan una mucho menor potencia “probatoria” del asunto en observación. Lo malo, es que algunas cuestiones (como lo es esta) no pueden estudiarse de otra forma, me explico. Es difícil por no decir imposible, el planificar un estudio de intervención con una muestra lo suficientemente grande a la que, como es el caso, a una parte se le “obligue” a dar el pecho a su descendencia y a la otra no, con el fin de observar luego en la edad adulta de esos niños originales el posible impacto que sobre la salud tuvo el que recibieran lactancia materna o no. Y si eso es difícil, no hablemos, además, de la posibilidad de controlar las innumerables variables que sobre esa salud pueden intervenir más allá de la mencionada lactancia materna, que en este caso sería la variable objeto de estudio. Por eso, las conclusiones de este tipo de estudios de revisión sobre estudios observacionales hay que acogerlos con cierta cautela.

Sin embargo, los estudios observacionales y de revisión cuentan a su favor con la potencia de tener en cuenta grandes poblaciones, muchos estudios (todos aquellos con la suficiente calidad científica como para ser tenidos en cuenta) y grandes periodos de tiempo.

Sea como fuere, aunque controvertidas hasta cierto punto, las disquisiciones al respecto de si la lactancia materna tiene o no un efecto protector en las enfermedades no transmisibles del adulto consta de dos posibles respuestas: o es que no, o es que sí, pero teniendo en cuenta que hasta la fecha no se han puesto sobre la mesa efectos negativos la lactancia materna ofrece muchas más posibles ventajas tanto a corto (más que posibles en este caso) como a largo plazo. Es decir, la lactancia materna es, frente a su alternativa, una opción que sobre el papel ofrece un aumento de las posibilidades de salir ganando. Yo, si pudiera, no me lo pensaría.

En relación con este tema quizá te interese consultar estas otras entradas del blog:

————————————–

Imagen: Jomphong vía freedigitalphotos.net

La redención nutricional del huevo como alimento

huevos 2La historia del huevo como alimento siempre me ha recordado a la de esos dramas penitenciarios en los que se descubre, pasada una buena pila de años, que la persona que se tenía encerrada en la cárcel era inocente del crimen que en su día se echó a sus espaldas. Posteriormente, descubierto el pastel, disculpas, indemnizaciones, perdones y demás… eso en el caso del presidiario erróneamente condenado; pero en el caso de un alimento ¿en qué tipo de indemnización se podría pensar con el fin de compensar esa mala fama que un día se ganó injustamente?

La historia

El particular calvario del huevo comenzó allá por la década de los 70 del pasado siglo XX cuando se empezaba a juguetear con su culpabilidad en relación con la enfermedad cardiovascular. Así, el papel de las grasas y más en concreto el del colesterol en este tipo de enfermedades fueron los primeros indicios de la catástrofe en ciernes. En mi opinión este negativo clima hacia todo lo que tuviera grasa o colesterol se generó a partir de una incompleta lectura del archiconocidísimo Estudio de los siete países y sus secuelas. De esta forma y en cierta medida muchos alimentos fueron los que empezaron a sufrir los efectos de la ignominia nutricional, algunos se acordarán: desde el pescado azul hasta incluso el aceite de oliva (exculpados posteriormente con mayor o menor agilidad) pasando, como no, por el huevo. Pero no fue hasta 1973 cuando se dio a conocer la fatídica sentencia que hacía descender a los infiernos a este último alimento.

En aquel año la American Heart Association (Asociación Americana del Corazón) recomendó limitar la ingesta de huevos a un máximo de tres por semana. Esta sentencia recomendación fue acogida con bastante entusiasmo por la mayor parte de responsables sanitarios y terminó por calar muy hondo entre la población general; hasta el punto que a día de hoy aun hay quien sigue haciendo buenas las recomendaciones de 1973.

Afortunadamente, con el tiempo, las aguas vuelven a su cauce aunque para ello y en el tema de los huevos haya tenido que mediar un pedazo metaanálisis para dejar las cosas bastante claras al respecto de cuánto malo es para nuestra salud cardiovascular el consumo de huevos. No deja de ser una historia más ejemplificada en el post “La maleta de Asimov, o por qué lo que ayer era bueno hoy es malo (y viceversa)

En la actualidad

En este estudio Egg consumption and risk of coronary heart disease and stroke: dose-response meta-analysis of prospective cohort studies (Metaanálisis dosis-respuesta de estudios prospectivos sobre el consumo de huevo y el riesgo de enfermedad coronaria y accidente cerebrovascular), se concluye, de forma resumida, que no se ha hecho evidente una relación entre el consumo de un huevo al día y el aumento del riesgo cardiovascular en comparación con la ingesta de un máximo de tres huevos a la semana. Sea todo esto dicho en relación a la población sana. Es importante hacer esta aclaración ya que el mismo estudio encuentra que entre el colectivo de personas diabéticas los datos de este análisis sugieren una asociación positiva entre un mayor consumo de huevo y el riesgo de enfermedad coronaria.

Lo cierto es que, al final, el valor de la colesterolemia de una persona en concreto depende de muchos factores, entre los que la presencia de colesterol en la dieta parece que no es el más determinante. Así, buscando entre los responsables dietéticos de la colesterolemia es preciso volver la vista hacia las grasas saturadas y los ácidos grasos del tipo trans. Pero además de estos elementos dietéticos hay otros que van a condicionar la cantidad de colesterol en nuestra sangre, entre ellos y principalmente, los factores genéticos, el peso corporal y otros hábitos de vida (en especial los referentes a la actividad física y al tabaquismo)

Y, en el caso del huevo, es cierto que este aporta no poca cantidad de colesterol, en torno a los 200 mg por unidad, pero al mismo tiempo aporta un bajo contenido en ácidos grasos saturados y alto en aquellos poliinsaturados. Una relación más que positiva para no terminar por afectar de forma sensible los niveles de colesterol en sangre.

Sea como fuere el 17 de enero pasado la Fundación Española del Corazón terminó por hacer pública una nota de prensa en al que se terminaba por indultar el consumo de huevos, al menos en lo que respecta a las anteriores y más restrictivas recomendaciones, y lo hacía de la siguiente forma:

La Fundación Española del Corazón no considera necesario restringir el consumo de huevos en la dieta de las personas sanas

Así lo entiende y lo comparte un servidor, mientras esa “no necesidad de restricción” no se entienda como una “barra libre” de huevos ya que, bien entendida, una adecuada planificación dietética no implica “barras libres” de nada. Y si en algún grupo de ealimentos es preciso poner el acento a la hora de promocionar su consumo, es sobre el de aquellos alimentos de origen vegetal e integrales, tal y como se pone de relieve en esta entrada.

En relación con este tema quizá te interese consultar:

————————————–

Imagen: nixxphotography vía freedigitalphotos.net